El plan de estímulo económico de Obama no funcionará
El Presidente Barack Obama y su equipo económico intentará pronto convencer al Congreso de que gastando arriba de (más o menos) 1 billón de dólares (trillón en inglés) de los impuestos acortarán la recesión. Una buena parte del gasto será en proyectos de obras públicas e infraestructura que apuntan a crear (o salvar) varios millones de empleos. Parte del gasto será en la forma de subvenciones a los gobiernos estaduales para evitar recortes en la educación y los servicios médicos. Y una parte más pequeña (y laudable) del programa proporciona alivio impositivo a algunos individuos y corporaciones.
Pese a que algunos economistas apoyaron los salvatajes de los bancos y la industria automotriz y a pesar de que muchos más apoyan un importante paquete de estímulo federal, este economista sostiene que ambas medidas son contraproducentes. Ambas son proclives a prolongar la crisis económica, no a acortarla.
Esto puede parecer duro pero la cura definitiva para una recesión es la recesión. Los auges económicos mal invierten el trabajo y el capital y las recesiones son necesarias para limpiar estas malas inversiones. Los precios en descenso les permiten a los consumidores adquirir más fácilmente los productos (casa, autos) que tienen un exceso de oferta; los inventarios son reducidos y la oferta y la demanda son puestas en equilibrio. Y las ganancias declinantes eliminan a las empresas y gerentes que han invertido deficientemente durante el auge; la quiebra permite que los recursos fluyan hacia las áreas más rentables de la economía. Una recuperación sustentable es ahora posible.
Debería ser obvio que los rescates hechos al azar pueden producir un cortocircuito en el proceso de recuperación al apuntalar a empresas que se desempeñan pobremente y al desacelerar la reasignación de recursos. Con decenas de miles de millones (billones en ingles) en ganancias pérdidas, General Motors y Chrysler han demostrado una vasta ineficiencia; sin embargo, los rescates de los contribuyentes preservarán su pobre gerenciamiento y el alto costo de los empleos sindicalizados. Peor aún, otros proveedores de automóviles más eficientes perderán ventas frente a los dinosaurios de Detroit y ellos mismos pueden llegar a requerir subsidios. Es algo que no tiene fin.
Los argumentos a favor de rescatar a los despilfarradores gobiernos estaduales o de gastos adicionales en infraestructura son igualmente defectuosos. Sus simpatizantes constantemente arguyen que “dado que los consumidores no gastarán, los gobiernos deben gastar (para crear más empleos)”. Y dado que se sostiene que existen vastas necesidades del sector público no satisfechas, qué mejor momento para emprender una importante construcción de carreteras o ayudar a los gobiernos estaduales a financiar programas tales como el Medicaid.
Algunas políticas públicas son erradas tanto en la teoría como en la práctica; el gasto en infraestructura y el rescate de los gobiernos estaduales para acortar las recesiones son ejemplos. En teoría, el dinero para financiar el estímulo tundra que provenir de ya sea un masivo endeudamiento federal, incrementos sustanciales en los impuestos o pura inflación monetaria por parte de la Reserva Federal. Pero nada de esto puede remotamente promover la recuperación en el sector privado de la economía. Todo lo que hará es sustituir a algunos de los empleos del sector privado/público en una parte de la economía por otros empleos en el sector privado/público en otra parte de la economía.
El gasto público en importantes proyectos de infraestructura para combatir la recesión es especialmente problemático. (Piense en el “Big Dig” de Boston.) ¿Qué programas serán emprendidos? ¿En qué distritos parlamentarios? ¿Y de dónde provendrán los recursos laborales? Los que apoyan a las obras públicas asumen de manera automática que el actual aumento del desempleo proporciona un vasto ejército de trabajadores para ocupar los nuevos empleos. No tan rápido.
Los trabajadores desocupados con niveles de habilidad vastamente distintos se encuentran desparramados desigualmente por toda la economía. Resulta simplemente inimaginable que incluso un pequeño porcentaje de ellos tendrán las adecuadas habilidades que sean requeridas o que serán reasignados a los proyectos de infraestructura políticamente determinados. Además, estos proyectos requieren de tiempos de espera extremadamente largos (a veces varios años de permisos y planificación) y es improbable que se inicien lo suficientemente pronto como para tener algún efecto de corto plazo.
La experiencia de la década de 1930 resulta instructiva. Aún cuando el gasto del gobierno federal se incrementó de 9.800 millones de dólares en 1934 a 14.200 millones de dólares en 1940 (billones en inglés), la tasa de desocupación en 1940 era todavía de un asombroso 14,6%. Un incremento del 45% en el gasto del New Deal en seis años no terminó con la Depresión.
Contrariamente al economista Paul Krugman y a otros, el gobierno federal no puede sacarnos de nuestro atolladero económico a través del gasto. Lo mejor que el gobierno puede hacer es no empeorar las cosas. No precisamos más rescates de las corporaciones o de los estados y no necesitaremos de vastos programas de obras públicas que cuesten varios cientos de miles de millones. Precisamos un gasto privado y público más prudente, impuestos más bajos sobre el ingreso y la inversión y una política monetaria responsable de la Reserva Federal. Y aún necesitamos precios más bajos y bancarrotas para finalmente corregir los errores del periodo de auge.
Traducido por Gabriel Gasave
Dominick T. Armentano es Profesor Emérito en Economía en la University of Hartford (Connecticut) e Investigador Asociado en The Independent Institute en Oakland, California. Es autor de Antitrust & Monopoly (Independent Institute, 1998)
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