La agenda esencial de Obama
Cinco minutos de explicación a James Madison habrían bastado para que tuviera una idea bastante aproximada de lo que es un coche (básicamente un barco de vapor sobre ruedas; el motor de combustión interna costaría unos cuantos minutos de explicación más). Intente explicar a continuación a Madison cómo la Constitución que él engendró permite al Presidente garantizar de forma unilateral la reparación o el cambio de cada pieza de tal artilugio vendido en los diferentes estados, y lo dejará boquiabierto.
De hecho, estamos inmersos tan profundamente en la intervención pública que las objeciones constitucionales son zanjadas sumariamente. El último Secretario del Tesoro convocó a los nueve bancos mayores a su oficina y les informó de que en adelante, él era miembro de su consejo de administración. Su sucesor aspira a tener competencias para poder intervenir cualquier institución financiera a iniciativa propia.
A pesar de estas maravillas, yo sigo estando más entretenido que alarmado. En primer lugar, la noción de una garantía presidencial en los automóviles se me antoja simplemente demasiado barroca, demasiado cómica, para suponer el inicio de un Peronismo yanqui.
En segundo lugar, hay todo tipo de incentivos para hacer temporales y limitadas estas intervenciones en los bancos y los fabricantes de automóviles. Para el Presidente Obama, los bancos y los coches son distracciones. Distracciones considerables, por supuesto, pero si no le hubiera llovido del cielo la debacle financiera y las inminentes quiebras de los fabricantes de automóviles, a duras penas habría llegado a aspirar a ser el zar crediticio y automovilístico de la nación.
Obama tiene ambiciones muy diferentes. Su meta es reescribir el convenio colectivo estadounidense, modificar la relación entre gobierno y ciudadanía. Quiere que el gobierno cierre las diferencias de renta e inquietud. Exprimir a los ricos por razones de réditos y justicia. Nacionalizar la sanidad y federalizar la educación para conceder a todos los ciudadanos de todas las clases la libertad de la inquietud motivada por la sanidad y la educación superior de la que disfrutan los ricos. Y financiar esta colosal red social de seguridad nueva a través de la gallina de los huevos de oro de un impuesto a las emisiones carbono disfrazado de otra cosa.
Obama es un conciliador. Ha venido para reducir las diferencias entre ricos y pobres. Para él, el fin social definitivo es la justicia. Imponerla en el orden social estadounidense es su misión.
Justicia mediante conciliación es la esencia del Obamaismo. (Preguntado por Charlie Gibson durante un debate de la campaña por su apoyo a subir los impuestos sobre los dividendos — incluso si causaban un (BEG ITAL)descenso(END ITAL) neto de la recaudación al gobierno — Obama se aferraba a la subida fiscal "por razones de justicia.") Los componentes son una imposición fiscal acusadamente progresista, sanidad y educación superior federalizadas, y controles energéticos en permanente recaudación. Pero primero tiene que ocuparse de las distracciones. Podrían hundir la economía y envenenar su popularidad antes de llegar a implementar su verdadera agenda.
Las considerables distracciones, por supuesto son la crisis crediticia, que Obama ha subcontratado al Secretario del Tesoro Tim Geithner, y el colapso de los grandes fabricantes estadounidenses de automóviles, de lo que Obama parece haberse encargado en persona.
Ese fue un error táctico. Hubiera sido mejor dejar que las compañías de coches se acogieran directamente al concurso de acreedores y que el juez administrara la amarga medicina a plantilla y accionistas.
Al despedir al consejero delegado de GM, dar puerta al nuevo consejo de administración y repartir órdenes a efectos de qué filiales cerrar y qué tipo de coches fabricar, Obama asume la titularidad de General Motors. Podría lamentarlo dentro de poco. Ahora se ha enredado tanto en el sector del automóvil que está garantizando personalmente su agotado vehículo. (Una labor que es mejor dejar al congénitamente inagotable Biden, pensándolo mejor.)
Hay quien encuentra en esta caída en una política industrial centralizada a gran escala un rasgo de corporativismo fascista al estilo de la década de los 30. Yo tengo mis dudas. Estas intervenciones están bastante focalizadas. Implican a instituciones financieras globales que hasta la administración Bush decidió que habían de ser nacionalizadas, y a fabricantes de automóviles que llegaron pidiendo dinero al gobierno solos.
Tan barrocas y constitucionalmente sospechosas como puedan ser estas intervenciones, la transformación del sistema estadounidense llegará de otra parte. La crisis crediticia pasará y la desproporción con respecto a la demanda del tamaño de la industria automotriz se solventará por sí sola de una forma u otra. El reordenamiento del sistema estadounidense no llegará de la mano de estas intervenciones temporales, en las que Obama se ha sumergido a regañadientes. Vendrá de la verdadera agenda de Obama: su Santísima Trinidad de sanidad, educación y energía. De éstas partirá una ampliación radical del estado del bienestar, la equiparación social y económica en aras de la justicia, y un incremento masivo del tamaño, la importancia y el alcance del gobierno.
Si Obama cumple su voluntad, el cambio que se avecina es una América nueva: "justa," equiparada y socialdemócrata. Obama no fue elegido para garantizar su vehículo. Está aquí para garantizar su vida.
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