Los nuevos virreyes
En el campo diplomático y en particular respecto a las relaciones con América Latina, las primeras señales mostrarían que la política de la administración Obama, también, como en otras áreas, viene con pocos cambios.
Hace más de un cuarto de siglo, en un entrevista para la televisión, el general Vernon Walters, quien fue un muy poderoso e influyente consejero de varios gobiernos estadounidenses, me lo dijo clarito: lo que el Departamento de Estado debe hacer “es aprender a hablar portugués y con acento brasileño”. Tal su respuesta al interrogante sobre cuál debería ser la política de su país respecto a América Latina.
Es un hecho que, como diplomáticos, los estadounidenses dejan mucho que desear. Para empezar, creen que están autorizados a determinar cómo deben hacerse las cosas en las diferentes regiones del mundo.
En lo que hace a América Latina, es notorio que le yerran continuamente, y es tan así como que en esta época actual el tema les interesa muy poco.
Ni les interesa ni saben mucho, y además no se preocupan por conocer realmente cómo son las cosas. Ya hace tiempo, mucho tiempo, que la diplomacia de los EE.UU. respecto al hemisferio parece limitarse a designar, como en la época anterior a la independencia latinoamericana, a sus virreyes.
El asunto es designar uno, que sería México, para toda América Central, y otro para América del Sur, que sería Brasil. Eso era lo que pensaban, por ejemplo, el ex presidente Richard Nixon, y su secretario de Estado estrella, Henry Kissinger. Era la teoría de los tutores delegados.
Y nada nuevo hay bajo el sol. Aparentemente, Barak Obama y su secretaria de Estado estrella, Hillary Clinton, también piensan así. A poco de asumir, Obama llama a Lula y, palabras más palabras menos, le dice “vamos a empezar a tutearnos”. Hace unas horas Hillary recibe a su colega de Brasil, Ceso Amorim, un hombre conocido por ser un convencido antiestadounidense, y abordan los temas del momento y seguramente de la región, “en gran confianza“. Sin dudas, como antes, Brasil es el gran aliado, el interlocutor para América del Sur. En pocas palabras: el Virrey.
A los brasileños no les disgusta la tarea. Desde los tiempos del Tratado de Tordesillas hasta ahora, se han afanado por cumplir con esa función, que trasunta un cierto sentimiento imperialista.
Lo que pasa es que el resto de los países sudamericanos no está de acuerdo con esa conducta, y de ahí que no prosperen todos los inventos que salen de Itamaraty para dominar el continente y la razón de todos los conflictos económicos que se plantean frente a los avances de las empresas brasileñas en los distintos países de la región y ante viejos convenios que en nada favorecen a los pueblos de los países chicos, cuyas riquezas benefician más al vecino mayor que a sus legítimos dueños.
En conclusión, la nueva administración Obama, al igual que algunos países y organizaciones de países desarrollados, incluso hasta la Madre Patria España, se afilia a la teoría de que hablar o arreglar con Brasil equivale a hablar o arreglar con toda América Latina o, por lo menos, con América del Sur.
El viejo consejo de aprender portugués.
Lo que sigue sin ver, con su habitual torpeza, la diplomacia de los EE.UU., es que la mayoría de los países de América Latina y la mayoría de los latinoamericanos hablan español. Y ese es un detalle que no es chico.
- 28 de marzo, 2016
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