Sin libreto
En EE.UU. el presidente electo Barack Obama se reunió con el saliente George W. Bush y los ex presidentes Bush padre, Carter y Clinton. Dos temas acapararon la atención de tamaña reunión cumbre: la guerra de Gaza y la crisis económico-financiera.
El primero, más antiguo que las religiones que lo animan. Quizás anterior al propio conflicto que se le planteó al bueno de Abraham con sus hijos Ismael e Isaac. Un tema de nunca acabar y al que no es fácil dar una solución definitiva, como ha quedado probado a lo largo de los milenios.
En cuanto a la crisis, es sin duda aun más grave, más global e incluso por ello más urgente que cualquier otra, y para la cual, por ahora, no aparece una fórmula de salida.
Para esta crisis no hay un libreto al que recurrir, y quizás la necesidad de salir a la búsqueda de uno o identificar cuál es ha sido la mayor preocupación de los cinco participantes de la referida reunión.
De la crisis del ‘29 se salió con el New Deal, en base al libreto que ya antes había delineado John Maynard Keynes. Previo a las dificultades que hicieron eclosión al inicio del la década del ‘80 del siglo pasado, -una carátula fue la crisis de la deuda externa, pero las causas fueron varias más, -Milton Friedman en la Universidad de Chicago y desde sus libros y artículos, ya pergeñaba un nuevo libreto, el que fue aplicado con éxito hasta que veinte años después comenzó a fallar y se le hicieron algunos remiendos que alentaron la imaginación, y la irresponsabilidad, por no usar un calificativo más duro, de los operadores y que culminó con esta gran crisis financiera que hoy se padece.
Y como no hay libreto, cualquiera se sube al escenario y se cree un primer actor, sin necesidad de memorizar nada ni de apelar al apuntador. Así, mientras Rodríguez Zapatero se dio el lujo de tempranamente negar la crisis y hoy continúa esquivando la realidad, Aznar viaja por el mundo dando conferencias y dictando cátedra sobre lo que sea.
Nicolas Sarkozy cree que es su hora y salta de un lado a otro del mundo arbitrando sus soluciones y no hay tema que le sea ajeno y para el cual no tenga el antídoto indicado. Seguramente se siente un nuevo De Gaulle, obviando que hay una diferencia de por lo menos 35 centímetros entre la estatura de uno y otro. Y eso solo para empezar.
El último de los tablados se levantó en Bahia (Brasil) a fines del año pasado con la camada de actores surgidos de la nueva escuela del neoprogresismo-populista. Castro, el hermano, de uniforme verde oliva, fue el más abrazado y aplaudido.
Fue un escenario multicolor no solo por la variedad de soluciones y megaideas, y por los ricos y variados antecedentes de los protagonistas, sino hasta por las vestimentas: uniformes militares, alegres camisolas ecuatorianas, casacas bolivianas y túnicas paraguayas, hasta los trajes de alpaca de quien ayer fue obrero metalúrgico y hoy ha sabido asumir su nuevo rol, hasta el rojo subido, con boina y todo, del comandante ex golpista (aunque nadie lo recuerde) presidente de Venezuela y líder revolucionario de América Latina.
Todo improvisación pura. Cada uno con su propio libreto. Tanto da; en realidad, hoy por hoy, ninguno de los que está sobre el escenario sabe qué es lo que tiene que hacer, cómo moverse ni qué decir.
Por supuesto que el tema no pasa por la solución cubana, y esperemos que los abrazos y aplausos de Bahia no sean más que eso.
¿La solución cubana? Ya no sería un problema de izquierdas o derechas: sería, simplemente, cosa de locos.
Quizás el diagnóstico más atinado sobre la situación actual lo dio uno de los presidentes que estuvieron en Brasil, quien advirtió que “el mundo parece un manicomio manejado y atendido por sus propios pacientes”.
¿Será efectivamente así?
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