A mí también me hierve la sangre
El jueves pasado, cerca de las 17, hice mi habitual trote alrededor de la Quinta de Olivos. Sobre Maipú, junto a la vereda de la residencia presidencial (donde siempre están preparadas las vallas metálicas que utilizan para cortar la avenida ante amenazas de cacerolazos), habían estacionado una gran cantidad de micros con la gente esperando en la calle. Cuando estaba terminando de dar la vuelta frente a la entrada de Villate había otra cantidad de gente esperando entrar a la Quinta junto con una cantidad de móviles de televisión y, sospecho, guardias de civil. Luego me enteré que esa gente había sido movilizada (siempre tan espontáneo los actos de los Kirchner) para que Cristina diera su discurso en el cual afirmó: “Me hierve la sangre cuando veo tanto egoísmo, tanta avaricia y tanta pobreza al mismo tiempo". Tengo que confesar que a mi también me hierve la sangre por los mismos motivos que a Cristina. Y me hierve la sangre porque justamente la política económica que ha implementado Néstor tiene la característica de estar basada en el egoísmo, la avaricia y el castigo a los más pobres.
¿Qué ha sido la política de Néstor sino una gran transferencia de ingresos de los sectores de menores ingresos hacia los amigos del poder y unos pocos privilegiados? Fue Néstor el que a lo largo de estos casi 6 años ha emitido moneda para cobrarle el impuesto inflacionario a los sectores de ingresos fijos y, de esta manera, financiar el tipo de cambio alto que le permitía, entre otras cosas, darle una protección a algunos sectores productivos. Dicho en otras palabras, licuó los salarios reales de los sectores de ingresos más bajos para que unos pocos tuvieran la ventaja de no tener que competir con productos importados. Bajo el argumento de la defensa de la producción nacional o el vivir con lo nuestro, se despojó a amplios sectores de la sociedad en beneficio de unos pocos. Pero, paralelamente, Néstor se benefició de ingresos fiscales dolarizados con un tipo de cambio alto (retenciones) y costos en pesos bajos (salarios públicos y jubilaciones). Eso le generó la posibilidad de tener caja para disciplinar intendentes y gobernadores. También la inflación produjo un aumento artificial de la recaudación impositiva. Por ejemplo el IVA se cobra sobre niveles de precios cada vez más altos, lo que tiene como contrapartida el aumento de la pobreza, porque a mayores tasas de inflación tenemos menores ingresos reales de la población. ¡¿Cómo no me va a hervir la sangre cuando la escucho a Cristina hablando de pobreza si su marido la ha generado y ella la ha convalidado?! ¡¿Cómo no me va a hervir la sangre cuando Cristina se lamenta de la pobreza si ésta es funcional a su proyecto político, dado que a mayor pobreza mayor clientelismo político?
La pobreza se combate en serio con inversiones. Inversiones que tengan por objeto producir aquello que necesita el consumidor logrando la mejor combinación de precio y calidad, y esa combinación se consigue con competencia, no cerrando los mercados y manipulando los precios relativos. Además, la inversión es hija de la calidad institucional, del respeto por los derechos de propiedad, de las reglas de juego estables, todas cosas que Néstor despreció, generando fuga de capitales e inversiones marginales que, en su mayoría, no son competitivas, en el sentido de producir lo que la gente necesita. La única pobreza que parece haber combatido Néstor es haber transformado a su chofer en un próspero empresario que compra medios de comunicación y a una ignota PYME cordobesa en contratista del Estado, también compradora de medios de comunicación. Tampoco parece hervirle la sangre a Cristina cuando las valijas venezolanas llegan repletas de dólares sin que nadie sepa explicar qué destino tenían, ni le hierve la sangre con el caso Skanska.
El modelo de regulaciones y estatismo genera inmensos bolsones de corrupción dado que el funcionario de turno tiene el poder de decidir quiénes son los ganadores y quienes son los perdedores. Ese poder autocrático deriva en coimas, negociados y demás delitos dado que siempre va existir algún empresario dispuesto a pagar la coima correspondiente por obtener utilidades basadas en los privilegios que reparte el funcionario público. La distribución de la riqueza, bajo este esquema, siempre es regresiva e injusta ya que concentra la riqueza en los amigos o socios del poder. En un sistema liberal, las ganancias se logran compitiendo con otros empresarios para ganarse el favor del consumidor produciendo lo que la gente necesita, al mejor precio y calidades posibles. En el primer caso las ganancias provienen del beneficio que otorga el autócrata, en el segundo, es la democracia de la gente, votando con sus compras, la que decide quiénes son los que merecen tener utilidades.
En el primer caso, los puestos de trabajo que se crean son pocos y mal remunerados porque no hay inversiones. No hacen falta porque no hay que ganarse el favor del consumidor. Solo hay que estar bien con el poder de turno En el segundo, el empresario primero invierte y luego conquista el mercado. En este segundo modelo las inversiones crecen, se crean más puestos de trabajo, las empresas tienen que pagar mejores salarios para retener a su gente y la redistribución del ingreso se produce por crecimiento y mérito. Son dos modelos totalmente contrapuestos. El primero es el del latrocinio y el segundo es el del progresar solo cuando se beneficia al prójimo. El primero ignora la solidaridad, lo que hace es usarla en sus discurso. Cuando escucho repetir tantas veces las palabras solidaridad, me acuerdo de aquel dicho que dice: dime de qué te ufanas y te diré de qué careces.
El modelo intervencionista y estatista es el mecanismo que proporciona poder a los políticos, en su avaricia por conservarlo y en su egoísmo por mantenerlo a costa de la pobreza e indigencia de amplios sectores de la sociedad. Tal vez sea esta la razón por la cual se lanzan tantas diatribas contra el liberalismo, ahora llamado neoliberalismo. Es que el liberalismo limita el poder del Estado para que los gobernantes no usen el monopolio de la fuerza para enriquecimiento personal y de algunos empresarios que viven de las prebendas, al tiempo que asegura las libertades civiles y políticas. La conquista de occidente fue limitar el poder de los monarcas. El retroceso de Argentina fue volver a un sistema trucho de votación por el cual el que llega al gobierno cree que los votos le dan derecho a usar el monopolio de la fuerza a su antojo como si fuera un autócrata de la peor calaña.
Aquí no se trata de decir que hay que combatir la pobreza. Aquí se trata de aplicar las políticas públicas adecuadas para terminar con ella.
Tampoco se trata de hablar de la redistribución del ingreso. Se trata, nuevamente, de aplicar las políticas públicas que incentiven inversiones competitivas para crear más puestos de trabajo y mejorar los salarios vía la productividad.
No nos engañemos, los políticos no tienen el monopolio de la solidaridad y la benevolencia. Más bien, en muchos casos, tienen el monopolio de la avaricia de poder porque es el camino más rápido para hacer fortunas personales.
Por eso, a mí me hierve la sangre cuando veo tanta hipocresía ante la pobreza. De las regulaciones y estatismo no puede esperarse otra cosa que una maraña de corrupción, falta de inversiones, pobreza y concentración de la riqueza. Digámoslo con todas las letras: para buena parte de la dirigencia política argentina llegar al poder se ha transformado en un negocio personal. Y la pobreza de Tartagal es el resultado directo de esa avaricia de poder y riqueza que quieren mantener, aún a costa de destruir la república. O, tal vez, destruir el sistema republicano de gobierno sea el camino para satisfacer tanto egoísmo y avaricia.
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