Preguntas a un periodista europeo
Callaron los cañones, el polvo se asienta, y la algarabía a su alrededor aumenta unos cuantos decibeles más en la prensa sesgada de Europa.
Tengo una reiterada experiencia personal que creo ser la de muchos otros: nadie puede ser mejor juez en asuntos propios que uno mismo.
Tengo amigos que ahora condenan a Israel con la vehemencia con la que jamás han condenado los ataques terroristas de las facciones palestinas. Tengo también otros que se recogen en un silencio herido por tamaña incomprensión.
Preguntas al amigo: si a ti, hombre pacífico, te hubiesen estallado cohetazos en el techo de tu casa, ¿cómo habrías respondido a la agresión? Pues sobre el sur de Israel han llovido millares por ocho años, después que los israelíes han evacuado Gaza bajo la promesa de que a cambio tales ataques cesarían.
Y si un grupo armado hasta los dientes declara que no descansará hasta haberte exterminado de la faz de la Tierra, ¿te retirarías a llorar a solas tu desventura entre las colchas de tu cama? Pues así han sido
son las declaraciones reiteradas de Hamás, Hézbollah e Irán —bien pertrechados por su parte de petrodólares— contra Israel.
Y si se te enfrentan energúmenos que te ordenan, armas en mano, a que trates a tu esposa y a tus hijas en un Estado islámico como ellos tratan a las suyas, “vientres de reproducción de guerreros”, ¿acatarías sin defenderte tanta intromisión en tu vida íntima y tal desprecio para las mujeres que te son queridas? Pues es eso, precisamente, lo que figura por escrito entre los postulados beligerantes del Hamás.
Y si quienes profieren tales alaridos ya han probado su determinación con anterioridad haciendo saltar por los aires autobuses escolares como los que transportan a tus hijos con los niños dentro, ¿te quedarás inmóvil cuando tomen a los suyos propios por escudos en tu contra? Pues desde escuelas, hospitales y mezquitas, parapetados tras multitudes de mujeres, ancianos y niños, han disparado miles de veces contra las mujeres, los ancianos y los niños de Israel.
Si cumples como buen demócrata con todas tus obligaciones cívicas y eres condenado a muerte por matones fanáticos que se rehúsan a aceptar voluntad mayoritaria alguna sino tan sólo la del cabecilla que los comanda, ¿aceptarías que espectadores lejanos e indiferentes a tus cuitas te igualen moralmente a ellos? En Israel, un millón de árabes musulmanes son ciudadanos con todos los derechos debidos, incluido, por supuesto, el activo de votar pacífica y secretamente y el pasivo a ser votados miembros del Parlamento, como lo han sido 16 de ellos. En Gaza no hay judíos, no hay cristianos, y los musulmanes se matan recíprocamente entre sus dos facciones dominantes.
Si eres miembro de un grupo pequeño y te ves amenazado por una horda mucho mayor, —¡a la enésima potencia!—, ¿te abstendrías de tomar iniciativas preventivas? Israel es patria de 6 millones de judíos, restrictos por espacios inmensos que lo circundan y que son “patria” para 400 millones de musulmanes. De ahí que todos sepamos que los terroristas pueden perder guerra tras guerra, pero que a Israel le basta con perder sólo una para desaparecer del todo del mapa.
Si, encima, eres sobreviviente de una “solución final” absolutamente sin precedentes, ¿estarías dispuesto a jugar con la posibilidad de una segunda para los que lograron escapar a la primera? Un tercio del judaísmo mundial —incluidos un millón de niños— fue aniquilado en Europa; otro tercero sobrevivió para hacer del desierto un jardín en Israel.
¿Aceptarías ecuánime que quienes fueron tan indiferentes a tanto dolor tuyo “mediaran” hoy en tu contra?…
Independiente de todo ello, creo disponer de la solución perfecta: que la franja de Gaza sea anexada a Egipto y la ribera occidental a Jordania (bajo garantías estrictas para el medio millón de israelíes asentados en ella).
Veríamos, entonces, hasta dónde llega la voluntad de acogida entre hermanos musulmanes…
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