La bomba, el felino y el roedor
Estados Unidos e Irán dirimen una de las partidas más bravas de la política mundial actual. Por momentos, se asemejan a avezados jugadores que orejean sus naipes con malicia, y en otras ocasiones parecen un gato y un ratón que se persiguen furiosamente por laberintos administrativos.
Como astutos jugadores, esconden sus cartas. ¿Cuánto óxido de uranio para enriquecer en sus máquinas centrífugas posee Irán? ¿Cuánto uranio levemente enriquecido ha producido ya? ¿Seiscientos treinta kilos, como sostenía en noviembre pasado la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), o mil diez, como afirma ahora? ¿Cuántas centrifugadoras para enriquecer uranio tiene, 4000 o 5400? De éstas, ¿cuántas son técnicamente capaces de avanzar hasta la última etapa en la extracción de uranio altamente enriquecido?
Si el cálculo más reciente de la AIEA es correcto, el uranio levemente enriquecido que tiene Irán alcanza para obtener los veinte kilos de material altamente enriquecido necesarios para una bomba. Pero para ello se requiere una tecnología que Irán podría no tener. Esta es una incógnita importante.
Otro dato esquivo está relacionado con el óxido de uranio, también llamado "torta amarilla", que se extrae del mineral bruto mediante un proceso industrial. En Irán, el uranio de origen local procede de la mina de Gachin. Su otra mina de uranio no está operativa. En ambas, el mineral es de muy baja graduación. Es escasa la torta amarilla que puede producirse con el material proveniente de ellas. Pero hace treinta años, Irán le compró a la Sudáfrica del apartheid la bonita cifra de seiscientas toneladas de óxido de uranio. Lo que no se sabe es cuánto le queda de esa cantidad, después de décadas de un programa nuclear autóctono pleno de ensayos y errores. Esa es otra gran incógnita.
Sin estos datos, el peligro nuclear iraní no se puede evaluar con precisión. Y a Teherán eso le conviene. El bluf tiene valor estratégico.
Pero el juego se complica más porque la información también se manipula desde Washington. En 2008, por ejemplo, el director de la CIA, Michael Hayden, y el director de inteligencia nacional, John Michael McConnell, dieron a conocer un tranquilizador informe que decía que en 2003 Irán había abandonado su programa de armas nucleares. En ese momento, el gobierno de Bush quería negociar, y ése fue un mensaje de paz para los ayatollah. Pero el 18 de febrero pasado los mismos funcionarios afirmaron lo contrario. El gobierno de Obama también quiere negociar, pero opta por acicatear a los iraníes, porque necesita resultados.
¿Cuál será la verdad?¿Y hasta dónde estará dispuesto a llegar Estados Unidos?
El intercambio de sagaces blufes se complementa con un pasional juego de persecución y evasión digno de Tom y Jerry. A través de sus resoluciones 1737 y 1747, inspiradas principalmente por Washington, el Consejo de Seguridad de la ONU mantiene vigentes sanciones contra las empresas iraníes dedicadas a la tecnología nuclear y misilística. Los persas responden recurriendo al contrabando. Y las agencias de inteligencia occidentales intentan identificar las compras sospechosas, no siempre con éxito.
Especialmente en la mira de Estados Unidos están los equipos tecnológicamente sofisticados de uso dual. Valgan como ejemplo las bombas de vacío, que se utilizan en muchos procesos inofensivos, pero también en las máquinas centrifugadoras que enriquecen uranio. Cuenta el columnista Yossi Melman que cuando en 2006 traders chinos solicitaron estos equipos a productores europeos, las agencias dieron la voz de alarma sobre vínculos entre esos intermediarios y empresas iraníes, frustrando la operación. No obstante, si consideramos que ya hay por lo menos 4000 máquinas centrifugadoras funcionado en Irán, vemos que los esfuerzos por aislar a ese país han sido, en gran medida, infructuosos.
Un factor determinante del fracaso ha sido la cooperación entre Teherán y Moscú. Las exportaciones de Atomstroiexport, el monopolio ruso de energía nuclear, no se pueden bloquear. Este ha construido el reactor iraní de Bushehr y suministrado su combustible nuclear. A partir de su inauguración, en agosto de 2009, su uranio gastado podrá ser reprocesado para extraer plutonio.
Más allá del papel del Kremlin, que está motivado por su propia pulseada geopolítica con la Casa Blanca, los petrodólares iraníes compraron muchas voluntades. Dubai, por ejemplo, es un importante nodo de operaciones clandestinas de Teherán. Según informó la agencia Reuter el 22 de agosto de 2007, los guardias revolucionarios iraníes han establecido allí filiales de empresas dedicadas a este tráfico. Estas firmas, que suman por lo menos quince, no se encuentran sólo allí, sino también en Italia. Son las principales responsables del progreso de las instalaciones nucleares de Natanz, el centro iraní de enriquecimiento de uranio.
Por si fuera poco, el 10 de enero último la BBC y el Telegraph de Londres informaron que el banco británico Lloyds TSB había aceptado pagar una multa de 350 millones de dólares al gobierno norteamericano, a cambio de no ser llevado ante la justicia por haber facilitado operaciones clandestinas de Teherán. El banco custodiaba importantes depósitos iraníes y adulteraba información referente a sus titulares cuando éstos realizaban transacciones con bancos norteamericanos. Sin embargo, a pesar de estos desenmascaramientos, el programa nuclear y misilístico iraní avanza. Es muy probable que Teherán termine obteniendo los armamentos que tanto ansía, aunque sea con cuentagotas. Sólo un entendimiento entre Estados Unidos y Rusia puede frenar este desenlace.
A su vez, en las relaciones entre estas dos potencias las fanfarronadas también están a la orden del día. Moscú ha acordado la venta a Teherán de su avanzado sistema de defensa antiaérea S-300, que proveerá de inmunidad al régimen iraní frente a casi cualquier amenaza aérea, excepto la de bombardeos masivos que sólo una gran potencia puede perpetrar. Su puesta a punto prácticamente anularía la posibilidad de un ataque israelí. Pero ahora el Kremlin ha pospuesto la entrega de esos misiles antiaéreos, seguramente para intentar un acuerdo con la Casa Blanca, sumiendo a los iraníes en la incertidumbre.
Un compromiso posible ruso-norteamericano debería incluir la cancelación del proyecto estadounidense de instalar escudos antimisiles en Europa oriental, y el reconocimiento informal de una esfera de influencia rusa en algunas ex repúblicas soviéticas. A cambio de tales concesiones, Rusia seguramente se alejaría de Irán. Pero hay que ver si la nueva administración norteamericana está dispuesta a llegar tan lejos. Bush no lo estaba.
Mientras estas incógnitas no se diluciden, los datos duros para evaluar el peligro iraní serán escasos. Parece cierto que Teherán tiene el uranio levemente enriquecido necesario para fabricar una única bomba, pero sólo si consigue aumentar su nivel de enriquecimiento. También parece claro que, debido a la pobreza de sus yacimientos de uranio, no podrá acumular un gran arsenal nuclear. Ni siquiera podrá autoabastecerse del combustible requerido para el reactor que le compró a Rusia. Irán no es una amenaza para las grandes potencias, pero sí para Israel y otros estados vecinos.
No obstante, por ahora los ayatollah no aspiran a otra cosa: poder extorsivo regional para potenciar sus milicias extranjeras, Hezbollah y Hamas. Si alcanzan su meta, el equilibro de poder en Medio Oriente cambiará dramáticamente.
Obama ofrece a Irán el levantamiento de sanciones y la adjudicación de ventajas comerciales a cambio de la suspensión del programa nuclear. Pero esa negociación requerirá tiempo. Antes de su culminación, Teherán podría haber alcanzado el objetivo de producir un primer artefacto nuclear.
Ocupado el felino en asuntos de mayor envergadura, el roedor se habrá salido con la suya.
- 23 de enero, 2009
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