Medio siglo, vida a medias
SALAMANCA. Después de comer las doce uvas y el brindis y las felicitaciones de rigor –así se celebra la entrada del nuevo año en España– se cayó en lo que quizá era un tema obligado. Alguien recordó que en ese momento se cumplían los cincuenta años de la llegada de Fidel Castro y sus compañeros a La Habana, poniendo fin a una guerra civil que se había iniciado en diciembre de 1956. En el pequeño yate “Grandma” (“Abuela” en inglés) Fidel y un grupo de seguidores desembarcaron en la isla prosiguiendo así su lucha contra el sanguinario dictador Fulgencio Batista.
Prosiguió porque años antes, en 1953, fracasó en su asalto al cuartel de La Moncada que le valió un tiempo de cárcel y otro de exilio.
No sé si valió la pena que se recordara tal aniversario. El enfoque no era ni nuevo ni original ya que el propio Raúl Castro, en su discurso pronunciado con motivo de tal aniversario, había planteado el tema diciendo –como es fácil suponer– que la revolución había valido la pena y que el socialismo no había fracasado en Cuba.
La discusión se vuelve un tanto difícil en este tema, pues los datos que ofrece el Gobierno cubano de su crecimiento y el bienestar de su población se basan en mediciones que no son las mismas que se utilizan en cualquier otro país del mundo. Las fórmulas y las cifras las ponen ellos de modo que puedan decirles a los descreídos y a sus seguidores que el ingreso anual per cápita en la isla es de 6.000 dólares (el de Paraguay es de 1.878 dólares). Cuba se niega con toda firmeza a utilizar los parámetros internacionales, como así también se niega a utilizar esas medidas para dar a conocer cuál es el nivel de pobreza de sus habitantes.
Cuando se está en Cuba es muy visible la falta de coincidencia de la propaganda oficial con lo que se ve en la calle. El dólar se cotiza a la par del peso cubano. Claro que nadie ve un dólar ni por milagro a no ser quienes están relacionados con la actividad turística. Un joven ingeniero, que nos servía de guía, ganaba con cada propina que le dábamos mucho más del doble de lo que ganaba un ingeniero calificado, ocupando un puesto alto dentro de la maquinaria del Estado.
Hay que considerar que el salario promedio de un trabajador cubano es de 20 dólares (unos noventa y nueve mil guaraníes) mensuales. Al año son 240 dólares (alrededor de 1.188.000 guaraníes). En pocas palabras, un trabajador cubano gana, como término medio, en un año, lo que un trabajador paraguayo gana en un mes. Otros datos ilustrativos son que nada más que un 9 por ciento de los cubanos tienen acceso a un teléfono de línea baja y el uno por ciento a un teléfono celular. Siguiendo por este camino, el dos por ciento de los cubanos tienen acceso a internet muy por debajo del siete por ciento que tiene Haití, considerado el país más pobre de toda América.
¿Cuál fue el gran triunfo de la Revolución Cubana? Las eternas muletillas: la educación y la salud pública al alcance de todos. Cuba es el país con el más bajo índice de analfabetismo de América y el menor índice de mortalidad infantil (seis por cada mil niños nacidos vivos). Lo curioso es que de acuerdo a estadísticas de Naciones Unidas en 1957, Cuba se encontraba ya entre los primeros países más alfabetizados y con un bajísimo índice de mortalidad infantil.
Claro que la política represiva de los hermanos Castro ayuda a controlar el crecimiento demográfico que en Cuba es esencial debido a la carestía de alimentos y a su baja producción agrícola. El diez por ciento de su población eligió el camino del exilio. Hay que sumarle unas 8.500 ejecuciones ordenadas por los tribunales cubanos y no se tienen registros de los “balseros” que murieron en su intento de llegar a costas de La Florida, en frágiles e improvisadas balsas, cuya tripulación es devorada, con frecuencia, por los tiburones que abundan en las aguas del Caribe.
¿Cuántos años más de sacrificios, de pérdida de vidas humanas, de políticas represivas, de cárceles llenas de disidentes, de críticos al régimen, serán necesarios para que se llegue a la famosa “hasta la victoria siempre”? Lo mejor de todas estas celebraciones para el pueblo cubano es que sus dirigentes están tan viejos y enclenques que en lugar de pronunciar discursos de ocho horas, bajo un sol inmisericorde en la Plaza de la Revolución, mandaron sus escuetos saludos en las páginas del “Granma”, el único periódico permitido en la isla. ¿Valía la pena o no?
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