Cuba y las purgas eternas
La repentina destitución de dos de los más encumbrados dirigentes del comunismo cubano tomó de sorpresa a muchos. No podía ser de otra manera: Carlos Lage y Felipe Pérez Roque eran, después de los hermanos Castro, las dos caras más conocidas del gobierno de Cuba. Dentro de Cuba y fuera de Cuba. Eran personajes considerados indispensables. Sobre ellos flotaba una aureola que sugería que ambos pertenecían al círculo decisorio íntimo del comunismo cubano. Que las defenestraciones hayan ocurrido en medio de una masiva reestructuración de los cuadros del poder que involucró a más de dos decenas de altos funcionarios no disminuyó la sensación de estupor generalizado.
Lage, un pediatra devenido político, era el secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, una suerte de primer ministro, por entonces. Astuto como pocos, de mirada incisiva y lengua filosa y certera, fue muchas veces el vocero de su país. Pérez Roque es un dirigente joven, de sólo 43 años e inocultable arrogancia. Muchos veían en él nada menos que al delfín de Fidel Castro. Se desempeñaba como canciller cubano. Fue el ministro más joven de toda la era comunista de Cuba.
Cuando nada lo hacía esperar, ambos fueron fríamente despedidos. Brutalmente. Esto es: con inusual dureza y acusaciones del propio Fidel Castro, que les endilgó haber tenido ambiciones personales derivadas de la "miel del poder, por el cual no conocieron sacrificio alguno". Esas ambiciones, añadió, los habían hecho adoptar "un papel indigno".
Como ocurrió en la Unión Soviética y en China, la purga permanente mantiene, también en Cuba, su vigencia. Porque forma parte del totalitarismo extremo que políticamente caracteriza al comunismo. Nadie está realmente a salvo de esa guadaña que, de tanto en tanto, se pone inexorablemente en marcha. Peor aún: en un esquema de total despersonalización, nadie puede siquiera intentar defender su honor frente a ella.
Cuba, después de lo ocurrido, se parece cada vez más a una tiranía militar. Dos generales del riñón mismo de Raúl Castro han alcanzado ahora lugares de prominencia: Salvador Pardo Cruz, el nuevo zar de la industria siderúrgico-mecánica de Cuba y José Amado Guerra, que reemplazó a Lage. Como en Venezuela, el timón del poder está ahora claramente custodiado de cerca por manos castrenses.
La gestión de gobierno de Raúl Castro acaba de cumplir un año. Ha sido chata y sin logros concretos. El pueblo de Cuba sigue sumido en el atraso. Con lo sucedido, queda claro que los Castro no están dispuestos a ceder un palmo del poder total que detentan. Por el contrario, se están rodeando de ministros y altos funcionarios que sólo cumplen órdenes. Como si no tuvieran opinión y fueran manejados por control remoto.
El declamado "socialismo del siglo XXI", queda visto, es tan sólo más de lo mismo.
El autor fue embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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