La película que Hollywood debería hacer sobre Cuba
La estrella de Hollywood Benicio del Toro no es un humorista, pero este mes pareció estar interpretando a uno cuando dijo que consideraba que el papel del héroe de la revolución cubana Ernesto Guevara en la nueva película Che era como el de Jesucristo.
"Sólo Jesús pondría la otra mejilla. El Che, no", explicó Del Toro. Claro. Y Bernie Madoff es la Madre Teresa, sólo que a ella no le interesaba el fraude.
Ya que el mes que viene marca el 50 aniversario de la dictadura de Castro, no sorprende que la industria del cine intente sacarle provecho financiero al celebrar a Guevara, un ícono de la cultura popular. Como uno de los lugartenientes de Fidel Castro en la Sierra Maestra y uno de los encargados de hacer cumplir sus órdenes en los años posteriores a la victoria rebelde, su nombre es sinónimo de la Revolución Cubana.
Es difícil encontrar películas interesantes actualmente y Che es un buen ejemplo del problema. Puesto que el glamour rebelde vende camisetas y tazas de café, ¿por qué no lanzar otra repetición maquillada de la vida de Guevara? O, más precisamente, alguna versión mítica de su vida, esterilizada para el mercado masivo. En tanto, la verdadera maravilla de los últimos 50 años en Cuba —la corriente constante de heroicos inconformistas que lo han arriesgado todo por su aspiración a pensar, hablar y actuar libremente— sigue siendo la historia épica sin contar de nuestra época.
Si el comentario sobre "Cristo" de Del Toro es tonto, no es nada comparado a la explicación del director de la película, Steven Soderbergh, de por qué nos debería importar el Che. Cosas malas ocurren en una sociedad cuando "las ganancias se vuelven lo único importante", le dijo el director a Politico.com. "El sueño (del Che) de una sociedad sin clases, una sociedad que no se construye sobre el fin de las ganancias, sigue estando vigente. Las discusiones que aún perduran son acerca de su metodología".
Dejando de lado por un momento la graciosa repulsión personal de Soderbergh hacia las ganancias, la "metodología" que él insinúa que es debatible también se conoce como asesinato. El Che tenía una "idea homicida de justicia", explicó Álvaro Vargas Llosa en The New Republic en 2005, luego de investigar su vida. En su "Mensaje a la Tricontinental", el Che dijo: "Odio como un elemento de pelea; odio inquebrantable por el enemigo, el cual empuja al ser humano más allá de sus limitaciones naturales, convirtiéndolo en una efectiva, violenta, selectiva y despiadada máquina asesina".
Los resultados de la agenda utópica del Che tampoco ofrecen mucho que admirar. Como explicó el autor Paul Berman en 2004 en la revista online Slate, "el culto de Ernesto Che Guevara es un episodio en la crueldad moral de nuestra época. El Che era un totalitario. Lo único que logró fue el desastre".
El argentino fue asesinado en 1967 en los Andes Bolivianos mientras intentaba propagar la revolución en América del Sur. Pero su visión de cómo gobernar sigue viva en la Cuba actual. Es una plantación de esclavos, donde un puñado de acaudalados hombres blancos imponen su "moralidad" sobre las masas, en su mayoría compuestas por negros, quienes sufren privaciones innombrables y las libertades civiles son nulas.
Hay algo rico en el hecho de que la élite de Hollywood, supuestamente de vanguardia y contracultural, haga causa común con el establishment privilegiado de Cuba en 2008. Sus víctimas —artistas, músicos, activistas de derechos humanos, periodistas, bloggers, escritores y poetas y otros a quienes les quitaron la libertad de conciencia— merecerían solidaridad por parte de sus colegas que viven en libertad. En cambio, un vanguardista consumado como Soderbergh se pone del lado del politburó.
El régimen cubano ama a sus apologistas. Los protegen y desvían las críticas internacionales mientras en casa el régimen brutaliza a su gente. Informes desde la isla indican que desde que Raúl sucedió a Fidel en 2006, la represión ha empeorado.
Oswaldo Payá, líder del Proyecto Varela, que recolectó más de 11.000 firmas para pedir elecciones libres y libertades civiles en 2002, afirma que en los últimos meses han recrudecido las medidas represivas, "con una feroz persecución contra los activistas del Proyecto Varela y otros miembros de la oposición, y el prolongado escándalo de no liberar a los prisioneros de conciencia".
Uno de los cautivos de Castro es Oscar Elías Biscet, un médico afrocubano que es reconocido por su compromiso con la resistencia pacífica y que cumple una sentencia de 25 años. Cincuenta y ocho periodistas, escritores y defensores de la democracia encarcelados en 2003 también languidecen en las deplorables cárceles de Fidel. El número total de prisioneros políticos no se conoce, pero sin duda es mucho mayor.
Las fuerzas de seguridad estatal y las brigadas de respuesta rápida —también conocidos como matones a los que se les paga para maltratar a los disidentes— han trabajado a tiempo completo este año. Pero a pesar del terror y la amenaza del encarcelamiento, el espíritu cubano aún lucha por la liberad.
Esta es la maravilla de la revolución: cincuenta años de terror estatal no han silenciado a la resistencia. Tal vez algún día Hollywood haga una película sobre esto.
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