¿Quién ataja a quién?
SALAMANCA - Ya lo conté una decena de veces y no ha hecho daño a nadie. Ni tampoco parece ser que haya logrado convencer a alguien. Por lo tanto me atrevo a hacerlo una vez más. Se trata de una escena fundamental de la película “Cabaret” (Bob Fosse, 1972) y que explica no sólo muchas cosas de la historia narrada, sino de la Historia, ya que transcurre en Berlín, en 1930, en plena República de Weimar. Sally Bowles (Liza Minnelli), cantante de cabaret, conoce a un joven norteamericano, Brian Roberts (Michael York) que está en Berlín para estudiar alemán. Ambos son invitados por el conde Maximilian von Heune (Helmut Grien) a pasear por los bosques que rodean Berlín, camino de su palacio.
Por el camino, se quedan a comer en una cabaña donde de pronto surge un grupo de jóvenes nazis que comienzan a cantar una canción primero de un tono agradable para ir transformándose en una dura canción marcial. Cuando estos tres personajes se alejan ella mira por la ventanilla trasera del coche y le pregunta al conde si los alemanes no tienen miedo de ese movimiento que está comenzando a hacerse sentir en toda Alemania. Y el conde, muy despectivo, le responde que no es nada para ser tomado en serio. “Los estamos utilizando para detener a los comunistas. Una vez que lo hayan logrado nosotros terminaremos con ellos”. Hasta aquí la cita. Creo que es innecesario recordar cómo terminó esta aventura.
Esto que se puede ver de manera tan clara, tan transparente a través de las escenas de una película cinematográfica y que para muchos no es nada más que puro entretenimiento, este hecho, decía, sin embargo es muy difícil verlo en la realidad por no decir imposible. Sin embargo, es una pregunta que me vengo haciendo desde meses atrás al ver manifestaciones callejeras que se suceden día tras día en Asunción, la continua ocupación de las plazas mantenidas con dinero de los contribuyentes y que terminan convertidas en tierra arrasada; cuando leo sobre las ocupaciones de tierras productivas, el incendio de cultivos, los secuestros de empresarios, las amenazas de muerte, la destrucción de maquinarias agrícolas ante la total impasibilidad del Gobierno, desinteresado de todo. ¿Habrá algo que en realidad le interese al Gobierno? ¿Será que están utilizando a esta gente equivocadamente ideologizada para detener a alguien, a algún grupo o a alguna amenaza que nosotros, los que estamos de este lado de la línea, no podemos percibir? Y de ser así, cuando se cumplan los objetivos ¿hay gente que está preparada para detener ese avance? ¿O simplemente terminaremos sumidos en la más insoportable anarquía?
En este momento, ¿hay alguien del Gobierno que se encuentre manteniendo conversaciones serias dirigidas a encontrar soluciones a problemas que son continuamente postergados? ¿O es que una vez conquistado el poder se limitan a disfrutar de lo que Henry Kissinger llamó un día “la erótica del poder”? Puede darse, aun en el caso de un ex sacerdote, o un ex obispo. No conozco mucho de teología pero creo que “la erótica del poder” no está contemplada dentro del sexto mandamiento: “No fornicarás”. Hay muchas otras formas de gratificarse, sin tener que recurrir a las modalidades que se conocen tradicionalmente.
Aparentemente, nuestra clase política no ha sido capaz de entender que tenía en sus manos la posibilidad de darle a nuestra historia una dirección que nunca tuvo. Derrocada la dictadura, terminada la hegemonía (una forma disfrazada de dictadura) de los sesenta y tantos años de coloradismo en los que el tejido social fue reducido a hilachas, era el momento de lograr la “refundación de la república”, un término que está tan de moda y del que nadie ha terminado de comprender su alcance porque se ha ignorado antes cuál es su verdadero significado.
Lo que está sucediendo hoy, lo que se está haciendo y lo que se está dejando de hacer, tienen un precio que en algún momento se deberá pagar, dentro de diez, de veinte, ¿de sesenta? años. Por el bien de todos, ojalá que ese precio, ese rescate de nuestras libertades, no reclame una cuota de sangre, ni grande ni pequeña, porque no se puede exigir tal sacrificio para salvar los errores cometidos por los mediocres que se decidieron a hacer política y quisieron regodearse con la “erótica del poder”.
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