La soja y los burros
El País, Montevideo
El desarrollo explosivo del cultivo de la soja trajo mucha plata y mucho susto. Ahora que el boom terminó desaparece tanto lo uno como lo otro. Es una circunstancia más apta para el análisis.
Hubo prevenciones y alarmas por la soja, pero mal fundamentadas. Se denunció como monocultivo, olvidando que en los años 50 el área sembrada con trigo fue más o menos igual (500.000 hás). Se denunció la forma de plantar (laboreo cero) sin atender (ni entender) que el laboreo tradicional, el arado de reja con vertedera, usado desde la antigüedad en todo el mundo, ha producido enormes daños físicos al suelo. Se habló de extranjerización.
Ninguno de esos problemas es el de la soja. El problema concreto está en que la soja fue plantada y cultivada, en su mayor parte, por empresas arrendatarias, que no compraban los campos, que no eran dueñas de "los fierros" (tercerizaban) y cuyo financiamiento provenía de capitales de fuera del sector (fondos de inversión). Era una producción del campo que no era del campo. Ese tipo de productor-empresario, si el negocio va mal, levanta la cosecha, paga las cuentas y se va. No lo ata nada, no deja nada: se acabó el negocio, chau.
La orientación que ha tenido el Ministerio de Ganadería en manos del MPP ha apuntado mal. Insiste en una filosofía contraria a la propiedad de la tierra por extranjeros y por sociedades anónimas. La sojización se le escapa y esas medidas afectan a otros emprendimientos agropecuarios y les pegan mal.
Las empresas forestales -casi todas extranjeras y todas, aún las nacionales, propiedad de sociedades anónimas- compraron las tierras, enterraron allí millones en árboles, no se pueden ir: están jugadas (a la madera y al país). La firma neozelandesa New Zealand Farming System Uruguay (NZFSU) compró más de 30.000 hás de campo (¡horror!), opera 19 tambos, remite a Conaprole y acaba de lanzar un fideicomiso para financiar con ahorro nacional sus operaciones ¿qué más uruguayo pueden ser? Pero todo eso ofende la mentalidad de Mujica, Agazzi y todo el Ministerio. Son extranjeros, son sociedades anónimas y, a lo mejor, alguno de sus montes en Rivera o alguno de sus tambos en Rocha está a menos de 50 km de la frontera y, según esos gobernantes, constituyen un riesgo sanitario. ¿Qué relación puede tener la sanidad con la nacionalidad del dueño del campo?
El precio internacional de la soja ha bajado: los sojeros comienzan a irse. La leche bajó mucho más: la NZFSU se queda y corre la suerte de los tamberos uruguayos. Los campos forestados se quedan, los aserraderos también. Las medidas pergeñadas por los jerarcas que manejan el Ministerio y la política agropecuaria del país no vigilan ni afectan a los que se van y hostigan a los que se quedan. Los del MPP son obstinados seguidores de una ideología y se confunden al mirar la realidad. Admitamos, a efectos de no desviar la atención, que tengan buenos propósitos: eso no basta. Bien dicen que la peor combinación, la que arroja resultados más peligrosos, es la combinación de la buena voluntad con la ignorancia.
El campo uruguayo necesita rentabilidad pero, mirando a largo plazo, necesita estabilidad y continuidad. Necesita producción agropecuaria pero más aún necesita productores agropecuarios y empresas agropecuarias que cuenten con un horizonte de permanencia. Esto es lo que debe fomentarse y protegerse. Si está cerca o lejos de la frontera, si es un dueño o una sociedad, todo eso es, perdónenme, burrez.
- 4 de febrero, 2025
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