Dos cosas que hay que tener claras
Si hay algo de lo que nos podemos sentir seguros es de que la vida políticamente cómoda, a la que nos habíamos acostumbrado en los últimos años, ha llegado a su fin, esa vida en la que pensábamos que todo lo que teníamos que hacer políticamente era ir a votar una vez cada tantos años y que con eso íbamos a asegurar la existencia de una sociedad democrática, libre y próspera para nuestros hijos y nietos. Esa vida no sólo era cómoda en términos físicos y mentales –no se gastan muchas calorías o neuronas yendo a votar allá a las mil quinientas– sino sicológicamente también.
El pretender que sólo eso era necesario nos permitía mantenernos alejados de la acción para poder criticar a gusto y para fruncir la nariz cuando nos enterábamos de casos de corrupción, diciendo: "Yo por eso no me meto en política porque es muy sucia". Nos permitía estar –o pretender estar– vestidos de blanco, sentados a la par del charco de lodo, quejándonos amargamente de que haya lodo, de que esté cerca de nosotros, de que nadie lo ha limpiado, de todas las cosas que los demás no han hecho por nosotros.
El espectáculo que presentamos al hablar y actuar así es semejante al que proyectaría una persona muriéndose de sed en el desierto, con un oasis al alcance de su brazo, quejándose de que la sirvienta no le sirve un vaso de agua. Cualquier persona funcional nos diría: "¿Y por qué no vas y te servís el agua? ¿Y por qué no hacés nada para secar tú el pantano y sembrar grama?"
La situación actual del país y del mundo entero es tal que ya no podemos pretender que el lodo no nos salpica a todos, y que no tenemos la culpa si el gobierno lo captura una rosca de corruptos o una de violentos ignorantes. Y no podemos sentarnos a abanicarnos frente al lodo diciendo que ni a votar vamos a ir porque por uno no podemos votar y por el otro jamás lo haríamos. Como dijo Edmund Burke, político y pensador británico de fines del Siglo XVIII: "Todo lo que es necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada". O, como dijo Lucas, el Evangelista: "Cuando los hombres buenos no hacen nada, no logran hacer nada bueno. Para ser bueno, uno debe hacer el bien". Podemos añadir a Lucas que el que no hace nada no es un sabio, ni un bueno, ni un gran intelectual que no se digna rebajar a tratar con la chusma, ni una persona de alma pura, sino un haragán y un cobarde. Esta es la primera cosa que tenemos que tener clara para enfrentar los graves problemas que enfrenta el país.
La segunda es que, gane quien gane, tendremos que trabajar duro para secar nuestros pantanos y forjar una sociedad desarrollada en nuestro país. En las elecciones vamos a decidir qué tipo de trabajo queremos hacer. Si votamos por el FMLN vamos a tener que dedicar muchos años no a desarrollar el país sino a lo mismo que absorbe todas las energías de los venezolanos y nicaragüenses: a evitar que el FMLN se perpetúe en el gobierno en una tiranía que nos quite las libertades y el progreso que tanto nos ha costado. Sería un trabajo que no brindaría progreso, sino sólo la posibilidad de minimizar el retroceso. Sería el trabajo de evitar que el pantano crezca y nos trague a todos.
Si votamos por ARENA tendremos que trabajar mucho en la seca de pantanos existentes y en evitar que se nos vuelvan a formar –al fin y al cabo se han formado porque nosotros dejamos el camino abierto para que se formaran al no participar en la política–. Pero la seca de pantanos sería sólo una parte de lo que hay que hacer. Habría que asegurarse de que funcionen proyectos como la eliminación de las champas y las quebradas; la modernización del transporte, quebrando la simbiosis malsana de gobierno con dueños de buses; la rotura del monopolio de las medicinas, compartido por varias empresas que las venden a los precios más altos en el mundo conocido; la generación de empleos; el aprovechamiento del puerto de La Unión… etc., etc.
Estos son proyectos que el país necesita tanto como secar los pantanos, y en realidad varios de ellos no pueden realizarse si no secamos pantanos viejos y profundos, como el de las medicinas, como el de los buses. Si no hacemos nada para que estos proyectos se logren, no nos quejemos después de que nos trague el pantano de la corrupción, el subdesarrollo, la ineficiencia, la incapacidad. Si nos traga el pantano, tendremos que parafrasear lo que la sultana Aixa le dijo a Boabdil cuando este lloró al perder Granada, diciéndonos los unos a los otros: "Llora como esclavo lo que no pudiste defender como persona libre".
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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