La fatal arrogancia de Obama
Barack Obama quiere utilizar la recesión para transformar la economía de Estados Unidos: "La dolorosa crisis también nos ofrece la oportunidad de transformar nuestra economía para mejorar las vidas de la gente de a pie". Su jefe de Gabinete, Rahm Emanuel, es más directo: "Nunca hay que desperdiciar una crisis importante".
De manera que tienen la intención de "transformar nuestra economía". El plan de Obama de casi un billón de dólares no tiene como finalidad solamente reparar los puentes y reformar las escuelas, también pretende imponer una visión utópica de que la economía es una materia que debe planificarse desde el Gobierno. Se trata de una presunción arrogante. Nadie puede saber lo suficiente como para rediseñar algo tan complejo como "una economía"; por cierto, una economía no es más que la suma de gente que intercambia bienes para alcanzar sus fines. Planificar la economía significa planificarnos a nosotros.
Obama y Emanuel quieren que creamos que su modelo de reforma nos traerá la recuperación de la crisis. Pero lo cierto es que hemos salido de recesiones anteriores sin necesidad de llevar a cabo una transformación radical de la economía y de la sociedad. De hecho, en la práctica, la reforma obstaculizará la recuperación.
Ésta no es la primera vez que un presidente elige la ingeniería social en lugar de la recuperación. Franklin Delano Roosevelt lo hizo con su New Deal y el resultado fueron varios años de depresión y de dificultades. Sus prioridades fueron criticadas no sólo por los detractores del estatismo sino también por John Maynard Keynes, el economista británico cuyas teorías inspiraron a su Administración. En una carta abierta publicada en el New York Times le dijo a Roosevelt:
Usted se enfrenta a una doble tarea, la recuperación y la reforma: la recuperación de la crisis y la aprobación de esas reformas comerciales y sociales necesarias desde hace mucho tiempo. Para lo primero, la velocidad y los resultados inmediatos son esenciales. Lo segundo podría ser también urgente, pero toda precipitación resultaría perjudicial. Incluso la reforma podría obstaculizar y complicar la recuperación al reducir la confianza del mundo empresarial y debilitar los incentivos para realizar negocios. No tengo claro, echando la vista atrás, que se haya respetado el orden de prioridad entre la recuperación y la reforma o que las medidas encaminadas a la reforma no hayan sido equivocadas para lograr la recuperación.
Puede darse cuenta de la preocupación de Keynes. Las intervenciones del Gobierno, como cartelizar la industria, retrasaron la recuperación. Es decir, los inversores no estuvieron dispuestos a asumir riesgos si sus beneficios y su libertad eran rapiñados por las Administraciones Públicas. El historiador Robert Higgs llama a este fenómeno "régimen de incertidumbre".
Al parecer, la carta de Keynes tuvo una escasa influencia en Roosevelt, que siguió fiel a sus planes. En su segundo discurso de investidura, unos cuantos años después, Roosevelt expresó su temor a que las señales de recuperación pusiesen fin a sus proyectos de reforma: "Mantener el progreso hoy, sin embargo, es más difícil. La conciencia adormecida, la irresponsabilidad y el egoísmo sin escrúpulos reaparecen. ¡Son augurios del desastre! La prosperidad pone a prueba la firmeza de nuestra visión progresista".
Qué vergüenza. La gente libre que disfruta su vida sin atacar al prójimo dificulta que el Gobierno les imponga por la fuerza su visión utópica de la sociedad.
Obama quiere actuar rápidamente. Para estimular la economía, planea dedicar cientos de miles de millones de dólares de los que no dispone el Gobierno para promocionar las energías verdes a costa de los combustibles fósiles. Aun cuando fuera una buena idea –y desde luego no lo es– no lograría traernos la recuperación. Todo el dinero que se gasta antes de haber sido recaudado debe pedirse prestado a la gente o a la Reserva Federal, reduciendo así nuestra inversión privada, que sí es productiva: Obama carece de riqueza propia para destinarla a la economía. Solo puede redistribuir el dinero existente mientras la inflación nos arrebata el poder adquisitivo. Mientras tanto, la inversión privada que podría haber fabricado un motor, una batería, un ordenador, un tratamiento para el cáncer u otras innovaciones de mayor calidad es eliminada.
El camino a una recuperación duradera pasa por aliviar el peso del Estado, lo que liberaría el ahorro suficiente para financiar la recuperación. Las reformas intervencionistas van siempre en la dirección equivocada.
- 23 de enero, 2009
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