No damos pie con bola
En materia de desaciertos que causan pobreza, corrupción y violencia no tenemos monopolio ni somos originales, pues achacan a todo el mundo, a unos países en mayor grado que otros. La causa escapa a la mayoría de analistas que critican, protestan y reclaman que las cosas no deberían ser así y que es urgente que las arreglemos. Otros analistas dedican sus letras a buscar culpables de todo y a argumentos ad hóminem. Esas indignadas expresiones, seguidas de la laudable y cajonera ilusión de esperar a los hombres buenos y sabios para que arreglen las cosas es redundante perogrullada, evidencia de superficialidad.
Nuestra realidad es que vivimos en un mundo imperfecto, con recursos escasos cuyo aprovechamiento requiere sacrificios para lograr bienestar general, un mundo cambiante, habitado por gente falible motivada por interés propio, si bien acompañado de mucha empatía, pero que no tiene ni la capacidad, ni el tiempo, ni la vocación, ni el acceso a todos los conocimientos necesario para lograr la anhelada utopía, un mundo en que estamos obligados a escoger las menos imperfectas opciones, cada una implicando el rechazo de otras (es decir que el optar por una oportunidad de acción o de uso de recursos o determinar una meta, necesariamente excluye otras: el costo de oportunidad). Y para complicar más nuestro mundo, no existe tal cosa como un acto neutro, un acto que no afecte a otros. Dentro de esa realidad es que, irremisiblemente, debemos actuar.
Se repite y repite que debemos lograr consensos. Y he ahí la dificultad, pues se pretende lograr consensos basados en conciliación de intereses. Dada la diversidad de intereses ese consenso es imposible, y si se pretende lograr por decisión mayoritaria, como necesariamente habrá que hacerlo en algunas cosas, un 51 por ciento puede imponer su voluntad a un 49 por ciento, lo cual no logra el deseado consenso. El problema, como lo veo yo, es que se cree que no hay otro sistema para basar una organización social.
Buscar consensos, como se explica enseguida, basados en intereses es imposible, porque el progreso implica cambios que afectan intereses de unos favorablemente y de otros desfavorablemente. Por ejemplo, si alguien produce maíz a bajo costo, afectará desfavorablemente los intereses de quienes no podrán competir y favorablemente los intereses de los que consumen maíz; si se pone un puente, se afecta desfavorablemente intereses de los lancheros y favorablemente los intereses de los viajeros. Las computadoras desemplearon auxiliares de contabilidad. La fibra plástica desplazó fibra natural. El auto, al cochero, etcétera. Por eso decía Schumpeter que el progreso es un proceso de destrucción creativa.
Entonces, ¿hay algún criterio sobre el cual podamos obtener prácticamente unanimidad que sirva de base para la organización social? Afortunadamente sí lo hay: reglas de conducta aplicables a todos por igual, aceptando el efecto que su respeto cause a nuestros intereses. Esas reglas se llaman derechos individuales que definen los límites a nuestras libertades. Ello, evidentemente, es incompatible con igualdad de resultados o de oportunidades, pues con igualdad de derechos, todo es permitido mientras no se violen esos derechos y los resultados serán distintos. Así, aunque a los intereses de todos se afecten en forma distinta, sí podremos lograr consenso, salvo que algunos insistan en que sus intereses deban prevalecer sobre los derechos de otros.
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