Los republicanos y el «estímulo económico»
Cuando fue convocado para extraer una espina de pescado dolorosamente cruzada en el gaznate de un rico, el cirujano británico Joseph Lister hizo su trabajo. Cuando el agradecido paciente preguntó por los honorarios de este servicio, Lister contestó: “Suponga que lo dejamos en la mitad de la cantidad que estaría dispuesto a pagarme si la espina siguiera alojada en su garganta.” La idea — que el precio que se paga depende de la urgencia de la compra — está relacionada con la propuesta "de estímulo" del presidente. |
La asustada población es receptiva a sus sentencias en favor de acciones considerables y rápidas: haga lo que sea — nos haremos cargo de la factura más tarde. Como decía Emerson, cuando se patina sobre una capa delgada de hielo, la seguridad está en la velocidad, y la confianza de la administración en lo que hace debería ser — no es culpa suya — delgada capa.
La formulación política en tiempos de turbulencia es una ciencia de ejemplos aislados, lo que significa que no es ciencia. Cuando las teorías económicas importan más — cuando la economía navega por aguas desconocidas — todas las teorías carecen forzosamente de verificación. De ahí que las tentativas por sacar recetas del New Deal sean algo surrealistas.
Además, nuestro lenguaje embruja nuestra facultad de pensar. Hace tiempo — alrededor de un año — Russell Roberts, profesor de económicas de la Universidad George Mason, se lamentaba de los períodos que sugieren que la economía es una ciencia comparable a la medicina. Con un “estímulo,” del tipo que contrae las patas de una rana muerta, el gobierno “inyectará” dinero igual que un médico realiza una transfusión de sangre. O como "la descarga" reanimadora de un desfibrilador.
La gente sensata se muestra inquieta con la noción de lanzar billones de dólares a problemas vagamente entendidos siguiendo teorías sin comprobar. En el caso de los Republicanos, la pregunta es: ¿cuáles son los deberes de la oposición en un momento así? La respuesta tiene tres componentes, empezando por la aritmética política elemental:
Habiendo recibido casi el 53 por ciento del voto popular — por encima del 50,7 por ciento de Ronald Reagan en 1980 — Barack Obama obtuvo el 100 por ciento de la presidencia, y casi el mismo porcentaje del liderazgo de la nación espera ahora que la opinión pública, que en realidad debería diversificar sus inversiones, invierta esperanzas así de elevadas en los presidentes. Gobernar es elegir, basándose siempre en información imperfecta, y el presidente puede que no disfrute nunca más del apoyo popular con el que cuenta ahora. Merece algún respeto. Algo de respeto.
En segundo lugar, los Demócratas del Congreso han convertido la legislación de estímulo de 647 páginas en la excusa para algo que nunca necesita excusa — un ejercicio de desafortunado despilfarro. Han renunciado a parte de la aspiración presidencial al respeto popular.
La oposición debería oponerse al oportunismo simple, que se presenta en dos variantes. Una plantea proyectos preferentes que considerados hasta el momento indignos de financiación, son de pronto merecedores de ella por ser estimuladores de alguna manera. La otra incluye cambios políticos ridículos y sustanciales en la legislación de estímulo, contando con la necesidad de darse prisa para permitirles evadir el escrutinio adecuado. Por ejemplo:
La legislación de estímulo creará un consejo de Investigación Comparativa de la Eficacia. Esto está relacionado con medicina, no con sanar la economía. El Consejo de Eficacia Comparativa identifica (esto es lenguaje presente en el borrador del informe sobre la legislación) "puntos, procedimientos e intervenciones" médicas que juzga escasamente eficaces o excesivamente caras. "Ya no serán recetados" por los programas federales de salud. El secretario de salud y servicios sociales entrante, Tom Daschle, ha abogado por la creación de una "Junta Federal de Salud" parecida al Consejo de Eficacia Comparativa, cuyas recomendaciones “serían vinculantes”: El Congreso podría limitar la exención fiscal a las aseguradoras privadas que "respeten las recomendaciones de la Junta.” El Consejo, que ampliaría de manera dramática el control público — y la distribución — de la sanidad, debería ser debatido exhaustivamente, no creado de manera traicionera en aras del "estímulo.”
El tercer deber de la oposición es dejar claras las verdades inconvenientes, una de las cuales es que la verdad vuelve modesto. Nunca hay un momento en que una sociedad abierta que quiera seguir siéndolo no necesite de la sabiduría de Friedrich Hayek, el economista ganador del Nobel que dijo: "La curiosa tarea de la economía consiste en demostrar a los hombres lo poco que saben en realidad acerca de lo que imaginan poder diseñar.” De manera que el respeto mostrado a este presidente debería ser proporcional a su disposición a reconocer que ni él ni nadie más puede saber si el estímulo va a funcionar o no.
Y de la cantidad de respeto mostrada, los Republicanos deberían sustraer el montante equivalente al oportunismo de los Demócratas del Congreso. Si los Republicanos concluyen que la parte verdaderamente estimulante de la legislación es inferior a la mitad del tamaño de la parte compuesta de oportunismo banal y descarado y políticas irrelevantes pero consecuentes seguidas de manera disimulada, deben oponerse a él.
© 2009, Washington Post Writers Group
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