Madoff: bingo, parió la abuela
Como si las actuales convulsiones del mundo financiero no fuesen suficientemente graves, se acaba de descubrir una gigantesca operación fraudulenta, quizás la mayor de la historia, maquinada por el neoyorquino Bernard Madoff. Cartón completo. Bingo.
Y aunque el título "La gran estafa" (Ocean´s Eleven) ya fue utilizado para una película con George Clooney y Julia Roberts, poco tardará Hollywood en contarnos sobre este increíble episodio de Wall Street.
Claro que Madoff, quien para perpetrar el fraude aprovechó su condición de "personaje de culto" en los círculos financieros internacionales, realmente no ha inventado nada nuevo: su delito lleva el nombre del italiano Carlo Ponzi, quien en 1920 había hecho lo mismo.
En efecto, el "esquema Ponzi" es un fraude cometido por financistas que prometen elevados rendimientos a incautos inversionistas, generando altas expectativas que les facilitan la obtención de un flujo creciente de nuevos clientes dispuestos a entregarles dinero fresco…, para pagar tales rendimientos extraordinarios. Alquimia financiera.
Claro que tan extraordinarios como los rendimientos son luego las pérdidas de capital experimentadas por los inversionistas cuando pretenden recuperarlo, pues el esquema es insostenible: Ponzi había terminado en la cárcel al no poder cumplir su promesa de duplicar en tres meses el dinero de los inversionistas.
La mentira de Madoff, quien fuera presidente del mercado electrónico de acciones de los Estados Unidos (NASDAQ, por sus siglas en inglés), duró mucho más tiempo que la de Ponzi, y alcanzó cifras escalofriantes: se estima que está en el orden de los 50,000 millones de dólares.
Por un lado, sus promesas no lucían tan increíbles como las de Ponzi, pues los rendimientos ofrecidos oscilaban entre el 10% y el 15% anual, aunque tenían la extraña característica de ser sumamente estables: parecían no tener vinculación alguna con la evolución del mercado accionario. De hecho no la tenían…, pues todo era un invento.
Y por otra parte, la forma de promocionar sus servicios era "por invitación", ante lo cual muchas personas emocionadas por la llamada de "Bernie", el gurú de Wall Street, entregaban su dinero sin preguntarle demasiado sobre sus estrategias de inversión. Increíble pero real.
Quizás no sería "chic" mostrar desconfianza averiguando tanto, y que al fin de cuentas sus rendimientos eran superiores a otros. Claro, el pequeño detalle es que con "Bernie" no recuperarían el capital.
Esto pone en entredicho la expresión "inversionista sofisticado", utilizada para definir a la gente que invierte en operaciones complejas, pues lejos de ser sofisticados terminaron siendo ingenuamente simples…, por lo cual la expresión no sería sino un oxímoron (¿what?). Es decir, una contradicción en términos, como "silencio atronador".
Ante estos casos reaparecen las sempiternas menciones a las fallas de regulación, que las hay. O en términos más generales, a las limitaciones del mercado, que las tiene.
Pero debe recordarse que ningún sistema puede proteger contra las malas decisiones, tal como es invertir sin haberse informado adecuadamente ni sospechar de rendimientos llamativamente estables, superiores al promedio. Jamás podrá haber ley alguna que proteja contra la estupidez, que según Einstein, es lo único infinito en este mundo.
Le dije al principio que el caso Madoff es quizás la mayor estafa de la historia, ¿cierto? Bueno, en verdad hubo peores.
Hace apenas un mes, por ejemplo, todos quienes en algún momento habíamos sido obligados (de forma compulsiva, y no voluntaria como en el caso de Madoff) a "invertir" en el sistema jubilatorio argentino fuimos estafados por una cifra total escalofriante: el gobierno se tomó 30,000 millones de dólares (y no nos entregó ni un pagaré…). ¡Qué tal!
Los burócratas nunca podrán evitar casos como el de Madoff. En parte por lo que dijo Einstein, y también porque suelen estar muy ocupados haciendo cosas intrascendentes. Definitivamente, tan iluso como confiar ciegamente en Madoff sería creer alegremente en los burócratas.
Ocurre que tal como Casio le dijo a Bruto: "El problema, querido Bruto, no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos".
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 25 de noviembre, 2013
- 16 de junio, 2012
- 8 de junio, 2012
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