América Latina: Cuando la tensión de la Guerra Fría se adueñó de la región
"Caída sin grandeza", se tituló el editorial con el cual LA NACION, al día siguiente de que Fulgencio Batista huyera con destino a la República Dominicana, celebró la victoria del movimiento revolucionario de Fidel Castro.
Llama hoy la atención la energía con la cual el editorialista anotaba con admonición que "Cuba, recuperada para la democracia, sabrá salvar el escollo de las teorías extremas, que la llevarían a nuevas horas de dolor y de muerte". Debe descontarse, por el estilo, que ese comentario fue escrito por una de las figuras notables de la historia del periodismo argentino, el entonces subdirector del diario y jefe de Editoriales Juan Santos Valmaggia. Los editoriales de política exterior los había escrito por varios años José Luis Romero.
Sí, Romero, socialista y medievalista respetado por los colegas de todo el mundo y rector de la Universidad de Buenos Aires hasta que lo sucedió Risieri Frondizi. Había dejado de colaborar con el diario al asumir funciones académicas.
El 3 de enero, LA NACION informaba, por un cable de la AP, que James Fulton, miembro republicano de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes norteamericana, recomendaba que el gobierno hiciera saber a Castro que los Estados Unidos "se muestran firmes contra la dominación comunista" en el hemisferio. Algo indigestaba a Fulton y allegados para que se apelara a ese recurso.
Y el 4 en LA NACION se hacía saber que Il Quotidiano , órgano oficial de la Acción Católica de Italia, había dicho, como al pasar, que lo ocurrido en Cuba no constituía necesariamente un triunfo del comunismo.
No se prestaba demasiada atención todavía a los fusilamientos del nuevo régimen. Habían comenzado, después de juicios revolucionarios sumarísimos por crímenes contra el Estado, en la fortaleza de La Habana, bajo la dirección del hombre que se sentía a sus anchas para el caso, el Che. El presidente provisional, Urrutia, anunció que se aplicarían los mismos procedimientos que en Alemania al terminar la guerra.
Al fin, el 9, entre las primeras prevenciones por lo que estaba ocurriendo, se escuchó la voz insospechada de The New York Times . En un editorial, el mismo diario que con la firma de Herbert Matthews había publicado las primeras informaciones que otorgaron relevancia mundial a la guerrilla contra Batista, apuntaba que la única mancha de la revolución la constituía el fusilamiento de adversarios. Y apremiaba a cesar en los hechos.
Desde un primer momento, Castro criticó la permanencia de una misión militar norteamericana en Cuba, pero lo hizo en medio de declaraciones que se opacaban unas a otras. El 7, el corresponsal del Diario de la Marina , que lo acompañaba en un viaje entre Santa Clara y Cienfuegos, le preguntó si Cuba mantendría relaciones con la Unión Soviética. La respuesta fue que "el país no debe mantener relaciones con ninguna dictadura".
¿Anotó debidamente el corresponsal la respuesta de Castro? ¿Falso registro de una publicación que no tardaría en ser perseguida?
Vena nacionalista
Se advertía, desde luego, una vena nacionalista entre los combatientes que echaron a Batista del poder y demolieron lo que había hecho de La Habana una lujosa sala de juego y de prostitución, con leyendas de pistoleros calcadas del Chicago de los treinta. La prostitución ha vuelto hace mucho a la isla, como lo saben los turistas. Y es parte de una de las frustraciones más elocuentes y dramáticas de la revolución que se había propuesto construir una sociedad nueva.
Había, sin duda, un componente nacionalista en la revolución y entre los simpatizantes que cosechó en el exterior desde los primeros meses de gobierno. Lo había habido en la Argentina entre quienes, después de revistar en la Alianza Libertadora Nacionalista -versión del peor fascismo en los años de Perón-, se entreveraron en la dirección de movimientos subversivos de izquierda los años sesenta y setenta. Violencia, al servicio de causas contrapuestas, pero violencia.
La revolución cubana no preguntó de dónde venían los nuevos adherentes, sino adónde querían ir. Fue hospitalaria y dio entrenamiento y otros estímulos a los movimientos solidarios con Castro y los enlazó en una dirección continental unificada.
Hubo también nacionalistas de cuño menos extremo y burdo que el de la Alianza Libertadora, pero que de igual modo comenzaron a confiar en las bondades de la experiencia castrista a medida que ésta se alejaba de las posiciones más liberales de hace cincuenta años. Aquellos perseveraron en la solidaridad con la revolución más allá de la frontera en la que no había dudas de que la isla estaba sometida a una política lunática y totalitaria. A merced de los intereses internacionales de la Unión Soviética.
La complejidad de los factores involucrados llevó a que el 5 de febrero de 1961, después de un viaje a Cuba, el doctor Alfredo L. Palacios, del Partido Socialista Argentino, obtuviera, con votos de simpatizantes de Fidel Castro, una banca de senador por la Capital Federal. Ese domingo hubo sólo una banca más en juego, pero para diputado y también por la Capital Federal, y quedó en manos del candidato de la Unión Cívica Radical del Pueblo, Carlos Adrogué. Los candidatos del gobierno del doctor Arturo Frondizi fueron relegados al tercer lugar.
Los socialistas habían sido críticos, en los dos últimos años, de la militarización de trabajadores a través de la aplicación del plan Conintes, previsto para situación de conmoción del Estado, que se encontraba vigente desde el gobierno del general Juan Perón. Ese plan fue aplicado, entre otros, a personal ferroviario, bancarios, trabajadores del Frigorífico Lisandro de la Torre y del servicio de colectivos de la ciudad como respuesta a movimientos huelguísticos. A pesar de todo, Frondizi consiguió imponer la privatización del servicio automotor.
Un mundo bipolar
El curso de los acontecimientos cubanos maduró en el odre de la Guerra Fría. Sin ella estaría ausente el contexto político y estratégico que lo abarcó todo. Como los principios de la doctrina de la seguridad nacional que se trazaron para contener en América latina el brazo largo del imperialismo soviético y terminaron sirviendo a una diversidad de propósitos. Así estalló la revolución militar de Brasil, en abril de 1964; así cayó aquí, en junio de 1966, el gobierno constitucional y democrático de Arturo Illia y asumió el poder el general Juan Carlos Onganía.
No puede pasarse por alto la gravitación de la Guerra Fría y la tensión mundial entre el bloque occidental, encabezado por los Estados Unidos, y el concierto de países comunistas, bajo tutela soviética. Ese fenómeno, originado poco después del fin de la Segunda Guerra, es indispensable para comprender los grandes acontecimientos políticos y militares de la región de antes y después de Fidel Castro. Desde la revolución contra el gobierno de Jacobo Arbenz, en Guatemala, en 1954, hasta los acontecimientos de Chile (1973) y la Argentina (1976).
Siempre se hablará sobre si hubo de parte de Estados Unidos excesiva confianza en los medios de que disponía para neutralizar el viraje de Cuba hacia una izquierda incontrolable y hostil. La revolución cubana dejaría a sólo 90 millas de Key West un espacio en que se hallaba interesado el poder militar e informativo de los soviéticos.
Siempre habrá un debate sobre si el curso de la revolución fue desviado como consecuencia inevitable de la arrogancia excesiva de Washington. Y sobre si la merma de reflejos de Washington para actuar debe anotarse entre las razones que también contribuyeron por un tiempo a la desorientación de la prensa y de muchos de los políticos argentinos: la palabra contradictoria y críptica, en aquellos comienzos de 1959, de Fidel Castro.
- 31 de octubre, 2006
- 10 de junio, 2015
- 28 de octubre, 2005
- 14 de septiembre, 2015
Artículo de blog relacionados
El Nuevo Herald Cincuenta años después de que Fidel Castro llegó al poder...
15 de diciembre, 2008The Wall Street Journal BEIJING—China reportó el jueves su peor crecimiento económico trimestral...
18 de abril, 2009- 12 de marzo, 2013
"Caída sin grandeza", se tituló el editorial con el cual LA NACION, al...
6 de enero, 2009