Entre burbujas, paradigmas y arquitecturas
Sao Paulo – La publicación del PIB del último trimestre de 2008 y la perspectiva de una desaceleración económica tiene unas implicaciones que van más allá de su impacto económico y político-electoral inmediato. Lo más palpable es que desarma de una vez la estrategia de comunicación del Gobierno. De un sólo golpe las cifras desautorizan los argumentos, los "diagnósticos" y la calidad técnica de las estadísticas que conforman el cuadro optimista. Incluidas las reacciones expertas del tipo "el problema es de Bush", la metáfora de "marolinha" o la imprudencia proyectar para el 2009 una tasa de crecimiento, técnicamente imposible, del 4%.
Pinchada la burbuja optimista, las incertidumbres del escenario nacional imponen sobriedad y coherencia al gobierno y también a sus críticos. Al igual que cualquier choque con la realidad llevará algún tiempo para ser asimilado y filtrada por los agentes económicos, el electorado y los participantes del juego político. Como es normal en una democracia de masas, esta solución se hará en función de sus intereses particulares y de lo que los políticos piensen que es de "interés público". En este contexto, la incertidumbre económica aumenta el peso político y la responsabilidad de los dos actores principales: los medios de comunicación y el sistema de justicia. Por las razones que siguen.
Tan importante como el debate técnico sobre el rumbo de la economía y sobre las políticas de ajuste al nuevo escenario, son los términos en los que se realiza el debate público. De ellos depende la construcción de una agenda pública viable que mire hacia delante, o tenga puesta la vista atrás, con vocación de retroceso. Con la vista puesta en las nuevas formas de inserción de Brasil en el sistema internacional y el logro de una mayor invulnerabilidad a las crisis externas.
Demos gracias a dos procesos que integran la bendita herencia que el gobierno de Lula se esfuerza por mejorar de cara al G20 y el G8 y al Presidente Obama: la integración del país en la economía mundial, gradual y negociada y la construcción de un moderno sistema institucional de regulación y supervisión financiera. Ambos se implantaron a lo largo de los 90. Desde esta perspectiva, hay margen político-económico para un optimismo realista. El rechazo del proteccionismo (de los ricos) para la cumbre prevista en Londres en abril y la posible convergencia de intereses con el presidente Obama, pone de manifiesto que el interés de Brasil en la "globalización".
Los términos del debate económico pasan por la política económica, porque en una democracia de masas el consumidores-elector tiene dos voces, pero no hablan el mismo tiempo. El consumidor ya acusó el golpe, se retrajo y redefine sus hábitos. La reacción del consumidor-elector dependerá de las fuerzas políticas en juego, de sus estrategias de persuasión – y de la credibilidad de las instituciones políticas con las que se manifiestan. En este contexto, mi apuesta es que cambiarán los términos de la política. La frustración y la incertidumbre típica de los tiempos de vacas flacas los llevará a exigir explicaciones a los funcionarios del gobierno y los candidatos. Estará más atento a los mecanismos de la corrupción, sobre los que se mantuvo indiferente en el momento de las vacas gordas. Será más crítico con los sistemas de privilegio articulados en torno al estado y el poder público.
En términos más generales: las estrategias de comunicación que deberían marcar la actividad política deben de cambiar junto con nuevas formas de sensibilidad. ¿En qué dirección? Lo más probable es que con el crecimiento, la cuestión distributiva, ocupe el centro del escenario, pero con nueva apariencia. Además de la desigualdad de rentas y la inclusión social – que es también la inclusión del mercado consumidor, tanto aquí como en China – la atención debería centrarse también en la redistribución de los daños y ventajas que implica cualquier ajuste en una retracción económica.
La opinión pública, aumentada ahora por las nuevas clases medias, está más sensible ante otros elementos que componen la justicia distributiva. Respectivamente: tanto ante los mecanismos de rendición de cuentas que el sistema político ofrece, como los que deja de ofrecer; ante las demandas de una mayor igualdad ante la ley. Es de esperar, por tanto, que además de medios de investigación, los protagonistas del sistema judicial adquieran un mayor papel y responsabilidad de lo que ya tienen.
¿Dónde estamos? Dos principios y dos lenguajes coexisten en la actitud el gobierno en una mezcla políticamente rentable hasta el momento. Una posición realista y liberalizadora se refleja en la crítica de los proteccionismos (del G8), de acuerdo con los intereses de un país integrado en el sistema político-económico global. Que incluye una reforma de la gobernanza mundial con bases más representativas. En el otro extremo, la ampliación de los poderes del Estado como agente de transformación, con la reducción de la disciplina fiscal observada hasta ahora, en nombre de un "nuevo paradigma".
El problema es que nadie puede anticipar el rostro del nuevo paradigma que por definición es algo estable y de larga duración. La cuestión ahora es la calidad del gasto a la luz de las nuevas sensibilidades. El "paradigma" es una metáfora, cuya función es homóloga a la cultivada por los defensores de la desregulación financiera desde el año 1970, desde el colapso de las instituciones de Bretton-Woods. Con la metáfora de la "arquitectura financiera", se vendió una falsa imagen de la post-sistema de Bretton Woods. Se diferenciaba de lo anterior por ser más inestable y resbaladizo, según lo indicado por la crisis de los 80 las crisis y los 90, pero la metáfora de "arquitectura financiera" sugería que el sistema las características de un buen edificio: solidez, funcionalidad y, si es posible, elegancia. Sea como sea.
- 23 de julio, 2015
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