Cuba: Medio siglo de mentiras totales
El 1 de enero de 1959 se instaló en Cuba una dictadura totalitaria, la única en el entero Hemisferio Occidental desde que fuera éste descubierto por europeos en 1492.
Todavía persiste, como perduró 70 años la de Lenin-Stalin.
El fenómeno del “totalitarismo” ha acumulado más oprobios que ningún otro despotismo en la historia, como lo documentó la genial inteligencia de Hanna Arendt.
Ha sido la aberración moral por antonomasia de todos los siglos y hubo de darse en el nuestro, el del hombre propelado hasta la Luna y de Bill Gates y su revolución de la informática.
Su mendacidad no ha tenido paralelo, ni veo posible que lo pueda tener en el futuro.
“Calumnia, que algo queda”, comentó Voltaire, lo que parecen haber erigido en la divisa suprema de su propaganda los hermanos Castro, contra cualquiera que ose disentir de ellos o tenga la dignidad elemental de llamarlos por lo que son: asesinos de cuerpos y, sobre todo, de almas.
Son casos para desmenuzar clínicamente. Ambos, sobre todo Fidel, abrigan el resentimiento contra un padre que los engendró de su cocinera cuando todavía vivía la legítima esposa.
Nunca han trabajado ni jamás firmado un contrato por el que se vean obligados éticamente a cumplir con sus obligaciones.
Herederos de millones, empero, de ese mismo padre, que despilfarraron alegremente en sus andanzas “revolucionarias”.
De una ignorancia “enciclopédica”, de la mano de una insolencia que no conoce rubores, se han hecho los solos amos de 11 millones de infelices esclavos a los que a la más mínima infracción pueden retirarles la tarjeta de racionamiento respectiva, pues ni lo que comen comprado con su mísera “retribución” en efecto les pertenece.
Los “amos” no conocen superiores y, por tanto, no se sienten ligados a rendir cuentas de lo que hacen a nadie. Castro loquto, ítem soluto. Cada curul de la “asamblea del poder popular”, montada por ellos, depende del talante de ese día del “amo”, pues las elecciones unipartidistas que supuestamente los legitimaron en sus puestos ni admitieron ni admiten de ninguna otra posible opción a las prescritas por cualquiera de los dos amos, el que esté de turno.
Han hecho de un pueblo indómito y pensante un rebaño de pusilánimes.
No existe familia, ni autonomía municipal, universitaria o de seguridad social ajenas al capricho dictatorial. Ni siquiera el derecho a la huelga, cuanto menos a viajar libremente. No se fomenta la lealtad sino la delación. Tampoco se inculca una escala de valores universales, más bien la utilidad de los privilegios antojadizos a quienes sirven más abyectamente, esto es, se encorvan sin haber visto, oído o dicho nada.
Los diplomáticos “cubanos” en el exterior no se sienten llamados a velar por los intereses y derechos de sus conciudadanos en el exterior, sino a vigilarlos estrechamente en sus actividades. El “Hermano Mayor” lo ha de saber todo.
No hay honor, hay jineteras.
No hay amigos, hay soplones.
No hay laboriosidad, hay resignación.
No hay iniciativas, hay mandatos.
No hay opiniones, hay consignas.
No hay inmigrantes, hay balseros.
No hay hijos, hay abortos.
No hay verdades, hay excusas y, para eso, falsas.
No hay manifestaciones, hay marchas.
No hay iglesias, hay santerías.
No hay azúcar —¡en Cuba!—, hay “azucarados”.
No hay prensa, hay boletines.
No hay jueces independientes, hay presos políticos.
No hay esperanza.
¿Hasta cuándo? Porque la historia recoge que: “Se puede engañar a una parte del pueblo todo el tiempo o a todo el pueblo una parte del tiempo; pero no puede engañarse a todo el pueblo todo el tiempo” (Abraham Lincoln).
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