Subvencionar los errores
Libertad Digital, Madrid
Ahora que el Gobierno ha decidido rescatar a los propietarios con problemas para pagar su hipoteca mediante de la refinanciación de sus deudas, deberíamos plantearnos algunas cuestiones que, aun siendo importantes, pocas veces son objeto de reflexión.
Puesto que el estadounidense medio nunca suscribió un préstamo hipotecario de 700 de los grandes (simplemente porque no podía permitírselo), ¿por qué vamos a obligar a los contribuyentes a subvencionar a gente que, pese a que tampoco se lo podían permitir, de todas formas siguieron adelante al endeudarse?
Oímos hablar mucho en algunos sectores de que cualquiera de nosotros podría encontrarse en los mismos problemas financieros en los que se hallaban muchos hipotecados si tuviéramos la desgracia de perder nuestro empleo. Lo que se sugiere es que a todos nos queda poco para pasar por la misma tesitura.
Otra manera de decir lo mismo es que algunas personas viven tan al día que cualquier contratiempo menor es suficiente para arruinarles la vida. ¿Quién no se ha quedado en el paro en algún momento o ha sufrido una enfermadad sería que le ocasionó gastos extraordinarios? El viejo dicho de "ahorrar para las vacas flacas" es precisamente porque las crisis constituyen un fenómeno frecuente en nuestra historia.
Lo que es nuevo no son las crisis, sino la idea de que tenemos que rescatar a las personas que se negaron a ahorrar para las vacas flacas o que viven al borde de la quiebra. En términos políticos se habla de "compasión", que no es más que la fórmula progre del "conservadurismo compasivo" de Bush. Parece que la única persona hacia la que no se siente compasión alguna es el contribuyente.
Las prisas actuales para atajar las ejecuciones hipotecarias se justifican en que los embargos son una maldición que cae a la gente como un rayo del cielo. ¿Qué pasaría si los embargos no se detuvieran? ¿Se quedarían vacías millones de casas? ¿O se mudarían nuevos propeitarios a esos inmubles al revenderse a precios inferiores?
Los mismos políticos que llevan años hablando de la necesidad de una "vivienda asequible" de pronto están alarmados de que los precios estén bajando. ¿Cómo puede haber vivienda asequible si no es reduciendo su precio?
Lo que sucede es que nuestros gobernantes entienden "vivienda asequible" como "vivienda abaratada por los políticos que intervienen en el mercado mediante subvenciones, controles de alquiler y otras medidas que les permiten cosechar votos". La vivienda asequible abaratada por el mercado no les beneficia en nada y, por tanto, no les interesa. Y es que todos los estudios realizados demuestran que la vivienda más asequible se encuentra en aquellos mercados menos intervenidos.
Cuando los nuevos inquilinos se muden a las viviendas embargadas, ¿qué pasará con los anteriores? ¿Se quedarán sin hogar? ¿O más bien se trasladarán a otras casas que sí se puedan permitir? Por supuesto no tendrán tantos lujos como antes, pero habrán tomado una decisión más inteligente.
Ni siquiera en la era del "cambio" el Gobierno puede conseguir que todos disfrutemos ahora mismo de todos los lujos que nos apetezcan. Lo que sí puede hacer es permitir que cada cual asuma los riesgos que considere convenientes para alcanzar esos lujos… y cargue con las consecuencias si se equivoca. El contribuyente no debería soportar un riesgo que en ningún momento ha aceptado.
Como consecuencia de la debacle inmobiliaria en California, la gente está comprando casas más baratas y entregando una entrada mayor por su hipoteca, alejándose así de la financiación "creativa". Es sorprendente lo rápido que aprende la gente las lecciones cuando no se las protege de sus malas decisiones.
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