El monopolio del Kremlin
Desde que Vladimir Putin pasó a ocupar el poder hace un decenio, el régimen del Kremlin ha dependido de dos pilares: las fuerzas de seguridad y las exportaciones de energía. Al suprimir a los rivales internos y apropiarse sus activos, el régimen creó un doble monopolio.
La redistribución de algunos de los beneficios resultantes de los altos precios de la energía permitió al régimen mejorar los niveles de vida y granjearse popularidad entre los rusos de a pie. Además, la resolución de los problemas internos mediante un uso desproporcionado de la fuerza tranquilizó incluso a los ex miembros del KGB obsesionados con la seguridad del régimen.
Hasta hace poco, esa combinación de zanahorias y palos funcionó con eficacia. La práctica inexistencia de protesta popular en Rusia durante los años de Putin parece asombrosa, pero no hay que confundirse: los niveles de popularidad de Putin no se debían a su vigor, humor o mística, sino a unos salarios y créditos de los que los rusos nunca habían disfrutado y, mientras los precios del petróleo fueron aumentando más que los salarios rusos, los ocupantes del poder pudieron seguir apropiándose de una gran tajada de los beneficios.
Ahora esa feliz unión entre el Kremlin y los rusos de a pie toca a su fin. Pocos de los dirigentes rusos y mucho menos el público ruso esperaban que los precios del petróleo y del gas se desplomaran como lo han hecho. No sabemos qué ocurrirá a continuación. Si los precios vuelven a subir, Putin y los suyos se felicitarán por su agudeza, pero, si los precios permanecen estancados en los niveles actuales, el sistema de Putin está condenado al fracaso,
No es casualidad que las desastrosas presidencias de Bush y Putin fueran contemporáneas. Al hacer aumentar los precios de la energía, Bush fue el mayor aliado de Putin, quien devolvió el favor reorientando a Rusia hacia la lucha contra el “terrorismo” y desatendiendo sus múltiples problemas. Los dos intentaron desmontar la lograda labor de sus predecesores: Bill Clinton y Boris Yeltsin. Los dos metieron a su país en trampas que sus sucesores deben afrontar. Cuando Bush dijo que le gustaba lo que veía en los ojos de Putin, lo decía en serio, pero sus sucesores son tan diferentes como los procedimientos que los han llevado al poder.
Desde la época soviética, el Kremlin se ha mostrado, tradicionalmente, cauteloso con los gobiernos demócratas en los Estados Unidos. John F. Kennedy se negó a tolerar la presencia militar soviética en Cuba. Jimmy Carter boicoteó los Juegos Olímpicos de Moscú. Clinton dirigió la lograda operación contra la Servia de Slobodan Milosevic, el mejor amigo del Kremlin en Europa, y el triunfo de Obama ha anunciado la bajada de los precios del petróleo.
Nacido en San Petersburgo, es lector de Literatura Rusa en Cambridge; actualmente enseña en la Universidad de Princeton.
Project Syndicate
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