Argentina; Las expectativas del dólar subiendo son recesivas
Para decirlo rápido y fácil, en la Argentina, cuando el precio del dólar empieza a subir, el nivel de actividad empieza a bajar. La explicación detrás de esta regla de oro es relativamente sencilla. Cuando el precio del dólar sube es porque hay más demanda que oferta en el mercado de cambios. Si hay más demanda que oferta, esto quiere decir que, en términos netos, los argentinos estamos cambiando nuestra tenencia de pesos por dólares. Para hacer eso, vendemos pesos y compramos dólares y, del otro lado, el poseedor de dólares “de última instancia”, el Banco Central, vende dólares y compra pesos.
Cuando vende dólares, saca pesos de la economía. Esos pesos que saca son menos demanda de bienes y servicios. Porque los argentinos usamos los pesos para consumir y los dólares para ahorrar. Los dólares van al “colchón”, a la caja de seguridad, al exterior y en una parte muy pequeña se quedan en el sistema financiero local en forma de depósitos en dólares.
Como los pesos salen del sistema financiero, la demanda de bienes y servicios no sólo cae por los pesos que faltan, sino también por el menor crédito que otorgan los bancos, porque tienen menos depósitos en pesos. Ahora bien, en la medida en que el precio del dólar sigue subiendo, al contrario de lo que pasa cuando sube el precio de los bienes, la demanda de dólares aumenta, en lugar de bajar. Entonces, se pone en marcha un círculo vicioso recesivo. Sube la demanda de dólares, sube el precio, sube más la demanda de dólares, hay menos pesos en el sistema, caen los depósitos, cae el crédito, sube la tasa de interés en pesos, cae la demanda de bienes y servicios…
Para evitar este mecanismo perverso, el BCRA, cuando tiene muchas reservas, intenta convencernos de que “el que apuesta al dólar pierde”, manteniendo el valor del dólar o generando algún retroceso, para no “asegurar el tipo de cambio”. Pero esto, cuando funciona, es sólo por un tiempo, dado que, cuando las expectativas indican que el dólar está barato, el cambio de portafolios es inevitable.
El paso siguiente de esta explicación también es sencillo. ¿Por qué pensamos que el dólar está barato? Porque los costos en dólares han crecido en estos años –la inflación interna le “ganó” a la evolución del precio del dólar–; porque nuestros productos de exportación valen menos; porque la sequía nos ha dejado con menos productos para obtener dólares. Porque la conflictiva política K desincentivó el ingreso de capitales e incluso generó, durante 2008, una salida récord y porque la particular agresividad del Gobierno hacia la inversión extranjera, sumada a la crisis global, sacaron a la Argentina del radar de los que podrían traer dólares e invertirlos.
Por esto, mientras consideremos barato el dólar, lo más probable es que sigamos tratando de convertir nuestros pesos en dólares, reduciendo el gasto y el ahorro (crédito) en pesos.
Revertir esta historia implica llevar el dólar al valor en que los argentinos consideremos que dejó de estar barato. Ya sea porque su precio aumenta, porque los precios internos bajan (no se ría, es una alternativa teórica), porque los precios internacionales de nuestros exportables o las cantidades exportadas vuelven a generar una lluvia de dólares del comercio exterior o porque, de pronto, los inversores externos se avivan de que la Argentina es el mejor lugar para invertir y traen desesperadamente dólares para cambiarlos por pesos (es otra alternativa teórica).
Pero si los precios de los exportables o las cantidades a exportar no crecen sustancialmente, los costos internos no bajan, o los inversores externos no traen la plata, los argentinos seguiremos pensando que el dólar está barato y actuaremos en consecuencia.
Y aquí es donde surge la discusión de política económica. Están los “megadevaluomaníacos”. Sostienen que hay que aumentar fuerte el precio del dólar de una sola vez a un nuevo escalón, de manera de alejar, de golpe, la idea de dólar barato, para revertir las expectativas y reactivar la economía, aun a costa de un fogonazo inflacionario, una recesión fuerte, pero rápida, y una violenta caída del salario real, de las jubilaciones y de los activos en pesos. En otras palabras, un reacomodamiento brusco de los precios relativos para “volver a empezar”.
Del otro lado están los “gradualofans”, que prefieren un movimiento lento y un reacomodamiento suave de los precios relativos, para evitar el fogonazo inflacionario y regresivo en materia de distribución del ingreso, a la espera de que la situación internacional mejore los precios y el mundo supere la crisis actual. Aun a costa de una caída moderada pero prolongada del nivel de actividad, compensado, en parte, por la expansión del gasto público (desahorro de pesos acumulados o expropiados).
Obviamente, hoy está vigente este segundo modelo, claramente superior en materia de distribución del ingreso, siempre y cuando mantener el dólar barato no implique un aumento demasiado grave del desempleo y una caída más profunda del nivel de actividad. Este es el dilema de hoy. Dilema que se hubiera podido evitar si no hubiéramos apostado a que la fiesta del mundo iba a durar para siempre.
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