Eluana ya descansa

El Nuevo Herald

Eluana Englaro tenía 38 años cuando murió el pasado nueve de febrero en una clínica en el norte de Italia. De ella sólo tenemos el recuerdo de un puñado de fotos que la prensa ha publicado en las últimas semanas: Eluana antes de 1992, cuando era una sonriente muchacha en la veintena. Entonces era bonita y de facciones poderosas que evocaban a Anna Magnani o a la sensual Sofia Loren. Su melena larga era tan oscura como sus espesas cejas. Eluana ríe abiertamente en todas las instantáneas antes de un fatídico accidente automovilístico que la postró en la cama de un hospital en estado vegetativo.

Cuando Beppino Englaro comprendió hace once años que su hija querida ya no volvería a ser la mujer alegre de las fotos, decidió emprender la más dura de las batallas para un padre: liberarla de la humillación física del coma irreversible y las miserias diarias del cuerpo inerte sobre un colchón. Fueron, tal y como lo han descrito las autoridades de Sanidad Pública que la vieron antes de fallecer, diecisiete años de atrofia, escaras en cada rincón de la piel, tubos, agujas, supuraciones. El vacío de la nada y Eluana robada para siempre de su vitalidad contagiosa en todas las imágenes que de ella conocemos.

A punto han estado Silvio Berlusconi, el infame primer ministro de Italia, y el Vaticano, una vez más pretendiendo doblegar el estado laico ante el dogma religioso, de abortar lo que finalmente los tribunales le permitieron a Beppino Englaro: que en la casa de reposo La Quiete un equipo de expertos siguiera el protocolo médico para, de una vez, ayudar a su hija en el tránsito de la vida a la muerte, que en su caso era un paso corto e imperceptible porque desde hace casi dos décadas su existencia era un despojo. Aunque el corazón de Eluana latía ya nunca más amaría, ni pasearía por las calles, ni abrazaría a sus amigos, ni reiría como a ella le gustaba: sonora y desenfadada antes de 1992.

Eluana, que siempre debió de ser cómplice de su padre, el pasado 9 de febrero burló la demagogia de los políticos y el prelado, enzarzados en un debate nacional para ''secuestrar'' la vida de la mujer comatosa pero latente. Berlusconi, que no conoce la vergüenza, llegó a decir que él nunca le haría a sus retoños lo que Beppino Englaro pretendía hacer con su hija. Il Cavalieri y el purpurado movilizaron a los provida para que se manifestaran frente a La Quiete, donde Eluana yacía de lado porque su estómago era un amasijo inservible y ya no cabían más llagas en el mapa de una vida truncada. Hasta su gesto gracioso se desdibujó en los días y en las noches de su prolongado olvido.

Solidaria y conmovida por la trágica historia de Eluana, le pregunto a mis hijas cuál sería su voluntad si les ocurriera lo mismo que a la niña de Beppino Englaro. Ambas me piden que nunca jamás permita que se marchite en vida sobre el camastro de un sanatorio toda su juventud hasta llegar a los treinta y ocho años. A solas gran parte del día, entubadas, laceradas, violentadas por manos ajenas. Despojadas de la materia gozosa, huecas por dentro, sin pensamientos ni fantasías. Ellas, que también ríen en las fotos y el futuro les depara amores, éxitos, desilusiones, viajes, libros, caminatas, cine, pasiones, descontentos, afectos y más amores. ''No permitas que nos pase algo así'', me han dicho en un instante de seriedad donde no caben las sonrisas.

Admiro a Beppino Englaro y cuando ahora llora, destrozado por la tensión y la burda manipulación de un cavalieri que en su vida se ha comportado como tal, lloro con él porque no hay nada más doloroso que perder a un hijo. Sólo que Eluana y su risa ya se habían despedido de la vida hace diecisiete años. Su padre, que tanto la ha amado hasta el final, se ha limitado a decir ''Ya ha terminado todo''. Así es. Eluana por fin descansa.

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