Ecuador: Democracia y centralismo
El centralismo es uno de los mayores obstáculos para el desarrollo nacional. Por ello en los últimos años ha cobrado importancia la tendencia a impulsar, desde las regiones, proyectos encaminados a utilizar las fortalezas de los gobiernos locales para atender las múltiples necesidades comunitarias y proyectar objetivos de avance económico de significativa incidencia.
En todos los centros de estudio superior, que ejecutan programas de gobernabilidad e investigan temas relacionados con la eficiencia estatal para lograr repuntes económicos y resultados sociales inherentes, se definen currículos encaminados a interpretar las experiencias nocivas de un aparato estatal concentrador de poder y funciones, a fin de establecer nuevos caminos en el manejo y racionalización de recursos y lograr, como factor inherente de una democracia moderna, la distribución del poder estatal, la posibilidad de mayor participación pública y la necesaria transparencia en la disposición de la riqueza social.
En el Ecuador se ha dejado de marchar en esa dirección. El estilo impuesto por el presente régimen persigue la centralización que conduce al control total de la dinámica nacional, a la exclusión de propuestas alternativas y a la eliminación de balances equilibradores de poder. La voz y el concurso de la sociedad son enajenados por una voluntad que se ha asumido representativa de aquellos.
Se han cerrado las puertas para que opere una supervisión política y, más que antes, se ha reducido al ciudadano a simple objeto de manipulación y sujeto de voto. En estas circunstancias, los intereses de las regiones, las provincias y los cantones, pasan a ser absorbidos por la lógica de la voluntad única que, a nombre de una “revolución ciudadana”, se siente con la facultad de disponer a su libre albedrío lo que cada quien necesita.
Este retroceso en la democracia tiene efectos nocivos de mayor impacto cuando se trata de ciudades y provincias que han desempeñado un rol específico en la historia nacional. Guayas y Guayaquil, en la cosmovisión del ejecutivo, han pasado a convertirse en un serio obstáculo para la estrategia totalitaria.
El Presidente no descansará en su intento de quebrar lo que denomina el “último baluarte de la burguesía”, repartirá regalos y subsidios para favorecer a sus candidatos, ordenará a sus funcionarios que demoren la entrega de fondos para la actividad de los gobiernos locales, transportará masas a las concentraciones, pondrá en las calles de Guayaquil a miles de “informales”, con comida incluida, para que protesten contra el alcalde por no dejarlos trabajar, y gastará sin medida en promociones publicitarias y agresivas campañas de prensa.
Se trata de una crítica situación a ser abordada con mucho empeño. La defensa de Guayas y de Guayaquil se convierte en una dura lucha por preservar la democracia. La autonomía y la descentralización son sus banderas emblemáticas.
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