El éxito de Panamá: economía en crecimiento y estabilidad política
Buenos Aires – En cada tiempo, algún país sorprende, por buenas o malas razones. En América Latina, a principios del siglo XX, la sorpresa fue la Argentina: crecía, acogió muchísimos inmigrantes y se transformó en una sociedad abierta y moderna. A mediados de siglo fue Costa Rica, un prodigio de democracia social en América Central. En los años 60 Cuba sorprendió al mundo, prometiendo la revolución romántica y plena de ideales. En el último medio siglo la Argentina fue sorpresa de nuevo, pero por las peores razones, por su deplorable desempeño económico y social. Hay otros ejemplos. En estos días, la sorpresa es Panamá.
En una pequeña superficie de territorio longitudinal que conecta dos continentes, en medio de mares y de selva una suerte de pequeña Manhattan emerge de la nada. Hasta hace menos de una década ese país era políticamente inestable y económicamente vulnerable; los norteamericanos ocupaban la Zona del Canal y el resto de ese pequeño territorio quedaba librado a su suerte. La nacionalización del Canal y el retiro de los Estados Unidos desencadenaron un cambio que -contra lo que muchos imaginaban- potenció un notable boom, con la economía creciendo a tasas del orden del 10 por ciento anual y, a la vez, una estabilidad política democrática y una sociedad civil activa.
El boom panameño está sostenido en diversos factores; eso lo torna menos vulnerable a la coyuntura mundial. El Canal -la gran fuente de riqueza colectiva- recibe un tráfico creciente. La zona de puerto libre de Colón acompaña ese crecimiento y sirve de base a una potencialidad comercial extraordinaria, de la que se nutren muchas economías del continente. Otros factores explican, complementariamente, el crecimiento panameño: el creciente número de personas mayores de ingresos medios y altos que eligen establecerse en ese país por la seguridad y calidad de vida que ofrece, el consecuente crecimiento exponencial del mercado de la construcción, y la estabilidad y confiabilidad del sistema bancario. Personas con dinero y capitales financieros fluyen a Panamá incesantemente y muchas empresas multinacionales se van asentando allí.
A eso se agrega un factor circunstancial: Panamá se está convirtiendo en la plaza preferida donde los venezolanos con recursos buscan un refugio -tranquilo, estable, no lejos de su país-. Panamá es para los venezolanos de hoy un equivalente de lo que fue Miami para los cubanos.
Mucho se habla de Panamá como un paraíso fiscal ideal para el lavado de dinero. Es posible que en buena medida lo sea. Pero no es menos cierto que la estabilidad y previsibilidad de las reglas jurídicas están operando como un factor de crecimiento. Bajo distintos indicadores, Panamá se ve hoy como una sociedad menos anómica que muchas otras sociedades latinoamericanas.
La estabilidad política que el país ha alcanzado sorprende a muchos observadores. El actual gobierno del presidente Torrijos, del PRD, es heredero de la compleja e inestable tradición política panameña, como lo son otros candidatos. En muchos aspectos, es un gobierno que para los estándares del mundo actual califica, en lo discursivo, como un exponente de ‘centro izquierda'. Recibe críticas, desde la sociedad, por la parte de la botella que sigue vacía; pero a la vez es acreedor a la parte ya llena, que no es menor. El proceso electoral que culminará en la elección presidencial de mayo de 2009 en Panamá ha entrado en la fase activa y pondrá en juego esas distintas expectativas y demandas
Las candidaturas están lanzadas y la prensa ya ha instalado el tema electoral en la agenda del país. Esta elección tendrá lugar en un país que ya no es el que fue. Todos compiten ahora dentro de un sistema plural y democrático. Ningún candidato está sugiriendo nada parecido a un cambio de las reglas del juego que han llevado al país a su prosperidad actual.
Sin duda, la desigualdad distributiva y la pobreza son un tema electoral. Pero esas realidades no diferencian mayormente a los partidos y candidatos en términos de sus propuestas. De acuerdo con las primeras encuestas preelectorales, la disputa por la presidencia del país está centrada principalmente en dos candidatos fuertes: Balbina Herrera, que representa al actual oficialismo, y Ricardo Martinelli, un empresario cuya imagen es más bien la de un outsider de la política, difícil de encasillar -algo así como un neopopulista pro capitalista-. En los últimos meses, Martinelli ha crecido en las encuestas y lleva ahora una ligera ventaja en las intenciones de voto. Es un fenómeno conocido en muchos otros países: la confrontación entre candidatos sostenidos por estructuras políticas organizadas y candidatos más mediáticos, un reflejo de la búsqueda de cambios en los estilos políticos, una expectativa de que el monopolio del manejo de los asuntos públicos detentado por la clase de los políticos profesionales ceda espacio a otras formas de representación.
Los problemas que inquietan a los panameños también se parecen a los de otras sociedades. En la agenda prevalecen la delincuencia, la inflación y el desempleo. Y predomina el pesimismo sobre el futuro de la economía. Panamá no está afuera del mundo ni es una burbuja con atmósfera propia. Es el caso de una pequeña nación que ha logrado un buen desempeño político y económico, un caso bastante poco común de una conjunción exitosa entre la política, las decisiones de gobierno y la estabilidad de las reglas. Uno de esos países donde se tiene la impresión de que un resultado electoral puede modificar marginalmente muchas cosas pero no puede alterar significativamente el rumbo del país.
Esperan a Panamá cuatro meses de política ‘caliente', en medio de las incertidumbres compartidas con el resto del planeta. Lo cierto es que la política ha madurado mucho y la economía reposa en una base sólida y dinámica.
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