El anuncio imposible
Quizá alguno recordará un llamativo anuncio de hace algún tiempo. Me refiero a aquel en que se resumía la historia de un tal Kyle McDonald, quien comenzó con un clip rojo y, mediante sucesivos intercambios, se hizo ni más ni menos que con una casa. Además, en 2006, en pleno boom inmobiliario.
El anuncio, como digo, se basaba en una historia real (por cierto, más detalles en el blog de McDonald). Cualquier persona sin conocimientos económicos específicos sabe que la tarea anterior, si bien difícil de conseguir, no es imposible. Se puede hacer, y de hecho se ha realizado, como prueba la historia de este tipo.
Sin embargo, para un economista neoclásico, esto es directamente imposible. La teoría económica que conoce no solo no puede explicar este fenómeno, sino que, por el contrario, afirma la imposibilidad de su ocurrencia. Vamos, el mundo al revés: una teoría generalmente aceptada por la comunidad académica nos dice que es imposible algo que la evidencia histórica muestra que ha sucedido. Lo curioso es que la teoría sigue vigente y sirviendo de base para la toma de decisiones regulatorias.
Como es sabido, toda la teoría de la eficiencia y la cuantificación de las magnitudes económicas que se realiza en dicha escuela parte de la base de que la utilidad que obtiene el individuo de un bien es igual al precio que paga por él. Y, a partir de aquí, se cuantifican la demanda, la oferta y todo lo que haga falta.
De acuerdo a la teoría económica neoclásica es imposible que se pueda intercambiar un clip rojo por una casa, puesto que, por la propiedad transitiva, esto implicaría que tienen la misma utilidad. Y, aunque no se puede afirmar taxativamente que no pueda ocurrir en ningún caso, la evidencia histórica nos muestra que el segundo bien es mucho más valorado que el primero.
Afortunadamente, existe una teoría económica, la austriaca, que sí está en contacto con la realidad y permite explicar fácilmente este suceso. Dicha teoría parte del supuesto justamente contrario al de la neoclásica: el intercambio sólo se produce sin ambas partes valoran más lo que obtienen que aquello de lo que se desprenden. En otro caso, no harían el intercambio. Esto quiere decir que cuando alguien paga un determinado dinero por un bien, no valora dicho bien en ese precio, si no en más.
¿En cuánto más? Para eso la teoría económica no tiene respuesta, pues las preferencias de los individuos tienen orden jerárquico, y se pueden valorar ordinalmente, pero no cardinalmente. Esto es, podemos decir que preferimos un bocadillo a 3 Euros, pero no podemos decir que ese bocadillo lo valoramos en 4 Euros. Ni nosotros, ni mucho menos un economista observador del fenómeno.
Pero, en todo caso, los bienes intercambiados tienen más valor para el receptor que para el dador. Por tanto, sí es teóricamente posible conseguir intercambiar un clip por una casa. Con cada intercambio, el nuevo bien tiene más valor que el previo, y lo único que hay que hacer es encontrar a un nuevo individuo que valore más este objeto que el que está dispuesto a ceder.
Aparentemente, en este proceso se invierten básicamente dos componentes: el bien inicial y tiempo. Por tanto, el bien final tras cada intercambio deberá superar en valor para Kyle la suma de ambas utilidades. Teniendo en cuenta que obtener la casa le llevó al protagonista tan solo un año más el clip rojo, y que el valor de las casas suele superar un año de sueldo, tiene que haber algo más que explique el excepcional resultado.
Me refiero, por supuesto, a la función emprendedora del ser humano, que es capaz de encontrar desfases entre las valoraciones de un mismo bien por distintos individuos, y obtener como ganancia la diferencia entre ambas valoraciones. En el fondo, Kyle McDonald demuestra una gran capacidad de emprendedor, como se puede comprobar con un simple vistazo a la página web antes citada. Son estos beneficios obtenidos tras cada intercambio los que explican la hazaña.
En definitiva, la historia del anuncio imposible se puede explicar fácilmente si aceptamos algo que sabemos: que el intercambio de bienes solo se produce si las dos partes ganan, y que el hombre tiene una enorme capacidad de emprendimiento. Si, como hacen los economistas neoclásicos, asumes que el intercambio supone igualdad de valor, y que el hombre es un optimizador de recursos andante, este anuncio es mera ficción.
En su mundo de eficiencia y competencia perfecta, esto no es posible; en el nuestro, el real, sí.
- 28 de diciembre, 2009
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