Imágenes en un mismo espejo
SALAMANCA. “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco. Burgos 1º abril 1939”. De esto hace setenta años. El pasado miércoles 1, los periódicos españoles y los canales de televisión dedicaron espacios especiales para conmemorar tal aniversario. Películas documentales de niños enviados a Inglaterra para ponerlos fuera del alcance de los aviones que Hitler le había enviado a Franco, reproducción de pequeñas cartas de despedida a sus familiares que pudieron escribir a último momento quienes iban a ser fusilados a causa de sus ideas. Desfiles victoriosos con el brazo en alto, el saludo fascista.
No era solo el fin de una guerra civil en la que lo único que faltó fue misericordia; terminaba sí la primera etapa de un calvario que se iba a prolongar hasta mediados de los años cincuenta.
Ante imágenes tan atroces, por un lado, e imágenes de la soberbia que da el triunfo, por el otro, hay ideas que siguen tan presentes hoy como entonces. La primera que me vino a la cabeza es la forma en que se parecen los dictadores, tanto los de izquierdas como los de derechas. Todos ellos tienen algo en común, algo que los caracteriza, algo que los hace tan similares como la imagen que devuelve un espejo en el que alguien se mira. Por lo pronto, ese algo común que comparten no es precisamente la inteligencia. Al contrario: es justamente la falta de ella. Pueden ser astutos, inescrupulosos, obsesionados por lograr sus fines, maquiavélicos, maléficos, intrigantes, carentes de la más pequeña cuota de amor hacia el prójimo lo que les permite recurrir a todos los métodos necesarios para terminar con la disidencia, incluso los más crueles e inhumanos. Pueden ser cualquier cosa, pero inteligentes, no.
No se olvide que Stroessner, que ejercía su derecho de vida y muerte sobre todos los ciudadanos, era incapaz de improvisar una frase, articulando un pensamiento sencillo. El día que tuvo que hacerlo fue cuando sentó las profundas raíces ideológicas en las que se basaban las estrategias políticas de su gobierno: “Hay que ser café o leche; no se puede ser café con leche”.
La egolatría de los dictadores, de derechas como de izquierdas, llegan a niveles que escapan de lo razonable. Su nombre debe bautizar las calles, caminos, carreteras, ríos, ciudades, aeropuertos, puentes, colegios; estar omnipresentes en todo momento en la vida cotidiana de sus conciudadanos. En el libro “Así quiero ser (el niño del nuevo Estado)”, todos los niños de los primeros grados de España recibían el debido adoctrinamiento. “Es necesario que en toda la nación haya un orden, una disciplina, una ley; uno que mande y otros que obedezcan. Entonces la nación se convierte en Estado. A la cabeza de ese Estado y como jefe hay un Caudillo, al cual estamos todos obligados a obedecer, porque en un Estado moderno y bien organizado, el Caudillo es siempre el ciudadano mejor, el más selecto, el superior e indiscutible: el Caudillo solo responde ante Dios y ante la historia”. El autor del libro, editado en Burgos en 1940 por “Hijos de Santiago Rodríguez”, prefirió mantener el anonimato tras las iniciales de H.S.R.
Los dictadores comparten su odio a la inteligencia y el pensamiento. Dicen los historiadores que en El Pardo, palacio en el que vivía Franco, no había una biblioteca, un solo libro. ¿Sabe alguien de que haya algo similar en Mburuvicha Róga? Todos los que habitaron en ella se preocuparon por la cancha de fútbol, la piscina, el jacuzzi, y hasta se discutió si era legal construir allí una capilla que terminó construyéndose. Nunca escuché que se haya discutido dónde poner la biblioteca en la residencia presidencial. Me aventuraría a afirmar que ni siquiera existe una guía telefónica. Para eso está el sargento de guardia encargado de realizar las llamadas que se le piden.
Todos los dictadores se miran y se reflejan en el mismo espejo, desde Fidel Castro a Evo Morales, pasando por Daniel Ortega, Hugo Chávez, Rafael Correa, los gobiernos unipersonales de Africa e incluso los países que viven sin gobierno alguno como es nuestro caso. Hace setenta años se instaló en España una dictadura que dejó en las cunetas de los caminos unos 150.000 represaliados y durante los cuarenta años siguientes estuvieron marcados por la intolerancia y el atraso intelectual. Tendríamos que recurrir a los libros de historia, leerlos, estudiarlos y sacar nuestras conclusiones para no repetir los errores que otros ya cometieron.
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