Superemos la tortura
El presidente Barack Obama se está resistiendo a los llamamientos por una investigación sobre tortura y otros abusos durante los años de Bush, así que la oportunidad de aprender de nuevos errores se está escapando.
Obama, comprensiblemente, desea concentrarse en la recuperación de la economía en vez de hacer una disección del pasado. ¿Por qué despilfarrar capital político en una averiguación que generaría el antagonismo de los republicanos y pondría en peligro tanto a nuestra economía como sus propios planes?
Pero, como escribió George Santayana, el eminente filósofo de Harvard: “Aquellos que olvidan la historia están condenados a repetirla”. En vez de perder para siempre la oportunidad de crecer a partir de nuestros pasos errados, a continuación hay una propuesta de dos pasos para enfrentar el pasado sin distraerse del trabajo sobre la crisis económica.
El primer paso consiste en nombrar una comisión de alto nivel –¿quizá una Comisión McCain-Scowcroft?– para que investigue casos de tortura, detenciones secretas y espionaje electrónico durante los años Bush, así como ver más adelante y ofrecer recomendaciones para equilibrar la seguridad nacional con los derechos individuales en el futuro.
Esta no sería una comisión partidista, con demócratas y republicanos neutralizándose mutuamente, llenos de desconfianza. Más bien, sería no-partidista, dominada por expertos militares y de seguridad.
Podría ser copresidida por Brent Scowcroft y John McCain, al tiempo que sus conclusiones serían redactadas por Philip Zelikow, uno de los ex asesores de Condoleezza Rice, que escribió el informe, entre los mejor vendidos, de la comisión del 11 de septiembre.
Si los tres integrantes de mayor prominencia fueran republicanos, nadie en la derecha podría denunciarla como una cacería de brujas –y sus críticas tendrían mucha mayor credibilidad–. La comisión sería redondeada con ex generales, oficiales de alto rango de los servicios de inteligencia y expertos foráneos sin un claro tinte partidista: personas como Richard Haas, Anthony Zinni, Joseph Nye, James Dobbins y William Cohen.
Los demócratas pudieran envidiar la considerable presencia republicana en una comisión de este tipo, pero seguramente cualquier panel es mejor que lo que está ante nosotros: que equivale a ninguna investigación. Y la verdad es que, en privado, muchos generales se sienten impactados ante la tortura porque socava sus propios esfuerzos de contrainsurgencia en pos de los “corazones y mentes”, y debido a que eso se suma al riesgo que nuestras propias tropas enfrenten lo mismo en manos enemigas. Mi apuesta, con base en mis conversaciones con expertos militares y de inteligencia, es que una comisión de esa naturaleza emitiría un lacerante repudio de la tortura que nadie podría descartar a la ligera.
Como nación, repetidamente hemos pisoteado los derechos individuales durante momentos de temor nacional: las redadas Palmer después de la I Guerra Mundial, la detención de nipo-estadounidenses, las audiencias de McCarthy en los albores de la Guerra Fría. Quizá hagamos justamente eso de nuevo tras el siguiente ataque terrorista de importancia, particularmente si resulta que fue planeado por gente liberada de la Bahía de Guantánamo.
Estaremos más seguros si llegamos a cierto consenso con respecto a estos temas. Tanto la comisión Kerner sobre la raza como la comisión del 11 de septiembre son ejemplos de cómo nosotros, como nación, usamos este tipo de paneles para adquirir una mejor comprensión de nuestras deficiencias. Una comisión de este tipo también contribuiría a subsanar las divisiones con el resto del mundo y a renovar la reputación de Estados Unidos.
El segundo paso se relaciona en particular con la transformación de la Bahía de Guantánamo, en Cuba. La promesa de Obama con respecto al cierre de la prisión en el plazo de un año es de gran ayuda, pero incluso así la palabra “Guantánamo” vivirá como una herramienta de reclutamiento para grupos de terroristas musulmanes.
Así que, hagamos más que solo cerrar la prisión. El mejor rumbo de acción sería devolverles Guantánamo a los cubanos.
¿Por qué gastar decenas de millones de dólares en una base naval que tiene escasa utilidad militar? Podemos proyectar poder en la región desde Florida, y el principal efecto de la base ha sido el apuntalamiento del régimen comunista de Cuba al crear una repercusión nacionalista y un chivo expiatorio para la represión e incompetencia de los hermanos Castro.
Cierto, pudiera no ser políticamente realista devolverle la base a Cuba. Entonces, aquí hay una alternativa de emergencia: conviertan la base en un centro de investigación para enfermedades tropicales.
Lo anterior fue propuesto en una publicación médica, PLoS Enfermedades Tropicales Olvidadas, hace un año, y actualmente tiene más sentido que nunca.
En América Latina y el Caribe aún se da más de medio millón de casos de fiebre de dengue anualmente (la cual provoca agonizante dolor y, a veces, la muerte), casi 50.000 casos nuevos de lepra y más de 700.000 casos de elefantiasis (que causa grotescas deformidades). Aparte de lo anterior, 50 millones de latinoamericanos tienen gusanos de anquilostomiasis en su interior, lo cual a menudo les provoca anemia y dificulta que los niños se concentren en la escuela.
Peter Hotez, el presidente del Instituto Sabin Vaccine en la Universidad George Washington y editor de PLoS Neglected Tropical Diseases, dice que un centro internacional en Guantánamo podría convertirse en un símbolo de la cooperación de Estados Unidos en la región.
Imaginen que la gente por todo el mundo llegara a pensar en Guantánamo como un lugar en el cual Estados Unidos condujo una batalla en contra del gusano de la anquilostomiasis y la lepra. Eso nos ayudaría a combatir el terrorismo con mucha mayor efectividad de lo que haya logrado la prisión en Guantánamo.
© The New York Times News Service.
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