Argentina: Sin planteo estratégico
Las naciones requieren, normalmente, que sus gobernantes hagan explícitas las dificultades que los líderes nacionales perciben en sus sociedades y cuál será el orden de prioridad de los asuntos en la gestión de gobierno.
Esta necesidad hace que los discursos a la Nación en la inauguración de los períodos legislativos sean tan importantes.
Ello sirve de referencia no sólo para el debate de las alternativas de políticas públicas, sino también para que la sociedad civil organice sus actividades, asigne sus recursos y tenga un horizonte.
En ausencia de ese marco conceptual, la abrumadora incertidumbre actúa como un inmenso impuesto a la inversión y al largo plazo y convierte a las sociedades en esclavas de la cotidianidad, o, peor aún, obliga a expatriar recursos para alejarlos de ese clima imprevisible y hostil que impide prefigurar el mañana.
En el caso del presidente Obama, en su exposición a la nación señaló un conjunto de dificultades que él avizoraba en el futuro. Sin hacer juicio sobre los objetivos y políticas adoptadas, conviene repasar sus iniciativas, para conocer el mapa de sus prioridades.
Entre ellas, subrayó la crisis energética y la necesidad de una reconversión profunda de los medios y recursos del transporte y la producción, así como la necesidad de recurrir a nuevas fuentes de energía.
No se dejó engañar ni se obnubiló por la caída del precio de la energía en el corto plazo ni por la anormalidad de la situación, y puntualizó, implícitamente, que el auxilio a las firmas de Detroit debe evitar que se consolide el statu quo , con la continuidad del presente estado de producción y de características tecnológicas de los vehículos.
Así es como se producen el impacto sobre el medio ambiente, la dependencia de fuentes no confiables de abastecimiento, los riesgos de desequilibrios extremos en los precios de insumos estratégicos y la pérdida social que se deriva de no imputar correctamente las congestiones derivadas de un precio erróneo de la energía.
Pocos temas son más conflictivos para los estadounidenses que éste, en el que, claramente, el costo social y el privado se encuentran disociados. Sin embargo, allí se concentra el esfuerzo de cambio, previendo el fuerte desequilibrio futuro.
En segundo lugar, Obama señaló la necesidad de reformar la atención de la salud. No sólo por su creciente y explosivo costo, sino también por la falta de cobertura sanitaria para amplios sectores de la sociedad.
Este escenario se ha agravado sustancialmente en las últimas décadas y promete hacerlo más aún, por efecto del envejecimiento gradual de la población, que consume un creciente porcentaje de este tipo de insumos. Se sabe que la prevención es mucho más barata que la terapia en todo, pero principalmente en esta área, y que las reformas son muy complejas. Sin embargo, no actuar es infinitamente más costoso, y allí está enfocado el esfuerzo.
Sin discutir la selección de las políticas públicas específicas que se adoptaron, es innegable que difícilmente haya una tarea más crítica que resolver este problema, tanto para el bienestar de la sociedad y para la solidez de las cuentas fiscales como para la eficacia del sistema tributario.
Otro tópico abordado fue la cuestión laboral y educativa. Los puestos de trabajo de mejor calidad, mayor remuneración y menor riesgo de ser anulados por la competencia de los países emergentes requieren un nivel educativo universitario, y allí están dos tercios de las demandas sectoriales en tiempos de expansión.
Sin embargo, el sistema educativo sólo permite que la mitad de los jóvenes alcance ese nivel de calificación. La prioridad de la política pública debe cerrar esa brecha, con los impactos esperables en materia de prosperidad, empleo y distribución del ingreso.
El eje de la política pública espera revertir esta cuestión estructural, que está en la base de la mayor desigualdad y desequilibrio social que los cambios tecnológicos han producido.
También se dedicó el presidente en su discurso al exceso de deuda que tanto el sector público como el privado han acumulado en los años de exceso de optimismo.
Solucionar ese problema requiere modificaciones importantes: regulaciones sobre ahorro, previsión para la vejez, compañías de seguro y fondos de pensión, incentivos relativos de deuda y capital propio, así como una mayor disciplina fiscal.
La deuda del corto plazo debida a la crisis debe afrontarse con un programa de desendeudamiento a largo plazo.
La complejidad de esta modificación excede una referencia breve, pero sin duda será la base de una estabilidad más robusta que la construida sobre las expectativas desmesuradas de la exuberancia irracional.
Probablemente, las reformas impuestas a las políticas coyunturales tiendan a resolver estos dilemas, porque más allá de la coyuntura hay un plan para resolver la debilidad estructural que dio lugar a la grave crisis.
En otra presentación pública, el Ministerio de Asuntos Estratégicos de Brasil señaló que las prioridades del presidente de ese país, Lula da Silva, abarcan tres cuestiones básicas.
En primer término, se busca potenciar la movilidad social de los sectores más dinámicos de la sociedad brasileña surgidos en la última década.
Ellos son las pymes que han crecido al amparo de la previsibilidad de las reglas macroeconómicas. Son hijas de un marco estructural que integró a Brasil en el conjunto de las reglas mundiales.
Son también el alimento de una creciente integración social, que se nutre de esa movilidad ascendente tan propia de las sociedades exitosas.
Ayudarlas seguramente significará aplicar menos impuestos extravagantes, propios de sociedades duales, en las que los gravámenes excesivos tratan de compensar las diferencias de productividad. Sin embargo, tributos de esta naturaleza son inhibitorios para las nuevas empresas. Amenazan el crecimiento y la integración y sólo funcionan en países planteados como enclaves, donde el manchón de modernidad subsidia a los sectores más atrasados. Una exagerada carga impositiva impide la movilidad social y la aparición de sectores nuevos en la economía y la sociedad.
Una segunda prioridad para Brasil es la reforma educativa. Buscará pasar de una enseñanza enciclopedista a una educación conectada con la solución de los problemas y más adaptada a la modernidad.
Se trata de inducir la flexibilidad para absorber tecnologías nuevas y poder adaptarse a un mundo en rápido cambio, siguiendo las características del desempeño del este asiático.
Ello daría otra dimensión de movilidad integracional y también resolvería la falta de cohesión social y los dramas de una desigualdad lacerante.
La tercera prioridad es devolverle legitimidad al sistema de gobierno con una reforma política que acentúe la descentralización, la cercanía del ciudadano a los poderes públicos y su compromiso. Con un ciclo mundial de difícil gobernabilidad, cuando prevalecen en los países menos desarrollados la crisis de representatividad y los estados fallidos, esta reforma trata de darle poder y participación al ciudadano, como único medio para evitar la desorientación y falta de estabilidad que traen consigo las nuevas amenazas.
La crisis política de escala mundial es severa y para solucionarla es preciso mejorar dramáticamente la calidad de la política pública. Sólo así será posible generar un marco generoso de igualdad de oportunidades.
Esta referencia a dos exposiciones tomadas de su idioma original y, por supuesto, con el riesgo de una simplificación, nos lleva a la reflexión sobre la exposición que realizó la señora presidenta de nuestro país en la inauguración de sesiones ordinarias.
Debo reconocer que no encontré, aun con la mejor buena voluntad, esa referencia estratégica, esa convocatoria a resolver el destino en común, ese análisis descarnado, esencial y no faccioso de nuestras dificultades.
¡Cuánto ayudaría a ordenar nuestra tarea como sociedad que el estilo que usó, de bando propagandístico, diera lugar y fuera reemplazado por un mensaje lleno de realismo y mesura a todos los argentinos! Seguramente seríamos más robustos para enfrentar un escenario de desafíos inéditos para nuestra generación.
- 23 de julio, 2015
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