Qué puede esperar América Latina de la cumbre del G-20
Madrid – Los jefes de Estado y de Gobierno de las principales economías avanzadas y emergentes se vuelven a reunir hoy 2 de abril en la cumbre del G-20 en Londres. A pesar de que la crisis ya está afectando duramente a América Latina, esta reunión supone una buena noticia para el posicionamiento estratégico de la región. Por una parte, porque el G-20, institución informal creada tras la crisis financiera asiática de 1997 y en la que están presentes Brasil, México y Argentina, se está consolidando como pilar de la gobernanza económica global en detrimento del G7/8, en el que no hay países latinoamericanos. América Latina es la región más sobrerrepresentada de todo el grupo en relación a su PIB, seguida de Asia. Pero más allá de este juego de equilibrios regionales lo más importante es que todo parece indicar que las decisiones que podrían salir del encuentro estarán claramente alineadas con los intereses de América Latina.
Primero, de la mano del presidente Obama (que intentará convencer a Francia y a Alemania), la cumbre intentará acordar un paquete de estímulo fiscal coordinado para hacer frente al rápido deterioro de la coyuntura económica internacional (para este año el FMI espera una caída del PIB mundial del 1% y el Banco Mundial es incluso más pesimista). El objetivo es detener la caída de la actividad para que la recesión y el desempleo no den lugar a estallidos sociales en los países más vulnerables, que podrían precipitar crisis sociales y políticas desestabilizadoras tanto para los gobiernos como para el sistema político internacional.
Dada la elevada integración de América Latina en la economía mundial, si el estímulo fiscal global tiene éxito e impulsa la demanda y el comercio, la región saldrá especialmente beneficiada. Aunque, gracias a las reformas de las últimas décadas, los principales países latinoamericanos ya no dependen tanto como en el pasado de la demanda externa, un tirón por la vía de las exportaciones significaría una bocanada de aire fresco en el actual contexto de crisis generalizada.
Segundo, el G-20 podría tomar medidas para hacer frente tanto al derrumbe del comercio mundial (que según la OMC se contraerá un 9% este año) como al auge del neoproteccionismo, que se está materializando en nuevas barreras no arancelarias que intentan favorecer a las industrias nacionales con una peligrosa lógica mercantilista. Así, de la reunión de Londres podría salir tanto una fecha definitiva para cerrar la Ronda de Doha como un mandato para que la OMC pueda vigilar (y tal vez frenar) las nuevas medidas proteccionistas que muchos países, incluidos casi todos los del G-20, están iniciando. Ambas iniciativas serían excelentes noticias para muchos países latinoamericanos (sobre todo para Brasil), porque además de ser grandes potencias exportadoras no son las que han practicado un proteccionismo más agresivo en los últimos meses (y sí son quienes más están sufriendo el derrumbe del comercio).
Por último, existe un amplio consenso sobre la necesidad de aumentar los recursos del FMI para que los países emergentes que puedan necesitar financiación urgente (incluidos algunos latinoamericanos) tengan facilidades para hacer frente a una crisis que ellos no han provocado pero que están sufriendo con extremada dureza. Los recursos del Fondo, que en la actualidad ascienden a 250.000 millones de dólares, podrían hasta triplicarse. Además, los criterios de condicionalidad — que tanto contribuyeron a la mala prensa del Fondo en la región durante los años noventa – ya han sido revisados gracias a la nueva Línea de Crédito Flexible (FCL por sus siglas en inglés), que permite a los países que hayan puesto en marcha políticas adecuadas en el pasado, pedir prestado al Fondo, lo que supone la desaparición de la vieja lógica por la que los préstamos se otorgaban a cambio de la puesta en marcha de impopulares programas de ajuste estructural.
Finalmente, en el seno de los grupos de trabajo que se pusieron en marcha en la cumbre de Washington del G-20 de noviembre se acordarán los nuevos principios para regular el sistema financiero internacional. Tras las últimas declaraciones de la Administración Obama parece claro que se impondrán las posiciones tendentes hacia una mayor regulación, que los presidentes latinoamericanos han venido demandando desde el principio de la crisis.
Ni siquiera todas estas medidas harán posible que América Latina vuelva a crecer a las tasas del último lustro antes de 2010. Pero contribuirán a que las bases de la gobernanza económica global estén en mayor sintonía con los intereses de la región.
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