Panamá: La inseguridad como arma política
La seguridad pública es un problema de Estado, es decir: de gobierno y ciudadanos. Toda sociedad democrática ha hecho sin saberlo dos contratos tácitos, el primero con los ciudadanos entre sí; ellos se organizan en instituciones y grupos. Conforman los partidos y demás organizaciones civiles y escogen la forma de ser gobernados. El segundo contrato es el que liga u ordena la relación entre el gobierno con los ciudadanos por medio de la Constitución y las leyes.
En una democracia representativa como la nuestra, la responsabilidad sobre la seguridad pública y privada recae entonces sobre los ciudadanos que eligen a sus gobernantes y en el gobierno que los representa, en ese orden.
En un gobierno democrático regido por el Estado de derecho, proteger la seguridad de los ciudadanos se hace un tanto más engorroso ya que el sistema se basa en la presunción de inocencia, es decir: se debe demostrar tanto la existencia del delito como la culpabilidad del delincuente, lo cual genera un proceso burocrático que en manos de instituciones ineficientes y corruptas termina por hacerse interminable e injusto.
El arma más poderosa que tiene la ciudadanía se basa en la participación activa de la defensa común organizada, vigilando, denunciando, opinando y exigiendo a sus gobernantes el cumplimiento de sus deberes. Ser pasivos o indiferentes por temor o desidia, así como votar anteponiendo intereses personales o partidarios, hace al país más vulnerable y definitivamente mucho más indefenso.
Cuando el gobierno es corrupto, por estar infiltrado o integrado por delincuentes de guante blanco o de uñas largas, entonces sucede lo que les ha ocurrido a muchos países de nuestro alrededor: se genera un Estado fallido. Hay sobrados ejemplos conocidos en nuestra América. Las bandas narcotraficantes y sus relaciones con las instituciones encargadas de la seguridad pública y con políticos y ciudadanos deshonestos, son causa de la anarquía criminal que impera en ellos. Nosotros estamos yendo hacia ese barranco y al parecer sin puentes sólidos que salven la caída. La abulia e inoperancia del gobierno y de sus instituciones en el tema seguridad nacional ha sobrepasado la peor de nuestras expectativas. En las próximas elecciones se decidirá si caemos en el mismo error o no.
Lo que no podemos tolerar es que el tema de la inseguridad se transforme en arma política para sembrar el temor o que se manipule para confundir a los electores o mortificar al pueblo, dividir al país y disolver los lazos de aquellos contratos sociales de los que hablábamos al principio, rompiendo así el entretejido social que sostiene a toda la nación panameña.
En democracia un mal gobierno es muy fácil de reparar cuando una conciencia ciudadana seria elige otro mejor, en un Estado fallido no. Generalmente se resuelve por la violencia y casi nunca ganan los decentes. La tentación autoritaria es muy grande cuando la inseguridad ha ganado el corazón de la gente y el miedo invade la voluntad general imponiéndole la suya para hacer que el pueblo se aferre a cualquier autoritarismo ofrecido como divinidad salvadora. Amanecerá y? ¿veremos?
El autor es médico.
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