Esperando a Obama
3 de enero, 2009
3 de enero, 2009
Esperando a Obama
Todo el mundo está esperando a Obama, como a Godot. Pero ¿qué pasará cuando todos los que celebran su triunfo lleguen a Washington y oigan lo que va pedirles? Pues antes que el presidente global, posracial, multicultural y todas esas cosas que se le ha llamado, Obama va a ser el presidente de su país, y como tal, pondrá sus intereses por encima de los de cualquier otro.
¿Qué va a pasar, por ejemplo, cuando llegue Zapatero y le pida más tropas para Afganistán, una de las prioridades del nuevo presidente norteamericano? «De entrada, no», ha dicho ya el nuestro. Podrá gonzalearlo, con la consiguiente rechifla, o aznarearlo, con más rechifla todavía. Pues Obama va en serio, estén seguros de ello. Quiere cambiar tanto la escena nacional como la internacional, aunque con cautela, como indican los pasos previos que está dando. En la campaña electoral dijo a sus compatriotas lo que querían oír. Como presidente, tendrá que decirles lo que no es agradable escuchar: que lo de Afganistán va mal, que retirarse de Irak llevará más tiempo del pensado, que la crisis económica es mayor de lo que nadie imaginaba, que las cosas irán a peor antes de mejorar, que no hay remedios milagrosos para nada de ello.
Obama es el primero en saberlo. No es un visionario ni, menos aún, un ideólogo. Se ha rodeado de realistas, algunos de ellos pertenecientes a pasadas administraciones, como comprendiendo que nadie como los conocedores de la enormidad del desastre para hacerle frente. Él solo, desde luego, no puede hacerlo. Ni su país. Necesita la asistencia del resto. De ahí a su petición de más tropas para Afganistán, verdadero campo de batalla con el terrorismo islámico, no Irak, como creía Bush.
Pero necesita, sobre todo, el apoyo de su pueblo. De entrada, lo tiene. Los norteamericanos no le han elegido por ser negro, ni joven, ni alto, ni carismático. Le eligieron por creer que era el candidato con más posibilidades de ganar las batallas políticas y económicas a las que se enfrentan. Obama basó su plataforma electoral en el cambio, y los norteamericanos lo han aceptado sin mayores problemas, ya que este país se está renovando continuamente. Él mismo es el mejor ejemplo de ello. ¿Quién podía imaginarse hace cincuenta años, cuando en el sur los negros no podían ir a las mismas escuelas ni beber en las mismas fuentes públicas que los blancos, que uno de ellos llegaría a la Casa Blanca, no como criado sino como inquilino, que es lo más alto que puede llegarse en este país?
Pero detrás de ese cambio hay algo más importante todavía: un ansia de unidad por encima de la diversidad, única manera de superar los desafíos. Y Obama representa lo que hermana a este pueblo, no lo que le divide. Él nunca ha explotado sus diferencias, que son tantas, sino al revés, ha subrayado sus afinidades. No es un balcanizador, sino un unificador. Si recuerda el pasado, es para evocar lo que los norteamericanos tienen en común, no sus contiendas civiles. Es por lo que le han elegido y en lo que confían para ganar la difícil batalla que tienen por delante. Mientras nosotros…
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