Progresistas prolijos
Hace unos días tuvo lugar en Viña del Mar (Chile) la Cumbre de Líderes Progresistas, que anunció el advenimiento de un sistema capitalista basado en valores progresistas. La buena nueva la dio el primer ministro británico Gordon Brown, allí presente, quien hizo suyo el reclamo de Joseph Biden, vicepresidente de los EEUU, también presente, de ''utilizar los valores progresistas''. Según Brown, Barack Obama constituye ''un indicio de la fuerza del progresismo'' en los EEUU y ''un faro de esperanza para el mundo''. No es fácil definir eso de ser progresista y menos con este tipo de anuncios y de anunciadores.
Si se es progresista se es de izquierda, sin dudas; de neoizquierda quizás, aunque con estos nuevos ingresos pueden plantearse algunas dudas. Los progresistas, aunque no lo admitan, son populistas. Son antiimperialistas y están contra el libre mercado, el liberalismo, el poder financiero y el capitalismo. Y la crisis de hoy les da la razón, dicen. Son malagradecidos también, porque fue gracias a las ''burbujas'' y el liberalismo o libremercadismo chino que subieron los precios, que tanto les favoreció y les hizo fácil la gestión, por lo menos hasta el año pasado.
Está claro que los progresistas son los buenos y el resto son los malos y por eso hay que ser progresista.
No son progresistas, por ejemplo, los presidentes Calderón de México, Uribe de Colombia, Alan García de Perú. Todos ellos fueron electos en elecciones realmente libres, con total libertad de prensa, sin abusos desde el poder, sin proscripciones, sin amenazas y sin utilizar los dineros de la gente en su provecho electoral. Y comparado con los ''usos electorales'' de Chávez, los Kirchner y Ortega, lo de aquellos es más que impecable. Sin embargo no les alcanza.
Se puede ser progresista, en cambio, con pasado golpista en reiteración activa, caso de Chávez. O haber apoyado la invasión de Irak, caso de Blair. O manteniendo el método de la ''lapidación'' para las mujeres adulteras, como en Irán. O matar a diestra y siniestra como el presidente sudanés Omar el Bechir, amigo y protegido del comandante bolívariano. Se puede ser progresista y abrazarse con la derecha si el mercado promete. Lo hizo Ortega con Alemán, para ganar en Nicaragua. Y lo hace la gente de Rodríguez Zapatero en el País Vasco, que se corre hasta la otra punta y se abraza con el Partido Popular de Aznar y Rajoy para quitarle el gobierno al Partido Nacional Vasco, que fue el que ganó las elecciones. En el progresismo no hay corrupción, nepotismo, ni enriquecimiento ilícito de parientes, padres, hijos, hermanos y sobrinos, correligionarios y amigos, y los jueces cumplen su tarea de manera intachable, no obstante las decenas de ejemplos y casos que dicen lo contrario.
Con todos estos datos cualquiera se puede confundir. La cumbre de Viña del Mar, dada su concurrencia, no facilita las cosas. Además de la anfitriona Michelle Bachelet, estuvieron los ya citados Brown y Biden y Lula (Brasil), Rodríguez Zapatero (España), Cristina F. De Kirchner (Argentina), Jens Stoltenberg, primer ministro de Noruega, y Tabaré Vázquez de Uruguay. No estuvieron notorios ''progresistas'' como Chávez, el ecuatoriano Rafael Correa, Ortega y Evo Morales. ¿No los invitaron por impresentables? A Fidel o su sucesor no lo hicieron porque no cabía mucho, y a Lugo de Paraguay seguramente porque es muy nuevito y aún no está claro para qué lado patea.
Decididamente esta cumbre nos habla de una nueva categoría de progresismo. Algo así como ''el progresismo prolijo'', aunque no se explique muy bien la presencia de la señorea de Kirchner.
Es una interpretación mía, porque como dice Chávez, quien recriminó a Bachelet la convocatoria de la cumbre, ''hay unos progresistas por ahí que no entiendo''. Sabido es que Chávez no es de fácil entendedera, pero en esto tiene algo de razón.
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