Sobre aquello de la esperanza por encima del miedo
“Una negligencia a la hora de actuar, y actuar ya, convertirá la crisis en una catástrofe”. Presidente Obama, 4 de febrero. Catástrofes hasta en la sopa. Vaya con el presidente que decía “hemos elegido la esperanza en lugar del miedo” en su discurso de investidura hace dos semanas. Es decir, hasta que se necesita del miedo para aprobar una ley. |
Y vaya con la promesa de expulsar del templo a los mercaderes y comerciantes de influencias. Un decreto ostentoso que veta de la administración a los lobistas se acompañaba a renglón seguido del nombramiento de una docena al menos de lobistas en ejercicio o retirados para ocupar altos cargos. Seguido de un Secretario del Tesoro que al parecer no supo entender las regulaciones de las retenciones de la nómina en su declaración. Rematado por Tom Daschle, que tuvo que sacrificar su puesto en cumplimiento de la nueva norma de Washington que establece que ningún gabinete tendrá más de un evasor fiscal.
El escándalo Daschle fue más serio porque su delito implica más que evasión de impuestos. Como observó una vez Michael Kinsley, el verdadero escándalo en Washington no es lo que es ilegal, sino lo que es legal. No pagar impuestos es una cosa. Pero lo que hizo intolerable su caso fueron los contratos perfectamente legales que permitieron a Daschle amasar 5,2 millones de dólares en solo dos años.
Él había venido recibiendo 1 millón de dólares al año de un bufete. Pero no es abogado, ni lobista registrado. Nadie paga esas cantidades por enseñar a los socios el proceso de anotación de precios del Senado. Se pagan por descolgar el teléfono y mover hilos.
Al menos Tim Geithner, el Secretario del Tesoro con problemas con el fisco, había trabajado durante años siendo un humilde funcionario internacional que gana salarios nada exagerados. Daschle, que había ganado otro millón anual libre de impuestos (más chófer y cadi de golf) en concepto de servicios sin especificar prestados en el despacho de contabilidad privado de un amigo, representaba todo lo que Obama decía haber llegado a Washington para cambiar.
Y aún más perjudicial para la imagen de Obama que todas las hipocresías del proceso de nombramiento es su ley insignia: el paquete de estímulo. Inexplicablemente delegó su redacción en Nancy Pelosi y los barones de la Cámara. El producto, que lleva inevitablemente el nombre de Obama, no fue solo malo, no solo es deficiente, sino que es una abominación legislativa.
No son solo las páginas y páginas de rebajas fiscales a grupos de interés, inversiones a fondo perdido y protecciones, una de las cuales entablará una ruinosa guerra comercial como la Smoot-Hawley. No es solo el desperdicio, como los 88,6 millones de dólares destinados a nueva construcción de la red de Escuelas Públicas de Milwaukee, que, informa el Milwaukee Journal Sentinel, está viendo desplomarse las matriculaciones, tiene 15 centros vacíos y, con absoluta lógica, no tiene planes de construcción de centros nuevos.
Es el fraude esencial de precipitar la aprobación de una ley en la que las normas usuales (audiencias de comité, sacar recaudación para financiar los programas) se suspenden con la excusa de que una emergencia nacional exige un estímulo creador de empleo inmediato — y a continuación introducir centenares de miles de millones que no tienen nada que ver con el estímulo, que la propia Oficina Presupuestaria del Congreso dice que no se gastarán hasta 2011 en adelante, y que constituyen poco más que parroquialismo de barrer para casa con aportación a grupos de interés, movido por grupos de presión que Obama vino a Washington para abolir. Dijo él.
No solo abolir, sino a crear algo nuevo — una nueva política en la que la abundante apropiación de dinero público a beneficio de un sector concreto y el corrupto tráfico de influencias iban a ceder el paso a una democracia participativa civil basada en el individuo. Eso es lo que hizo a Obama tan deslumbrante y novedoso. Se conoce que “la atroz urgencia del ahora” incluye 150 millones de dólares destinados a la protección de la cosecha.
La Era Obama comienza con lo que quizá sea el episodio de tráfico de influencias a la vieja usanza más frenético que se haya visto en Washington. Para cuando la ley de estímulo llegaba al Senado, informa el Wall Street Journal, las farmacéuticas y tecnológicas presionaban furiosamente por obtener un nuevo plan para repatriar beneficios del extranjero que justificaran desgravaciones sustanciales. Los viñedos de California y los productores de cítricos luchaban por alterar una sola frase de una disposición. Sustituir “plantadas” por "preparadas para su comercialización” significará un ingreso sustancial fruto de incentivos en forma de “deducciones por depreciación fiscal”.
Tras la milagrosa campaña presidencial 2008 de Obama, estaba claro que en algún momento el viaje mágico de misterio tendría que acabar. La nación se frotaría sus ojos y comenzaría a salir del sueño. El onírico Obama daría paso a un simple mortal. Las grandes transformaciones éticas prometidas serían consideradas un cuento de hadas que cuentan todos los presidentes — y que este presidente supo contar mejor que ninguno.
Pensé que despertar llevaría seis meses. Tardó dos semanas y media en llegar.
© 2009, Washington Post Writers Group
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