La falacia de la vivienda asequible
Libertad Digital, Madrid
Detrás de la expansión y posterior pinchazo de la burbuja inmobiliaria se esconde no de esos conceptos tan seductores como indefinidos que resultan tan populares en política: "vivienda asequible". Me resulta difícil saber de qué hablan exactamente quienes pronuncian esas palabras. Pero, por otra parte, saber despertar emociones sin mancharse las manos con los detalles es una habilidad imprescindible en política.
Si echo la vista atrás sobre mi propia vida, no encuentro un solo momento en que no viviera en una vivienda asequible. Cuando me fui de casa, allá por 1948, alquile una habitación de 1,2 por 2,4 metros por 5,75 dólares a la semana. Dado que mi salario después de impuestos era de 22,50, la vivienda era asequible (ahora habría que multiplicar más o menos por diez para tener el precio equivalente a los de hoy en día).
Después de tres años de vivir en habitaciones de alquiler, pasé a dormir en las instalaciones militares del Cuerpo de los Marines y, a veces, en tiendas de campaña. No me costaba ni un centavo, así que eso era ciertamente asequible.
Al regresar a la vida civil, en 1954, alquilé mi primer apartamento, un estudio pequeño, pero asequible. Un año más tarde me fui a estudiar a la universidad y viví en colegios mayores de diversos campus durante los seis años siguientes. Ninguno era lujoso, pero todos fueron asequibles. Tras finalizar mis estudios alquilé otro estudio. No era un avance sustancial, pero me lo podía permitir. En 1961 pude alquilar mi primera casa tras varios años como profesor de universidad. Finalmente, empecé a adquirir mi primera casa en propiedad, doce años más tarde.
A pesar de que los detalles concretos sin duda serán distintos a los de los demás, el patrón que conforman sí es más habitual. La mayor parte de la gente paga lo que puede permitirse en cada momento. ¿Cuál es, pues, el "problema" que los políticos aseguran estar solucionando cuando hablan de crear "viviendas asequibles"? Pues normalmente lo que dicen y hacen se reduce a intentar que sea posible que la gente elija la vivienda que quiere primero para después imponer alguna política o ley que obligue a otros a hacer "asequible" para ellos esa elección.
Si uno se detiene a pensarlo, es una política destinada al desastre. No podemos ir por ahí comprando todo lo queremos sin importarnos el pequeño detalle de no tener el dinero suficiente para ello porque obligamos a otro a pagarlo, porque cuando hablamos de la sociedad en su conjunto, no existe ese "otro". Pero, por supuesto, la propaganda política no está diseñada para aguantar un mínimo escrutinio racional. En realidad, sirve más bien como sustituto emocional para animarnos a no pensar en absoluto.
En ocasiones se intenta dar una cierta apariencia de raciocinio al término "vivienda asequible", comparando el coste de la vivienda con los ingresos de aquellos que la ocupan. De hecho, eso mismo fue lo que hice yo cuando alquilé mi primera habitación. Para eso no hace falta ser físico nuclear, ni entonces ni ahora.
La diferencia está en que hoy día existe un porcentaje arbitrario de la renta de cada uno que marca el límite a lo que el Gobierno considera vivienda asequible. Solía ser el 25%, pero podría ser el 30% o alguna otra cifra. El problema, al margen del porcentaje que se elija, está en que ya no es responsabilidad de cada uno elegir la vivienda que encaja dentro de ese límite. Poner la diferencia ha pasado a convertirse en la obligación del contribuyente cuando alguien elige una vivienda cuyo coste supera ese número mágico.
Ya no está de moda sostener que es responsabilidad individual trabajar hasta tener la capacidad y experiencia laboral suficiente como para poder ganar el dinero necesario para permitirse una casa mejor. ¿Para qué esforzarse cuando el Gobierno puede "distribuir la riqueza", por utilizar otro término político?
Lo realmente irónico es que el constante aumento del intervencionismo público en el mercado inmobiliario ha conseguido que la vivienda sea menos asequible que antes, se mire
La ironía definitiva es que incrementar el intervencionismo público en el mercado inmobiliario a lo largo de los años en general ha vuelto la vivienda menos asequible que antes, se mida como se mida. Hace cien años, los estadounidenses dedicaban un porcentaje inferior de sus ingresos a la vivienda del que dedican hoy. En 1901, el coste de la vivienda se llevaba el 23 por ciento de los ingresos del norteamericano medio. Hacia 2003, se llevaba el 33 por ciento de una renta muy superior. En los lugares en los que las regulaciones y restricciones públicas han sido especialmente severas, como la costa de California, los alquileres y las letras de las hipotecas han llegado a alcanzar hasta el 50 por ciento de la renta media de cada habitante.
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