Conuco petrolero
En medio de los cambios cataclísmicos que tienen lugar en el mundo de los negocios, a raíz de la espec- tacular crisis bancaria y la caída de las bolsas mundiales, Venezuela enfrenta, como todo país, una difícil situación para este año y quizá al menos otro más. Esta perspectiva tiene una causa remota en los desarreglos que ocurren en el exterior por las ramificaciones y consecuencias de lo que al principio pareció, falsamente, un problema limitado de solvencia y liquidez en el sistema hipotecario de EEUU.
Pero la responsabilidad del gobierno venezolano frente al desarrollo de eventos adversos en lo nacional, que ya comienzan a vivirse, no puede ser eludida atribuyéndolos exclusivamente a factores externos fuera de su control. De prolongarse la recesión mundial, los efectos sobre el país pueden ser mucho más devastadores que en otras economías petroleras. Y ello debido a fallas graves y continuadas en la conducción del Estado, acumuladas durante años de mala gestión económica y política, que aumentaron la vulnerabilidad.
Una primera falla es haber convertido a Pdvsa, de la empresa con categoría mundial que fue, en una especie de conuco petrolero como lo es hoy, con una mermadísima capacidad de producción y operativa, bajas inversiones, altos costos, innumerables funciones que le son penosas, y recargada con deudas externas e internas contratadas en forma superflua durante la larga bonanza.
Otra está en la liquidación del mecanismo de ahorro automático del ingreso petrolero que se creó con el FIEM/FEM. Este Fondo llegó a registrar más de $7.000 millones en reservas a mediados de 2001, antes incluso de que se dispararan a la estratosfera los precios internacionales del crudo. De haberse mantenido, hoy contaría con activos por encima de los $40.000 millones. Tampoco puede olvidarse que el gobierno, además, extrajo directamente de las reservas de divisas del Banco Central un monto que alcanza, a lo largo de varios años, los $21.500 millones. Sin estos exabruptos financieros, las reservas internacionales del país se situarían actualmente en por lo menos $90.000 millones, ofreciendo una plataforma sólida para superar la crisis.
Una tercera falla tiene que ver con la obsesiva orientación ideológica del gobierno. Puede ser resumida en su descabellada carrera hacia la socialización de la economía, acosando a la propiedad e inversión privadas, que fue empujada con una avalancha de gasto político e improductivo, incluyendo expropiaciones, negocios estatales de todo tipo, reparto discrecional interno y externo, compras excesivas de armamento, préstamos irrecuperables y lujo de funcionarios, entre otros.
Todo ello condujo a debilitar y sobrecargar al Estado, a la expansión desmesurada de las importaciones a costa del crecimiento y diversificación de la producción nacional, a una mayor dependencia petrolera y la reinstalación del espectro inflacionario. Tanto en el modelo económico como en la forma de administrar la riqueza, el gobierno ha fallado malamente. Y mucho antes que apareciera la crisis mundial. Estos errores harán que el país pague más de la cuenta en el camino que le toca recorrer. El gobierno le echará toda la culpa a otros, incluyendo Bush, Obama y el capitalismo mundial. Pero la realidad es muy diferente.
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