Promesas políticas
Los latinoamericanos sabemos que cuando el Gobierno gasta demasiado tiene que pedir prestado, emitiendo bonos y, el siguiente paso, es debilitar la moneda imprimiendo billetes y causando una inflación que empobrece a todos. Lo sorprendente es que el gobierno de Estados Unidos está actuando de manera muy parecida a tantas naciones tercermundistas: pelea largas guerras, gasta mucho más que sus ingresos, emite bonos para cubrir el presupuesto anual, redistribuye riqueza con motivación electoral, persigue a trabajadores indocumentados, construye murallas y debilita la confianza del mundo en su moneda.
El valor de la moneda norteamericana ha caído de alrededor de 250 dólares por onza de oro en el año 2000 a 955 dólares hoy. El 19 de octubre de 1987, el llamado “lunes negro”, se sufrió la anterior gran caída de la Bolsa de Valores —la peor desde la Gran Depresión— y ese año el precio del oro superó por primera vez 500 dólares la onza. Hoy va en camino de superar los mil dólares. ¿Por qué menciono el valor del oro? Porque el oro es la moneda más vieja y más estable, a lo largo de toda la historia de la Humanidad.
Actualmente, la deuda nacional (lo que debe el gobierno de Estados Unidos) alcanza 10.847.000.000.000 dólares, cifra difícil de comprender, pero que significa que cada persona de este país tendría que aportar más de 35 mil dólares para pagarla. La deuda pública se ha disparado porque los años de déficit fiscal ocurren con mucha mayor frecuencia que los años de superávit.
Entonces, la gran pregunta es: ¿Hasta cuándo podrá el gobierno de Estados Unidos seguir pidiendo prestado unos 2 mil millones de dólares diarios? O, mejor dicho, ¿hasta cuándo estarán dispuestos los extranjeros, especialmente los bancos centrales de China y otros países asiáticos, a seguirle prestando con la compra de bonos? El nudo gordiano es que los políticos tratan de arreglar todos los problemas aumentando el gasto gubernamental, pero —en realidad— con ello apenas logran esconder y posponer los problemas actuales.
El presidente Obama promete un presupuesto balanceado en cinco años, una promesa que hemos oído durante más de 25 años. Y, mientras tanto, en Washington se habla nuevamente de resolver los graves problemas actuales distribuyendo miles de millones de dólares. Cada “emergencia nacional” sirve de excusa para incrementar los gastos del Gobierno. Así, con cada aumento del circulante, nuestros ingresos, nuestros ahorros y nuestras inversiones valen menos, pero eso no se lo oímos decir a los gobernantes ni a los políticos.
Lamentablemente, los aumentos del presupuesto y del gasto gubernamental poco o nada tienen que ver con los valores y principios enunciados por los padres fundadores de la patria, tanto en la Declaración de Independencia como en la Constitución, donde establecieron un gobierno limitado y una política exterior no intervencionista.
El autor es Director de la agencia AIPE
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