Cuesta abajo
El País, Montevideo
Cuando se aprobó la ley de educación sentimos que el país daba su mayor salto atrás en años. El Codicen se integraría ahora con tres miembros designados por el Poder Ejecutivo con venia del Senado y dos gremiales, necesitándose cuatro votos para designar los cinco Consejos de cada una de las ramas. En una palabra, las gremiales docentes pasarían a tener un control dominante del proceso educativo, imponiéndose así una lógica corporativa despectiva de los poderes públicos constituidos por la mayoría ciudadana.
Nos costaba creer que esas gremiales que reconquistaban un poder perdido no estuvieran conformes. Pero era así y su demostración de violencia y desorden en la sesión del Senado lo testimonió. Allí quedó claro que se trataba -se trata- de conquistar el control absoluto y ni siquiera compartirlo con el gobierno. Conquistarlo, además, para una visión radicalmente crítica de nuestro sistema de organización social, partidaria de una enseñanza que está más cerca del adoctrinamiento que de la formación para la democracia, la ciencia y el trabajo.
Ni el partido de gobierno advertía entonces la magnitud del paso que estaba dando y enorme fue su asombro ante el desafuero de aquellos a quienes se trasladaba la formación de las nuevas generaciones.
Aún apesadumbrados por el retroceso abierto en el principal escenario del desarrollo, asistimos al espectáculo del congreso del Frente Amplio. Y digo asistimos, porque fue tal el despliegue de medios, que nadie pudo sustraerse a ese vendaval pasatista, que entronizó la candidatura de Mujica y enmendó el programa del Frente Amplio, para quitarle la moderación que el Dr. Vázquez le impuso en su momento para maquillar su oferta electoral.
Como vivieron "tragando sapos" estos años inaugurales del Frente en el gobierno, tal cual lo ha expresado tantas veces el ahora candidato oficial, se trataría de gobernar con su verdadero sentimiento, rescatar la esencia desdibujada del verdadero "Frente", aproximarse a su real idea de lo que debe ser el Uruguay en este mundo.
Y allí nos encontramos con un claro alineamiento cubano y chavista, con una integración energética a Venezuela, Bolivia y Ecuador y con que Unasur debe promover la renegociación de la deuda externa, el viejísimo slogan que reaparece. Nuestra ubicación en el mundo está clara. De "Latinoamérica" no hablamos, nos abroquelamos en la Unasur y desde allí rechazamos todo TLC con los EE.UU. para que el aislamiento del mundo desarrollado no deje resquicios por donde entrar.
Al mismo tiempo, la idea es seguir golpeando a la clase media con un sistema tributario como el del IRPF, eliminar "el lucro" del sistema de seguridad social ( o sea eliminar el ahorro individual), correr del país a quienes invirtieron en tierras atraídos por los llamados del propio gobierno y poner a la torta regresiva sus más relucientes frutillas: reinventar la vieja Subsistencias, con supermercados del Estado, refundar el Frigorífico Nacional y aun el Soyp. Estas instituciones tuvieron su sentido hace sesenta o setenta años. Cuando nadie pescaba ni comía pescado cabía concebir que el Estado intentara desarrollarlo; al instalarse una formidable industria exportadora, perdió su sentido, era inviable económicamente y se cerró. ¿Reabrirlo hoy para qué?
Está claro que estas resoluciones preconfiguraban el candidato: todo lo dicho era incompatible con el ex Ministro de Economía. Como es incompatible con el Presidente Vázquez y su programa la "anulación de la ley de caducidad", engendro jurídico inexistente, o la insistencia en la despenalización del aborto que acaba de vetar.
En una palabra, si alguien soñó con que estos cuatro años de gobierno le habían dado al Frente la madurez necesaria para encarar un nuevo gobierno con una visión modernizada del Estado y del país, se ha equivocado. Estamos ante un rebrote de los viejos eslóganes, ante una fuga hacia atrás, hacia un socialismo desaparecido en Europa y en los países serios de nuestro hemisferio.
No hace mucho se ha escuchado en Uruguay la palabra de Felipe González, de Ricardo Lagos, de Fernando Henrique Cardoso. Son las expresiones mayores de la social democracia en nuestra cultura iberoamericana. Para nuestro Frente Amplio no son referentes; se "traga" a Lula, porque no tiene más remedio, pero se alinea con todos los esperpentos neopopulistas de los países que pusieron marcha atrás a la inversión extranjera, a la incorporación de tecnología, al reconocimiento de que la empresa privada es un protagonista imprescindible del desarrollo. Se repudian deudas del Estado, se confiscan fondos privados de pensión con ahorros propiedad de los trabajadores, se cierran canales de televisión, se expulsan empresas importantísimas aun de países vecinos, reconfigurándose así el mundo latinoamericano subdesarrollado del que hace algunos años parecía que estábamos saliendo.
El partido de gobierno quiere sumarse a ese mundo del atraso. Repugna del mundo desarrollado. No cree en sus valores. Y por ello mismo anuncia una Asamblea Constituyente, que modificaría las bases de nuestra organización, tal cual lo ha proclamado la Senadora Topolanski, esposa del nuevo líder. Ella cree que hay que cambiar de la primera a la última norma de nuestro código institucional, porque "tiene una filosofía que no corresponde". ¿Cuál sería esa filosofía distinta? Se propone refundar el país, tal cual lo están pretendiendo Chávez y sus parientes políticos. Se podría ironizar sobre estas afirmaciones, al no advertirse su fundamento, pero quien lo dice está en el corazón de la actual conducción frentista y da, entonces, para preocuparse de verdad.
Todo esto ya no es un juego político. Ni siquiera un debate de candidaturas. Es de nuevo la confrontación de sistemas, el retorno de un rechazo frontal al Uruguay tal cual es. Es un "cuesta abajo" hacia el abismo del retraso, la demagogia, el estatismo más primario, la dictadura sindical. Cuando la crisis mundial comienza a cerrar la sangría de la emigración, se empieza programar la deserción del mundo, la búsqueda nostálgica de la utopía fenecida. Si no se lo advierte a tiempo, el cuesta abajo no tendrá límite; terminaríamos, como dice el tango, "arrastrando la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser".
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