Bolivia está muy lejos de un buen acuerdo político
Es conveniente tomar en cuenta -prescindiendo de nuestras simpatías o antipatías ideológicas- que hay un núcleo duro en el programa de las banderías enfrentadas en Bolivia, que dificulta hasta extremos indecibles el paso de la actual discordia a una concordia sustentable en el tiempo.
Si el presidente Evo Morales abjurase o licuase su indigenismo hasta convertirlo en un credo socialdemócrata con maquillaje aymará, traicionaría las preferencias de poblaciones enteras que le son adictas. Si en Pando, Beni, Santa Cruz de la Sierra, Tarija y Chuquisaca se olvidasen los prefectos de sus reivindicaciones autonómicas y pusiesen freno al desarrollo regional en el cual están empeñados, serían removidos al instante.
Cómo compatibilizar, pues, un ideario con concepciones que, en algunos casos, se remontan a la América precolombina con las formas más desarrolladas del capitalismo, siendo que aquél, además, disimula mal su raigambre crudamente estatista y éstas no están dispuestas a aceptarlo.
Es hora de reconocer que, por muchas vueltas que se le dé al problema, no tendrá solución si se cree probable -por el solo hecho de haber votado el pueblo boliviano una nueva Constitución- compatibilizar paz social con difrerencias raciales que vienen de lejos; concordia política con presupuestos institucionales antagónicos del Estado central respecto de los departamentos y desarrollo económico con sistemas jurídicos contradictorios.
Pensar que, de buenas a primeras, los actores en lucha depondrán sus posiciones de máxima -el indigenismo en un caso y la pulsión autonómica, en el otro- para acordar un punto medio, es no entender que los rasgos constitutivos y más salientes o, si se prefiere, característicos del oriente y el occidente bolivianos, se hallan en un equilibrio inestable, tan frágil como peligroso.
Morales, de un lado, no se baja de la idea de que la pluralidad nacional debe, en última instancia, subordinarse a la voluntad de los "pueblos originarios". Así, más que consenso, habrá sometimiento.
Los prefectos, del otro lado, postulan la articulación de sus diferencias con el poder de La Paz a partir de una reformulación de la República unitaria, haciendo caso omiso de los pergaminos de legalidad electoral que la avalan.
Entre dos partes de un pleito hay campo para retroceder en tanto y en cuanto ambas estén dispuestas a bajarse de sus posiciones de máxima. El do ut des de los clásicos -doy para que me des- no es otra cosa que la capacidad para abandonar un reclamo, por importante que sea, a cambio de una concesión, también importante, de mi opositor.
Si en Bolivia sólo se discutiesen porcentajes de recaudación, sistemas de regalías petroleras o la conveniencia de reemplazar su histórico régimen centralista de gobierno por otro de raíz federalista, seguramente un acuerdo se recortaría con algo más de nitidez en su horizonte. No obstante, el desafío es bien distinto: consiste en tender un puente entre dos sociedades claramente antagónicas en punto a lo social, político y hasta étnico. Si Evo Morales y los prefectos disidentes se hallasen dispuestos a sentarse a la mesa de negociaciones llevando en sus alforjas posiciones de mínima -esas sí incanjeables- habría razones para el optimismo.
De lo contrario, tarde o temprano, Bolivia podría partirse sin remedio.
- 23 de enero, 2009
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