Dos posibles desenlaces para Israel
Los líderes de Israel han ocultado a propósito sus objetivos bélicos en Gaza. Pero sólo existen dos finales posibles: (a) un cese de las hostilidades de estilo Líbano a ser supervisado por observadores internacionales, o (b) la desintegración del gobierno de Hamás en Gaza.
Bajo enorme presión internacional — incluyendo a un cada vez más vacilante Departamento de Estado norteamericano — el gobierno de Ehud Olmert ha empezado a dar muestras de ser receptivo a un plan de alto el fuego franco-egipcio, consintiendo esencialmente al Final A.
Ese sería un error terrible.
Caería por su propio peso. Contaría con los mismos elementos de la falsa paz del Líbano: una fuerza internacional que renuncia a cualquier uso significativo de la fuerza, un embargo armamentístico bajo el cual las armas fluyen con tranquilidad, y un cese de las hostilidades hasta que el bando terrorista se ha rearmado y está preparado para iniciar la siguiente ronda de hostilidades.
El desarme de Hezbolá en el Líbano promulgado por Naciones Unidas es una farsa reconocida. Los efectivos extranjeros no sólo no han impedido el rearme masivo de Hezbolá. Su presencia misma hace imposible que Israel tome cualquier acción militar preventiva, a fin de no alcanzar accidentalmente al vigilante belga de fronteras de casco azul.
La “comunidad internacional” presiona a fondo ahora para imponer una reproducción en Gaza de esa charada. ¿Alguien puede imaginarse que unos inspectores internacionales van a arriesgar sus vidas para evitar el contrabando de armas? ¿Para detener a terroristas? ¿Tomando parte en refriegas con equipos lanzacohetes que atacan a civiles israelíes al otro lado de la frontera de Gaza?
Por supuesto que no. Se seguirán introduciendo armas de contrabando. Se construirán fortificaciones más seguras y profundas con vistas a la siguiente ronda. Mezquitas, escuelas y hospitales serán utilizados de nuevo para almacenar armas y como refugios de terroristas. ¿Cree usted que los "pacificadores" franceses van a registrarlas?
Lo cual es el motivo de que el único resultado aceptable de esta guerra, para Israel y para el mundo civilizado, es el Final B: la desintegración del gobierno de Hamás. Ya está en marcha.
No tiene que ver con matar a cada pistolero de Hamás. No es posible, ni es necesario. Los regímenes no gobiernan físicamente dominando a cada ciudadano en su entorno, sino haciendo que la mayoría acepte su autoridad. Eso es lo que sostiene a Hamás, y eso es lo que es objeto ahora de un asalto masivo.
La dirección de Hamás no sólo está seriamente tocada sino abiertamente humillada. Los grandes guerreros que animan a los demás al martirio se esconden bajo tierra incomunicados casi por completo. Patentemente incapaces de proteger a su propio pueblo, suplican ayuda exterior, no recibiendo a cambio sino palabras de sus hermanos iraníes y árabes. ¿Y quién proporciona realmente los pasillos de ayuda humanitaria a los civiles palestinos? Israel.
En los cuatro primeros minutos de esta guerra, las Fuerzas Armadas de Israel destruyeron 50 objetivos, abatiendo prácticamente todo instrumento y símbolo del gobierno de Hamás. Los imponentes líderes de Gaza eran marginados y quedaban impotentes, dejando a su pueblo a su suerte. En tales momentos, los regímenes son extremadamente vulnerables a perder lo que los chinos llaman el mandato divino, la sensación de legitimidad que sustenta toda forma de gobierno.
La caída del gobierno de Hamás en Gaza está al alcance, pero sólo si Israel no cede a las presiones de detenerse ya. Derrocar a Hamás no requiere una reocupación israelí permanente. Una fuerza internacional de transición llegaría a la zona para despejar inmediatamente el camino al retorno de la Autoridad Palestina, el gobierno legítimo cuyas fuerzas serán mucho menos delicadas que los efectivos europeos a la hora de imponer el orden en Gaza.
La desintegración del gobierno de Hamás en Gaza supondrá un golpe devastador al rechazo palestino a la existencia de Israel, que desde la toma de control de Gaza por parte de Hamás ha sido "el caballo de batalla" predominante en la política de los palestinos. Será un golpe devastador para Irán en calidad de patrono de los movimientos islamistas radicales de toda la región, en particular tras la derrota y marginación del satélite Sadrista de Irán que era Irak. Animaría a los estados árabes moderados a continuar la confrontación junto a Estados Unidos contra Irán y sus brazos. Y manifestaría el irreemplazable valor estratégico de Israel para Estados Unidos a la hora de contener y poner coto a las ambiciones regionales de Irán.
Olmert tuvo oportunidad en el Líbano. La echó a perder. Ahora tiene una infrecuente segunda oportunidad. La criminal teocracia perturbada de Gaza — apenas cuatro días antes del enfrentamiento, el parlamento de Hamás aprobaba una atroz legislación basada en la Sharia, legalizando, entre otras sutilezas, la crucifixión — está al borde del abismo. Puede ser derrocada, pero solamente si Israel está dispuesto — y se le permite — rematar la verdadera misión de esta guerra. Para el Departamento de Estado Bush, en su último acto de la función, evitar eso con la prematura imposición de un alto el fuego no sólo sería autodestructivo sino vergonzoso.
© 2009, Washington Post Writers Group
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