La crisis de EE.UU. se siente en México
Si los mercados de valores sirven de indicador, es poco probable que este año Estados Unidos experimente una recuperación de la debacle económica de 2008. Pero si los prospectos son sombríos para los estadounidenses, para los mexicanos son incluso más nefastos.
La crisis se concentra en el debilitado peso, que en los últimos seis meses ha caído más de 30% frente al dólar. Sin embargo, el declive de la moneda es sólo el síntoma más visible de los males que aquejan a México. El problema real es que en la actual recesión global, el país ha perdido casi todo el atractivo que alguna vez tuvo para recibir capital. Y aunque la consternación de la gente ofrece una oportunidad para reformar antiguas inhibiciones acerca de la inversión extranjera, la clase política parece apática frente a esa posibilidad.
Cabe aclarar que el epicentro del terremoto que ha sacudido también a México está en EE.UU., donde se lleva acabo un proceso masivo de desapalancamiento. Durante la mayor parte de la década, estadounidenses de todo tipo, desde propietarios de vivienda a inversionistas de Wall Street, acumularon niveles de crédito insostenibles. Ahora que la burbuja inmobiliaria reventó, esa deuda debe pagarse. Y es improbable que el apetito estadounidense por más de lo mismo renazca pronto, a pesar de que el Presidente Barack Obama lance US$800.000 millones desde el cielo y la Reserva Federal empiece a asegurar el crédito a través de tarjetas de crédito, como promete hacerlo.
Es inevitable ver niveles más bajos de consumo entre los estadounidenses, y debido a que los bienes importados satisficieron gran parte de la carrera consumista, las importaciones de EE.UU. seguro se contraerán. Se puede esperar un mayor ahorro por parte de los estadounidenses y ese ahorro financiaría parte el gasto del Congreso.
El incremento de la deuda gubernamental en EE.UU. podría ser negativo para el dólar a mediano plazo, pero por ahora el país se está beneficiando del caos que creó. Buscando un puerto seguro en medio de la tormenta global, los inversionistas se han alejado de los históricamente menos confiables pagarés emitidos por los gobiernos de todo el mundo y se han aferrado a la deuda de EE.UU. México ocupa el primer lugar en la lista de víctimas.
México no tuvo una burbuja inmobiliaria y parecía que sus bancos gozaban de buena salud. Aún así, como uno de los principales socios comerciales de EE.UU., no ha podido salvarse del daño económico colateral que ha dejado la recesión estadounidense. Un informe de Economist Intelligente Unit (EIU) dice que el Producto Interno Bruto cayó 1,6% en el cuarto trimestre respecto a un año antes, y que creció apenas 1,3% en todo 2008. El sondeo más reciente del banco central a economistas predice que la economía retrocederá 1,9% este año.
El verdadero golpe a la producción mexicana es la contracción en el sector manufacturero. El informe del EIU dice que bajó 4,9% en el cuarto trimestre. Buena parte del retroceso ha ocurrido en el sector automotriz, que depende en gran medida de las exportaciones a EE.UU. La producción en equipo de transporte cayó en 9% en los últimos tres meses de 2008.
El Departamento de Comercio de EE.UU. dice que las importaciones desde México cayeron en 15% en diciembre respecto al mismo mes de 2007. Además, como se espera que la demanda del consumidor en EE.UU. siga débil el próximo año, es difícil imaginar una recuperación pronto. La debilidad económica mexicana se ha exacerbado aún más por la caída en las remesas que envían los mexicanos que viven en el exterior. El banco central de México dice que los envíos de dinero cayeron 12% en enero.
Estas son algunas de las razones por las cuales México podría ser considerado una víctima inocente de las circunstancias. Pero también existen limitaciones económicas propias que están intensificando el problema. Los privilegios monopólicos en sectores clave como el energético y el de telecomunicaciones han hecho a México un productor mucho menos competitivo que otros mercados emergentes. Es más, su código tributario es engorroso y las leyes laborales son inflexibles. El rezago provocado por este ambiente fiscal y regulatorio ayuda a explicar, en parte, el descenso de 32% en la inversión extranjera directa desde 2007.
Hasta el momento, la respuesta del gobierno a la crisis es un paquete de estímulo inspirado por Obama y Keynes. Pero es poco probable que el plan, que elevará el déficit fiscal, reanime a México. De hecho, podría incluso empeorar las cosas, generando preocupaciones sobre una recaída en la irresponsabilidad fiscal, lo que podría golpear aún más el peso.
El banco central ha estado usando reservas para tratar de frenar la caída del peso, pero los mercados saben que esa no es la mejor solución. Las salidas de capital se revertirán o la devaluación continuará, acompañada del dolor que esto implican.
Revertir la fuga de capital no es imposible. Pero requerirá una reforma estructural para generar confianza y competitividad. El secretario de Hacienda, Agustín Carstens, lo reconoció la semana pasada, cuando dijo que será difícil salir del "hoyo", y que está conversando con el Congreso sobre reformas para extenderse más allá del gasto en el paquete de estímulo. El secretario incluso nombró candidatos, como el sector de telecomunicaciones y las leyes laborales. Desafortunadamente, el sector petrolero, donde una reforma seguro traería mucha inversión, aún parece fuera del alcance.
De todos modos, se entiende el reto. Pero aún falta ver si la clase política lo asumirá. Hacerlo implica un cambio tectónico en el poder y en los derechos especiales.
- 8 de septiembre, 2014
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