Treinta años de capitalismo rojo: por qué el gigante asiático es hoy lo que es
El Economista, Madrid
Cuando el XI Comité Central del Partido Comunista chino (PCCh) se reunió en sesión plenaria el 18 de diciembre de 1978, China era un país en ruinas. Casi tres décadas de maoísmo desenfrenado, incluido el nefasto experimento del Gran Salto Adelante o campañas de represión como la Revolución Cultural, dejaron un legado de insostenible. Así que, tras la incertidumbre que siguió a la muerte del dictador Mao Zedong, a los camaradas comunistas sólo les quedaba una salida: maniobrar hacia el futuro.
Cuatro días de deliberaciones en aquel invierno de 1978 convirtieron a China en una nación nueva bajo el liderazgo de Deng Xiaoping. Fundamentalmente, porque el pequeño timonel inspiró desde el poder un cambio de rumbo económico que, visto 30 años después, resultó providencial para que China emprendiera un viaje a la riqueza que hoy continúa y que sirvió para asfaltar su pretensión de ser una gran potencia mundial en el siglo XXI.
La apuesta del cónclave fue inequívoca: emprender la modernización socialista, que no era otra cosa que desmantelar el maoísmo económico y sustituirlo por un capitalismo con características chinas que abordaría las cuatro modernizaciones -en agricultura, industria, defensa y ciencia- para desarrollar el país.
Giro copernicano
Giro copernicano que, en medio de los recelos que el malvado capitalismo despertaba en el seno del PCCh de la época, tuvo un mérito indudable. El anclaje ideológico del cambio que se avecinaba lo resumió Deng Xiaoping en una sola y célebre frase: "Que más da el gato blanco o el gato negro, lo importante es que cace ratones".
No fue especialmente intenso el debate para acometer la quinta modernización, esto es, la democratización del régimen. "China era demasiado pobre, había que satisfacer las necesidades básicas primero", explica Hu Xingdou, profesor de Economía en el Beijing Institute of Technology.
Hoy la renta per cápita supera los 2.360 dólares, pero en 1978 no alcanzaba los 190. Juan Cornet, fundador de la consultora Hispachina que visitó China en 1979 y reside allí desde 1981, recuerda una sociedad tranquila, austera y sin clases sociales.
Mucha pobreza
"No eran felices, pero estaban contentos", matiza. Lo cierto es que entre 250 y 300 millones de personas vivían entonces en absoluta pobreza. En los mercados no había carne ni pescado y la fruta era un lujo. "Pekín era una ciudad de grandes avenidas, mucho bloque de seis plantas y ningún rascacielos. Había pocos coches y muchas bicis", apunta. Era una sociedad, explican otros testigos de la época, envuelta en la niebla de décadas de sufrimiento. Una sociedad sin esperanza.
Uno de los primeros cambios de la nueva era fue desmantelar el sistema de comunas, descolectivizar la producción agrícola y conceder libertad de actividad a los campesinos. El impacto fue inmediato, disparándose las cosechas. Y, por primera vez, los campesinos pudieron ir a las ciudades a vender su producción.
"En 1982 había ya venta ambulante de verduras y muebles por las calles de Pekín. Y la fruta llegó a los mercados", recuerda Cornet. Fue el tímido arranque de una masiva emigración que, después de 30 años, ha llevado a más de 300 millones de personas del campo a las ciudades.
Inversión extranjera
A la vez, los primeros negocios privados permitieron que el capitalismo empezara a coger velocidad. "Curiosamente, los pioneros del comercio fueron quienes nada tenían: parados y ex presidiarios", explica Hu Xingdou. Ello coincidió con la creación de cuatro Zonas Económicas Especiales, los laboratorios del capitalismo de Deng Xiaoping, que pretendían atraer inversión extranjera con el anzuelo de unas condiciones ventajosas al tiempo que garantizaban un ritmo controlado de apertura.
Hacer negocios en la época era mucho más fácil, afirma Ignacio García Sáenz de Samaniego. Este empresario recuerda que, siendo uno entre la veintena de españoles que allí residía a principios de los 80, recibió una llamada de José Cosmen, fundador de Alsa, interesándose por una pasta dentífrica china que, supuestamente, prevenía el catarro.
Se sabía tan poco de China en España que los pocos que intentaban una aventura empresarial contactaban antes con residentes españoles.
La fábrica del mundo
"Localicé el dentífrico. Pero al preguntarle si conocía a alguien para desarrollar un negocio de transporte por carretera en China, me dijo: yo mismo; olvida el dentífrico", explica. Sáenz de Samaniego fue el enlace entre Cosmen y el Gobierno para que Alsa acabara cerrando una de las inversiones españolas más importantes y fructíferas de cuantas hay hoy en China. "Llevé a Cosmen el contrato ya firmado por la parte china. Hoy sería impensable. Pero entonces el Gobierno tenía que seducir a los extranjeros", remata.
La apuesta internacional por ese mercado convirtió a China en una potencia industrial: la fábrica del mundo. La inversión foránea llevó además tecnología y know-how. "Ayudó mucho pero hizo correr a Pekín más de lo que habrían querido", sostiene Cornet.
Hu Xingdou coincide: "Pese a ser muy importante, fue demasiado lejos". Se refiere al impacto medioambiental que China ha debido pagar por su modernización. "No se contó con el coste del modelo que se adoptó. Se ha destruido mucho", admite.
Además del medio ambiente, los emigrantes son otros perdedores del milagro chino. Pero que China saliera fortalecida de la crisis asiática de 1997 y la posterior entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 2001, no hicieron más que consolidar un proceso imparable que ya por entonces había confirmado su eficacia. Los datos son arrolladores. En 1978, la economía china representaba el 1,8% del PIB mundial; ahora es el 6 por ciento.
Cifras históricas
Hace 30 años tenía 890.000 kilómetros de carreteras, frente a los 3,5 millones actuales. Y hoy los hogares chinos tienen 138 televisiones y 95 neveras por cada 100 habitantes, frente a 17 y 6, respectivamente, en 1985. Desde que Deng Xiapoing insuflara aquel oxígeno vital para su desecha economía, más de 250 millones de chinos han salido de la pobreza. "En general, el proceso de apertura ha sido un éxito, pero también son visibles los grandes errores: la corrupción y los desequilibrios de riqueza entre ricos y pobres", advierte Hu.
En 1978 era inimaginable el salto que China iba a dar en tan poco tiempo. "No podías imaginar ni en broma que estaría donde hoy", apunta Sáenz de Samaniego. Muchos creen que si no hubiera abordado su modernización, habría quedado condenada al aislamiento y al empobrecimiento, al estilo de Corea del Norte. "Pero habría sido casi imposible mantener un sistema como el norcoreano en un país tan grande", concluye.
- 23 de julio, 2015
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