Duro de matar
El campo es fértil, en consecuencia, para que los políticos, de todo color, exageren en sus promesas. Y también para que los grupos de interés, de todo tipo, exageren en sus pedidos. Tanto allá como acá.
Comenzando por el ámbito global, la semana pasada el Fondo Monetario Internacional revisó a la baja su pronóstico de crecimiento para el mundo en el 2009, proyectándolo en apenas un 0.5%, el más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. La previsión específica para los Estados Unidos fue una caída del 1.6% en su PIB.
Ello evidentemente impacta en El Salvador, país cuya vinculación económica con la primera potencia mundial es previa, y más profunda, que la siempre vilipendiada por algunos adopción del dólar como moneda de la tierra cuscatleca: en los Estados Unidos viven millones de salvadoreños y desde allí proviene el grueso de las remesas.
Asimismo, más de la mitad del comercio internacional salvadoreño es con los Estados Unidos. Nada menos.
Todo lo anterior explica mucho mejor la estrecha relación en el desempeño económico de ambos países que el mero uso local de billetes verdes con la cara de Washington. Sería ingenuo no mirar para el norte.
Y es justamente en los Estados Unidos donde ya han comenzado las presiones políticas para establecer protecciones a la industria, un nacionalismo económico que ha sido criticado en la última edición de The Economist con un artículo titulado "Comprando americano", que detalla el desastroso colapso del comercio internacional promovido en 1929 por la ley impulsada por Willis (que no era Bruce) Hawley y Reed (que no era Lou) Smoot.
Esa medida elevó a niveles astronómicos los aranceles de más de 20,000 productos que los Estados Unidos importaban, redujo el comercio internacional a niveles mínimos porque los demás países tomaron represalias, y terminó siendo un remedio mucho peor que la enfermedad que se había incubado en los años 20. En efecto, agravó la depresión de los años 30.
Por supuesto que esas presiones también se generan en el ámbito local: una gremial solicitó que las compras de la administración pública sean de preferente (léase exclusivo…) origen local, y pidió elevar los aranceles a los productos chinos: parece que a los orientales se los acusa de vender barato productos que "pudieran" ser fabricados localmente.
En verdad, siempre habrá cosas que "pudieran" ser fabricadas localmente, pero que en la práctica no lo son por una cuestión de precios.
Además, la realidad no es tan simple y lineal, pues la moneda tiene dos caras: no hay que olvidar que muchas de las cosas que "pudieran" ser fabricadas localmente (pagando un sobreprecio…) son a su vez insumos para otros fabricantes o comerciantes locales, que en caso de verse obligados a comprar insumos más caros pronto dejarían de ser competitivos.
¿Alguien computó los empleos que se perderían por esta última causa antes de recomendar elevar barreras arancelarias?, ¿y alguien habrá considerado el gasto adicional en que deberían incurrir las familias, sobre todo las más pobres, al verse obligadas a pagar más caras las cosas?
Realmente es la productividad de una economía lo único que logra elevar el nivel de vida de las personas, lo cual se consigue haciendo más eficientes los procesos económicos. Y no limitando artificialmente las opciones disponibles.
Siempre será más eficiente, barato y humano, atender en forma directa, a través de un subsidio temporal a las personas de carne y hueso afectadas por el desempleo, que hacer sobrevivir sectores económicos a fuerza de barreras arancelarias.
Evidentemente nunca serán esas las cosas que proponga una gremial, pero siempre deberían ser las que consideren los gobernantes. Sobre todo cada vez que escuchen ciertos cantos de sirena.
Cantos que al igual que Bruce Willis, son duros de matar.
Hasta la próxima.
El autor es ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 25 de noviembre, 2013
- 16 de junio, 2012
- 8 de junio, 2012
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