El demagogo
Gabriel Gasave publicó hace un par de años un trabajo del mexicano Enrique Krauze acerca del populismo. Para demagogos de izquierda y derecha la palabra “pueblo” es el instrumento para conseguir y consolidar “su” poder.
Perón, Mussolini, Hitler, Franco, Allende, Fidel y Raúl Castro, Batista, Trujillo, Pérez Jiménez son solo un puñado de demagogos, tiranos, enemigos de la libertad que encaramados en el poder, con fantasías ideológicas, se enriquecieron sometiendo la vida, libertad y patrimonio de los ciudadanos.
El demagogo es providencial, carismático, agradable en la tribuna, infernal en el entorno privado. Solo él resuelve los problemas del pueblo.
Krauze recuerda a Max Weber “La entrega al carisma del caudillo o al gran demagogo no ocurre porque lo mande la costumbre o la ley sino porque la gente cree en él. A su persona y a sus cualidades se entrega el séquito, el partido”.
Según Krauze la palabra es el vehículo para su carisma. Cree ser el intérprete supremo de la verdad y la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, “alumbra el camino”, todo sin limitaciones ni intermediarios.
Aristóteles (Política, V) sostiene que la demagogia origina “las revoluciones en las democracias”. Los demagogos que dirigen al pueblo son los que saben hablar”. Mussolini, Hitler, Goebbels, Perón utilizaban la radio, cual vendedores de ferias, para hipnotizar a las masas. Charlatanes de pueblo, encantadores de serpientes, como Hugo Chávez, usan en la TV su hemorragia verbal para ilusionar a “su” pueblo.
Su verdad es la única. Su voz es la voz de Dios. Ellos son el pueblo que unido jamás será vencido… Detestan la libertad de expresión, de otros. Toda disidente o crítico es enemigo militante.
Alérgico a la crítica, señala chivos expiatorios para sus fracasos. El populismo (más nacionalista que patriota) desvía la atención interna hacia afuera.
Pervierte el derecho. Hace la guerra a los vecinos o al imperio. Para él todo gasto público (dinero ajeno) es inversión. Es como su patrimonio privado que reparte a discreción pero cobra en obediencia y en riqueza propia.
El populista alienta el odio de clases contra los ricos, a los que acusa de ser “antipatriotas”. Atraen a los “empresarios patrióticos” (empresaurios) siempre que apoyen al régimen. Y serán los nuevos ricos.
El populista no puede abolir el mercado. Somete a sus agentes. Los manipula a su favor. Enardece a las masas. Se apodera del Congreso. Induce la “justicia directa” (“popular, bolivariana”), remedo de Fuenteovejuna, que es la justicia que el líder decreta.
El poder corrompe. Y el poder absoluto corrompe absolutamente, decía Lord Acton. (1834-1902) quien agregó: “con poder absoluto hasta a un burro le resulta fácil gobernar”.
Aunque, como dijo Kennedy (1917-1963) “Aquellos que, cabalgando a lomo de tigre, locamente buscaron el poder, acabaron dentro de él”.
- 23 de julio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
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