La casa vacía de Frank Lloyd Wright
Muy probablemente Frank Lloyd Wright habría estado encantado con la más reciente novela del escritor norteamericano T.C. Boyle. En ''The women'' (Viking 2009), Boyle relata la turbulenta vida amorosa del afamado arquitecto desde la perspectiva de las cuatro mujeres que en algún momento fueron esposas o amantes de este genio, cuyos diseños revolucionaron los conceptos arquitectónicos del siglo XX.
Todo indica, y T.C. Boyle, por medio de un discípulo ficticio convertido en el hilo narrador de la historia lo enfatiza, que Wright amaba la notoriedad tanto como a las mujeres. Ahora, en el cincuenta aniversario de su muerte, ocurrida el 9 de abril de 1959, el creador entre otras grandes obras del museo Guggenheim en Manhattan se sentiría más que satisfecho al comprobar que sus líos románticos han inspirado numerosos libros.
No es extraño que T.C. Boyle, uno de los más reputados valores literarios de la literatura contemporánea americana, se asomara a la vida del precursor de la arquitectura ''orgánica''. A Boyle le interesan los visionarios con vocación mesiánica que han abundado en el tejido social de los Estados Unidos. En dos obras anteriores, The road to Wellville (1993) y The inner circle (2004), se ocupó de novelar las vidas de John Harvey Kellogg y de Alfred Kinsey respectivamente. Kellogg estableció un sanatorio en una localidad de Michigan en el que los enemas diarios y la ingestión de cereales eran obligatorios. Por fortuna para los americanos, sólo la segunda de sus obsesiones se popularizó con los productos Kellogg's. El sexólogo Kinsey, por su parte, canalizó sus propios demonios interiores en una comuna de científicos donde compiló el exhaustivo Informe Kinsey. Era inevitable que tarde o temprano Boyle se topara con el encantador y manipulador arquitecto, cuyo espíritu acabó, tal vez, por poseerlo también a él, pues el autor vive en una casa en Santa Barbara (California) diseñada por el mismísimo Frank Lloyd Wright.
Narrada en un orden cronológico en sentido contrario, The women comienza con la tercera y última esposa de Wright, Olgivanna, una bailarina mucho más joven que él. Antes había estado casado brevemente con una socialité, Miriam, cuya explosiva personalidad y adicción a la morfina no contribuyeron a la estabilidad matrimonial. De hecho, Miriam irrumpe en el horizonte del arquitecto para consolarlo de la pérdida de su amante, Mamah, quien murió calcinada junto a sus dos hijos en un incendio provocado por un sirviente contrariado. El siniestro ocurrió en Taliesin, el santuario que Wright diseñó en las colinas de Wisconsin para refugiarse intermitentemente con las mujeres que entraban y salían de su vida con el vértigo de una puerta giratoria. Pero antes que Mamah, en el génesis de su trayectoria sentimental, había reinado Kitty, su primera mujer, una abnegada madre de familia que le dio seis hijos.
A estas mujeres, observadas desde la sombra por el ficticio aprendiz japonés, las une el sometimiento, incluso la anulación de su personalidad, frente al ''maestro''. En sus casas, bellas por fuera pero aquejadas de falta de calefacción, goteras y un pésimo sistema eléctrico, estaban prohibidas las cortinas, los cuadros y otros objetos hogareños que no fuesen las obras de arte japonesas que Wright coleccionaba. En Taliesin imperaba el sentido estético del artista sobre las necesidades de una familia de carne y hueso. Ferozmente narcisista, Wright, después de embriagar a sus amantes con un primer saque a golpe de charme, las transformaba en amas de llave y estrictas gobernantas de la villa.
En este fallido relato, que es más un docudrama o una biografía novelada, desfilan las mujeres del insigne arquitecto en una convulsa historia con tufo a melodrama, a novelón de matiné, en el que se arrebatan el trono unas a otras en situaciones que a veces rayan el vodevil francés. Hay divorcios truculentos, infidelidades hirientes, señoras casadas, como fue el caso de Mamah, dispuestas a dejar atrás a sus hijos por huir a Europa con Wright. Pero al final de esta voluminosa novela en la que sobran diálogos de culebrón, poco o casi nada sabemos de la psiquis de unos seres dispuestos a dejarse ''cosificar'' por el fascinante personaje que pasa del enamoramiento a la indiferencia helada con la ligereza de quien sólo se quiere a sí mismo. Tampoco conseguimos conocer a fondo a Frank Lloyd Wright, más allá de su puntilloso empeño por mantener Taliesin (su Brigadoon arquitectónico) como un estéril museo. Boyle fracasa en el intento de profundizar en los motivos que impulsaban a su protagonista a hacer de su vida afectiva un enredo tan monumental como sus diseños arquitectónicos.
Una vez más, lo que sí queda claro es que en el carácter del genio indiscutible, del artista reverenciado, del intelectual comprometido, puede habitar sin remordimiento la esencia cruel y destructora del egoísta consumado. El gran Frank Lloyd Wright tocó la gloria, pero apenas rozó el amor.
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