A la espera del liderazgo de Obama
Se ha escrito mucho sobre la próxima reunión del G-20 y las diferencias entre los principales protagonistas. Mientras que la administración Obama insiste en alcanzar compromisos de estímulo a la demanda agregada, varios gobiernos europeos prefieren fortalecer los mecanismos de supervisión financiera.
China, por su lado, ha respaldado la reforma del sistema monetario internacional y propuesto la creación de una moneda que reemplace el dólar. Otros países en desarrollo, como la Argentina y Brasil, también demandan una reforma de la arquitectura financiera internacional. Esta lista de propuestas sugiere que los resultados de la próxima reunión de Londres dejarán insatisfechos a más de uno. En este contexto, la pregunta clave es si los jefes de Estado conseguirán abordar con éxito los temas que requieren acción prioritaria.
Más allá de las diferencias de contenido, la mayoría de las propuestas tienen sentido. La economía mundial necesita una inyección coordinada de expansión fiscal. También es necesario diseñar nuevos principios e instrumentos de control y supervisión del sector financiero que desestimulen el tipo de innovaciones que aumentaron su fragilidad. La reforma de la arquitectura financiera internacional también tiene sentido, como lo demuestra el hecho de que ha estado intermitentemente en la agenda pública por décadas.
Esta larga lista de asuntos plantea dos preguntas. La primera es si es técnicamente posible abarcar una agenda tan amplia con eficacia. La segunda es si es políticamente factible que esa agenda se materialice.
La respuesta a la primera pregunta parecería ser negativa. La reforma del sistema de supervisión financiera, la eliminación de los paraísos fiscales y la construcción de una nueva arquitectura financiera internacional son medidas necesarias. Pero es aún más urgente contener el colapso bancario, la espiral proteccionista y las tendencias recesivas que agobian a la economía mundial. En algunos de estos temas se han tomado iniciativas, pero son necesarias respuestas más decisivas. La energía política de la reunión de Londres debería ponerse allí.
En particular, en materia de comercio se ha hecho muy poco. Evitar la espiral proteccionista es un prerrequisito para dar respuestas constructivas en otras áreas. Esto requeriría que la Organización Mundial de Comercio (OMC) cumpliera su papel de contener el proteccionismo y que la Ronda de Doha se concluyera rápidamente. Si no consigue hacerse esto, es difícil imaginar cómo podrán darse respuestas en otras áreas aún más complejas de política global.
Lamentablemente, la respuesta a la segunda pregunta también parece negativa. Alcanzar consenso en temas tan diversos entre un grupo tan heterogéneo de países será una tarea casi imposible. Ese consenso tampoco existe entre actores clave como Estados Unidos y los principales miembros de la Unión Europea (UE).
La resolución de los problemas de coordinación que plantea una agenda acotada a lo más urgente requiere un actor con capacidad de iniciativa y liderazgo. A pesar de sus progresos, la UE está lejos de poder ofrecer algo en esa materia. Los países emergentes son aún demasiado pequeños y arrastran cargas internas demasiado pesadas como para asumir ese rol. Esto nos deja un único candidato: Estados Unidos. Antes y después de Londres seguirán siendo clave lo que ocurra en Washington y la capacidad de la administración Obama de tomar decisiones correctas y proveer de liderazgo en temas clave.
Probablemente no es el mejor de los mundos, pero es el que más se acerca a la realidad.
El autor es director académico de la Maestría en Relaciones y Negociaciones Internacionales (Flacso-San Andrés).
- 23 de julio, 2015
- 4 de febrero, 2025
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