El día de lo posible
Siglos de obstáculos, vejámenes y exclusiones terminan. Años de sacrificios y esfuerzos dan frutos. Meses de anticipación quedan atrás. Semanas de preparativos finalizan. El día llegó. Es indudable de que hoy es un día especial para todos los que creen que los pueblos pueden lograr grandes cambios por las urnas, a través del voto, sin la necesidad de recurrir a las armas, el terrorismo, la guerra civil y el fratricidio.
Es el inicio de una nueva era. Pero también marca el fin de las expectativas. A partir de este momento comienza la cruda labor que enfrenta la realidad del ejercicio del poder y, más importante aún, de la coyuntura que lo condicionan a las expectativas de una sociedad que, en un ochenta por ciento, aprueba de la llegada del nuevo mandatario con la esperanza en que esperan algunos pueblos que un profeta los lleve a la tierra prometida.
Es, precisamente, en atención a ello que el reto mayor de Barack Obama, al asumir la Presidencia de los Estados Unidos de América, lejos de ser la economía, o la guerra de Irak, o el conflicto de Afganistán, o la disputa por Gaza, o la latente y constante amenaza del terrorismo internacional consiste en su habilidad y, la de todo su gobierno, de atemperar las expectativas de un pueblo que, consciente o inconscientemente, piensa que llegó el cambio y, peor aún, es instantáneo.
Basta con recordar que después de los ataques a las Torres Gemelas, apenas poco más de siete años atrás su antecesor, George Bush, quien hoy sale de la Casa Blanca con la peor aceptación popular en la historia de un mandatario norteamericano contaba con el respaldo de más del noventa por ciento de la población.
No es, sin embargo, momento de decepción, ni de frustración, ni mucho menos de desesperación. Sí es momento de reflexión sobre aquello que es posible, sobre lo otro que es necesario y sobre qué va a ser inevitable para hacerlo posible. Ni será fácil, ni será inmediato. En atención a ello, lo más importante es desear lo mejor y saber que lo mejor resultará ser aquello que es posible dentro de la imposible agenda que queda por delante.
Pedir más. Esperar más y más, sería absurdo, pues Obama no es un superhombre. Por eso, le compete atemperar las expectativas, cualificar las probabilidades, solicitar solidaridad pero, sobre todo, rogarle al pueblo, no sólo el de los Estados Unidos de América, sino el de una aldea global que hoy centra sus esperanzas en él, que tengan paciencia y colaboren para, en conjunto, alcanzar lo posible. Pedirle otra cosa sería no sólo frívolo, sino irresponsable y, definitivamente, la mejor manera de frustrar las expectativas de que ha llegado un nuevo día: el de lo posible.
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