Las torpezas de Betancourt
El Tiempo, Bogotá
No sé si es ingenuidad o estupidez, pero Íngrid Betancourt adolece de un severo problema de enfoque. Si yo fuera el humorista Laureano Márquez diría que tiene un cable 'pelao'. Pero el asunto no es para reírse.
Y he pensado mucho antes de pronunciarme sobre la ex rehén de las Farc, imbuida como estoy de un asombro mayúsculo por los colosales desaciertos que ha ido regando por las capitales del continente en su primer periplo de búsqueda de una popularidad que no necesita.
De otra manera no se explica que, sin tener una propuesta concreta, la señora Betancourt haya ido a implorar una solidaridad que nadie sería capaz de negarle.
¿Nos imaginamos a algunos de los presidentes visitados afirmando que están de acuerdo en que los secuestrados sigan atados a los árboles en las selvas neogranadinas?
El primero de sus despropósitos fue el granjearse la representación de los familiares de los secuestrados colombianos y convertirse en su embajadora, no de la mano del Gobierno de su país, sino auspiciada por el gobierno de Nicolás Sarkozy.
En Caracas, Quito, Sao Paulo, Buenos Aires, La Paz y Santiago, la ex candidata a presidenta de Colombia, la que pensaba que sus connacionales debían tener razones suficientes para ponerle en las manos el timón de su país, no pudo resistir la tentación de ungirse con la representación francesa para que le abrieran las puertas de las casas presidenciales.
Sus planteamientos a cada uno de los mandatarios y a la prensa citada a la embajada de Francia no pudieron ser más infelices.
Lo que se recogió en cada lugar no fueron más que zalamerías y risitas inconvenientes. Manifestaciones de una solidaridad que excedía cualquier género de conocimiento sobre los dramas internos y externos que los gobernantes anfitriones -Lula aparte- están legando a las generaciones futuras de cada una de esas naciones.
La misma vara con la que midió a Lula la usó para concluir que Correa, el más enconado enemigo que tiene Colombia, está luchando a favor de la paz de su país.
Con el mismo desparpajo que dijo admirar a Evo Morales, que alimenta la guerra intestina de Bolivia, aseguró que tiene con Hugo Chávez una suerte de identidad anímica, obviando que desde el gobierno venezolano se ha armado una colaboración activa con la insurgencia que la mantuvo a ella cautiva siete años y que aún tortura a sus compatriotas y desangra a su país.
Posiblemente en la selva colombiana a Betancourt se le olvidó que el fin no justifica los medios y que cuando no se tiene nada que decir, lo mejor es quedarse callado.
Es muy flaco el servicio que le está haciendo a su patria, a una patria que realmente necesita de su concurso, pero de uno bien medido, bien pensado y dotado de inteligencia política. Ya está bueno de que la indignación genuina que sentimos todos por el horror que esta señora vivió en manos de sus captores excuse cuanta torpeza se le ocurra meter dentro de su morral por los caminos del continente.
Piense dos veces, Íngrid; déjese aconsejar por los suyos, por los que durante los años de su cautiverio le pusieron el pecho a tratar de construir un país sereno y arriesgaron su capital político para rescatarla a usted de la selva del Guaviare.
La autora es columnista del diario 'El Nacional' de Caracas (Venezuela)
- 23 de julio, 2015
- 4 de febrero, 2025
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