Argentina: Mirando nuestro futuro
La terminación de un año, aunque sólo sea una cuestión de calendario, es siempre momento propicio para plantearse el futuro. De hecho es nuestra costumbre y la del resto del mundo, intercambiarnos augurios por el año nuevo.
¿Qué se puede esperar para un 2009 que empezará bajo el signo de una crisis internacional y que además tiene características propias en la Argentina? Se dice que de cada crisis surge una oportunidad. Esto es probablemente cierto, pero lo importante es descubrirla y aprovecharla. Quienes no creemos en la predeterminación pensamos que el devenir de la historia lo construye el hombre mediante la aplicación de su voluntad, inteligencia y trabajo. Por lo tanto nos esforzamos en interpretar los sucesos, diagnosticar los problemas y proponer soluciones en el marco de nuestros conocimientos y de los principios morales.
La Argentina entró en una compleja crisis económica y social y lo hubiera hecho igual aunque no se hubiera producido la crisis internacional. Este es un primer punto importante del diagnóstico para no equivocarse en lo que se debe hacer y no argumentar supuestas culpabilidades ajenas como lo intenta nuestro gobierno. La huída de capitales, la inflación, la insuficiencia de inversión, el aumento del riesgo país y el crecimiento de la pobreza, ya se habían hecho evidentes cuando el resto del mundo vivía aún en la bonanza. El primer mordisco a los fondos de los jubilados en marzo de 2007 y el manotazo sobre el campo con la Resolución 125 para sostener la situación fiscal fueron anteriores al estallido de la crisis internacional. La presunción creciente de un default del gobierno argentino se tradujo en una constante desvalorización de nuestros títulos públicos ya a partir de comienzos del año pasado. En rigor la anormalidad argentina tampoco es un rasgo de la era kirchnerista. Con algunas pocas intermitencias históricas, nuestro país se ha apartado del mundo y viene perdiendo posición relativa desde hace más de sesenta años. En definitiva, no se trata hoy de esperar la superación de la actual crisis internacional. Nuestro problema tiene características propias muy profundas y el cambio lo tendremos que lograr nosotros, los argentinos, con una dirigencia que se haga cargo de sus responsabilidades.
Los caminos para que la Argentina emerja de su decadencia y de su crisis no son diferentes de los que caracterizan a otros países que ya lo hicieron exitosamente. Hay doce desafíos esenciales del cambio para un futuro mejor: 1) relaciones internacionales amplias y no sesgadas por alianzas ideológicas que nos aparten del primer mundo; 2) respeto de las reglas y del derecho que rigen internacionalmente; 3) plena seguridad jurídica basada en instituciones sólidas y respetadas, en la división e independencia de poderes y en la honestidad y la ética pública; 4) gestión pública eficiente, subsidiaridad del estado y solvencia fiscal permanente; 5) atención de los compromisos financieros externos e internos; 6) cumplimiento irrestricto de los contratos y respeto del derecho de propiedad; 7) libertad y apertura económica que estimulen la inversión y el desarrollo económico y social; 8) estabilidad monetaria; 9) una promoción social genuina libre de clientelismo y demagogia; 10) erradicación del populismo; 11) seguridad personal, orden público y justicia eficaz; y 12) un clima de reconciliación, paz y unidad nacional que excluya el aliento oficial a los enfrentamientos y el odio, y sepa superar con sabiduría y equilibrio la discordia y las violentas divisiones del pasado.
¿Será 2009 el año de inicio de un cambio profundo y definitivo de la Argentina? Sin duda tendrían que producirse modificaciones políticas de suma importancia. La conversión o la transformación del matrimonio Kirchner no parece algo posible. La trama de sus compromisos ideológicos, sus complejas psicologías, sus resentimientos, y la corrupción de su gobierno, son incompatibles con casi todos los 12 desafíos anteriores. En tales circunstancias, la extrema dureza de la crisis no asegura un corrimiento del kirchnerato hacia la racionalidad, sino más bien un salto hacia delante – más de lo mismo -, o en todo caso una huída.
Las fuerzas más representativas de la oposición, incluyendo el peronismo antikirchnerista, no exponen aún la cohesión que les pueda facilitar la fortaleza política para imponer un cambio. Además deberían madurar y despojarse de supuestos doctrinarios y hábitos del pasado que no son compatibles con un país moderno y en condiciones de progresar. Buena parte de la oposición que busca hoy coaligarse, está sólo distanciada del kirchnerismo por sus denuncias de corrupción y por su rechazo a los abusos antirrepublicanos del poder, pero comulga esencialmente con gran parte de sus enfoques estatistas e intervencionistas. En el reciente debate por la estatización de la jubilación privada, los principales partidos de la oposición expresaron su acuerdo con que el sistema debía ser exclusivamente estatal y sólo votaron en contra por temor de la corrupción oficial en el uso de los fondos confiscados. Igualmente, en materia de derechos humanos esos mismos partidos exponen la misma visión asimétrica del kirchnerismo y de los movimientos de izquierda, ya que orientan la acción de repudio y penalización hacia los excesos represivos de las fuerzas armadas y de seguridad, sin agraviarse por la impunidad de los crímenes del terrorismo de los sesenta y los setenta, que motivaron aquella represión.
La visión moderna del mundo y la capacidad de sustentar un cambio cultural que saque a la Argentina de sus crisis recurrentes y de su decadencia está por ahora limitada a un número minoritario de dirigentes políticos. Sin embargo hay cada vez mayor cantidad de intelectuales, profesionales, empresarios, líderes religiosos y periodistas que adhieren a esa modernidad promoviendo los principios de la república, la democracia, la libertad y la ética pública. Hay un divorcio evidente entre estas elites y la mayor parte de la militancia política partidaria. La clave para el cambio está en la incorporación y participación activa de la intelligentzia responsable de la Argentina, en la política. Es el desafío número trece, que debe agregarse a la lista anterior.
- 23 de enero, 2009
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